Extraño esas cálidas noches de verano, donde no había nada más hermoso que sentarse en la ventana a disfrutar del cielo estrellado, dónde el viento fresco y placentero, le traía a mí nariz los dulces aromas del campo. Todo era tan mágico, tan pacífico, que me hacía olvidar la ruidosa ciudad en la que vivía.
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