CITAS PREVIAS A LA PUBLICACIÓN
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«¿Qué nos ocurre después de tanto tiempo?
Reflexionamos al vernos al espejo
¿Qué es lo que pasa, me estoy viniendo viejo?
No sé de qué pensar, si ya no sé qué es lo que pienso
Yo soy un hombre bueno
Lo que pasa es que me estoy viniendo viejo
Trataré de hacer las cosas a su tiempo
O si no, no le daré importancia al cuerpo
Oh, no»
(Pappo- «El Viejo»)
«La gloria de los jóvenes es su fuerza,
pero la hermosura de los ancianos
es su vejez»
(Proverbios 20:29)
«La muerte no llega con la vejez,
sino con el olvido»
( Gabriel García Márquez)
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PEQUEÑA INTROMISIÓN
ANTES DEL TEXTO
Un texto siempre se desarrolla en base a una experiencia o a veces por medio de alguna historia que nos queda dando vuelta en este (in)consciente colectivo, en donde todos nos reconocemos. Sin embargo, una obra, para que surta efecto, debe estar estrechamente entrelazada con algo de realidad, más que nada para darle ese toque 一esa pimienta一 que nos hace arder un poquito los ojos cuando leemos algo que verdaderamente nos mueve. Por eso considero que este relato es uno de los más lindos y conmovedores que he desarrollado hasta el momento, porque como debe ser, hay mucha realidad flotando en las palabras.
Aun así, no deseo pecar de vanidoso, por lo que dejaré este escrito tan solo al correr del libre albedrío que tendrá el lector o la lectora, al decidir las impresiones y las sensaciones que ha sentido. Pienso yo que el artista debe guardar algo de su orgullo, y dejarse someter bajo el escrutinio ajeno, de lo contrario el arte permanecería siempre en una esfera privada y no aquí en medio de la peatonal del internet a plena hora pico.
Pero en fin, ya no voy a dilatar más el asunto, por que todo esto no es más que un discurso pomposo para crear tensión y dar ese toque de suspenso antes de leer la obra. Ahora, ya sin más que agregar, bon appetit y que sea de su agrado.
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ÚLTIMA VOLUNTAD
Por...MARK
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«Cuando me dicen que soy
demasiado viejo para hacer
una cosa, procuro hacerla
enseguida»
(Pablo Picasso)
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Las miradas de ambos aparentaban cansancio o más bien hartazgo, al parecer venían andando desde hacía mucho rato y recién ahora se detenían.
Se miraron y se dijeron todo. El anciano se levantó y el hombre a su lado también. Doblaron las reposeras y subieron al vehículo que paciente los esperaba.
El hombre joven tomó su celular y vio las cuatro llamadas perdidas de una mujer. Suspiró y miró a su copiloto. El anciano estaba hipnotizado con la llegada del alba. Decidido a todo, le devolvió la llamada a ese número tan insistente. Fueron unos segundos de suspenso pero al final la persona del otro lado respondió.
—Mirtha ¿Qué carajo necesitas?— dijo el hombre con tono seco.
— Jerónimo ¿A dónde mierda te fuiste?—la mujer estaba nerviosa— decime ya donde estás.
—No te importa eso Mirtha, estoy muy lejos, no voy a dejar que te salgas con la tuya—dijo al tiempo que ponía en marcha la chata.
—Estás loco, no sé que te pasó, apenas te reconozco—replicó la mujer— No ves que está enfermo, tiene que estar en un lugar donde lo cuiden, donde lo atiendan ¿Te pensas que con vos va a estar mejor? No vas a poder hacerte cargo de todo.
—Mirtha, Mirtha, vos no me reconoces y yo no sé cómo podes ser tan así— el hombre estaba visiblemente nervioso, pero trataba de mantener la poca calma que le quedaba.
—¿Así cómo Jerónimo?—la mujer estaba desconcertada.
—Así, tan hija de puta, tan insensible—sus palabras sonaban ásperas.
—¿Qué mierda te pasa flaco?—Mirtha estaba por estallar.
—Lo que me pasa es que yo no lo voy a dejar tirado en ese lugar de porquería al que vos lo querés mandar, me entendés.
— ¿Estás escuchando lo que decís? El también es mí viejo, no lo voy a dejar tirado, solo deseo lo mejor para él— respondió Mirtha.
—¿Lo mejor para él? No me hagas reír, lo querés abandonar, como