LA NATURALEZA NUESTRA ES UN BREVE INSTANTE EN EL FLASH DE LA VIDA
TODOS VAMOS A MORIR, IRREMEDIABLEMENTE ESA ES UNA MALA NOTICIA
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«El temor a la muerte, al olvido,
y a la falta de sentido, alimenta
de forma inagotable la llama
de la fé».
(Nietzsche)
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No sabía sinceramente como encarar este análisis. Me había propuesto hace unos días, la tremenda empresa de redactar un par de líneas sobre lo que esta señora de negro representa para la vida del hombre. Pero inesperadamente algo me detuvo, es que no es fácil hablar de la muerte sin causar preocupaciones, o sin infundir miedo en los corazones de los seres queridos. Generalmente, la presencia del ángel negro está ligada a una sensación de absoluta ansiedad, pues nos da impotencia sabernos finitos en este basto universo. Saber que tarde o temprano, todo lo que está hoy con nosotros puede desaparecer, nos conduce sin lugar a dudas al abismo del fatalismo. Es ahí cuando aparece la negación, ante un hecho que es inminente e inevitable.
Todo comienzo tiene un final, la vida no puede ser eterna y tampoco sería deseable que pudiéramos vivir eternamente. Si eso llegase a pasar, las condiciones de vida actuales deberían sí o sí de cambiar, para poder tener un mejor bienestar, y no prolongar eternamente el sufrimiento. Pero para eso todavía faltan muchos años o siglos. De momento nos toca enfrentarnos a esta realidad en donde no hay nada escrito—y es mejor que así sea— de lo contrario no querríamos vivir. Sin embargo, la muerte no tiene un guión pre-asignado como la vida, dónde tenemos que cumplir mandatos y llenar las horas del reloj con cosas que nos hagan sentir bien. La muerte llega y llega, es como si de repente este teatro baja el telón, y solo queda oscuridad para el artista. Esto hace que enfrentar el hecho de que vamos a morir nos aterre aún más, porque no podemos precisar fechas ni horarios. Saber que en cualquier momento ya no estaremos nos perturba. Es como pretender establecer las fechas del apocalipsis, es imposible (ni siquiera la Biblia puede hacerlo).
¿Por qué entonces nos da tanto miedo morir? Creo que se debe al hecho de que hoy somos más conscientes de ciertos aspectos que el hombre de hace mil quinientos años atrás no tomaba en cuenta. No digo que esa humanidad antigua no haya sido consciente en su tiempo, de las cosas que le rodeaban, pero pese a todo, la relación de nuestros antepasados con la muerte era distinta. Ellos la veían como un acto ritual que daba paso a que esa persona fuera conducida a un más allá (más adelante tocaremos este tema). Se han encontrado tumbas antiguas en dónde se enterraban a los cuerpos con diferentes objetos que los acompañarían en su travesía hacia el otro lado. La muerte para ellos era una trascendencia a un lugar mejor, no estaban tan vinculados a las ataduras de su tiempo. Hoy en día, en esta modernidad estamos más aferrados a lo que tenemos que a lo que somos. El morir y sus rituales como el velorio o el entierro, ya no son una forma de acompañar a la persona a su descanso eterno, son hoy en día un símbolo de angustia. Nos imaginamos a nosotros mismos en un cajón y se nos hiela la sangre de solo pensarlo. Hace mil quinientos años, se aceptaba el destino por una falta inocente de conciencia, pero los ritos funerarios eran vividos con entusiasmo. Aquel que moría había pasado a un mundo mejor. Hoy, muy pocos buscan el significado trascendental de la vida, hoy morirse es morirse. Hace mil quinientos años, la muerte era el paso hacia la eternidad. La muerte era glorificada y vista como algo verdaderamente importante, se teorizaba sobre ella, se la celebraba, se la vivía como un acto honorable. Hoy morir es perder posesiones personales, bienes económicos y resignarse a no ver a los que amamos. El ser humano de antaño, no es que no sufriera la pérdida, pero las condiciones hostiles de vida lo empujaban a aceptarla. Ahora, desde la comodidad de la tecnología y los múltiples entretenimientos, le quitamos el factor místico, la volvimos una condena. «Teniendo todo aquí, no quiero renunciar a perderlo».
Negar la muerte no es sano, nos lleva a extremos en los que podemos llegar a perder el juicio por ese miedo a tener que reconocer que lastimosamente no somos inmortales. Aceptar la muerte como un acto natural nos hace llevar una mejor relación con la vida, nos empuja a seguir viviendo sabiendo que uno tiene que aprovechar los instantes en los que uno se siente poderoso, o en los momentos en los que uno está deslumbrado por la magia inentendible del amor. Es ahí, justo en esa palabra, donde nace la fuerza guerrera para soportar la pérdida del ser amado que dejó este mundo. Morir es un acto de amor a la vida.
—Oh vida mía, existencia fructífera, te amo tanto que renuncio a ti para que otro ocupe mi lugar, solo aclaro que yo no he muerto, tan solo mi cuerpo físico se ha apagado, pero mi esencia, mi alma, seguirá aquí después de que generaciones tras generaciones de humanos pisen la tierra y la dejen de pisar.
Uno permanece más allá de esta vida, con esto quiero decir que tal vez exista la posibilidad, más allá de todo lo visible, de que nos topemos con algún cielo donde podamos estirar las piernas, después de tanto andar. Desde allá arriba contemplaremos lo bueno y lo malo de las vidas venideras. Creo en la existencia de un paraíso personal, reservado exclusivamente para uno, ubicado en la inmensidad de algún universo irreal. Pero creo también en el infierno privado que uno a veces se construye, y puede significar una eternidad sin descanso. Tal cual como creían los Egipcios, al afirmar que el alma que había hecho daño, se veía condenada a revivir en el más allá esos recuerdos, como una tortura en forma de castigo. Uno ocupa el lugar que se merece pero eso no lo decidimos nosotros ¿Acaso lo decide Dios? No niego ni afirmo su existencia, solo que me rehuso a creer que allá no seremos recibidos por nadie importante. Tal vez el creyente se lleve una decepción al encontrar un paraíso vacío, tan solo lleno de esencias bochornosas o puede que el ateo se convierta ahí mismo en un creyente celestial, cuando vea ante sí la imágen barbada del hombre Santo.
Así como otros niegan el hecho de que sus vidas tendrán un punto final, hay quienes, como consecuencia de sus pesares y miserias, desean que cuando antes la figura de negro se las lleve de una vez por todas, pues desean liberarse de ese sufrimiento tan profundo. Lo peor de todo es que existen entre nosotros, personas que cargan un dolor indescriptible e indeseable (hasta para el peor de sus enemigos), y aún así aparentan la calma de un guerrero en la batalla. Llevan el dolor adentro, pero no lo confiesan. Yo las he visto por las noches llorar en sus camas, deseando que una fuerza del destino los fulmine ahí mismo, pero cuando despunta el alba, son los seres más calmos que uno jamás se haya encontrado.
Aquí no existe el castigo divino, y querer adelantarse a la llegada de la encapuchada es un acto desesperado de los que ya no tienen ni esperanza. Morir es la clara aceptación de que tratamos por lo menos vivir una vida acorde a lo que nos mueve y nos hace sentir libres. Los que no han podido hacer eso o no quieren que otros vivan libres, aprovechan el instante en el que sus vidas se agotan para arrepentirse y otorgar libertad. Pero los más viles se muerden la lengua y prefieren inmortalizarse en la memoria de sus seres queridos, como verdaderos cascarrabias de la moral, cabezas de piedra que ni en el último instante dieron el brazo a torcer.
Lo que más debe preocuparnos sobre el acto de morir, es como queremos ser recordados. Para eso, en vez de pensar que todo esto, más tarde o más temprano se va a terminar, tenemos que enfocarnos en el aquí y ahora. La clave para ser eternos en la memoria de aquellos que tienen un aprecio por nosotros, reside en como nos comportamos ahora que estamos vivos. Nuestras acciones y palabras nos definen más de lo que nosotros creemos. Preocuparse por el fin de todo nos lleva a descuidar el presente y por ende nos olvidamos de vivir.
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«The wall on which the prophets wrote
Is cracking at the seams
Upon the instruments of death
The sunlight brightly gleams
When every man is torn apart
With nightmares and with dreams
Will no one lay the laurel wreath
When silence drowns the screams?
Confusion will be my epitaph
As I crawl a cracked and broken path
If we make it we can all sit back and laugh
But I fear tomorrow I'll be crying
Yes I fear tomorrow I'll be crying
Yes I fear tomorrow I'll be crying»
(«Epitaph»-King Crimson)
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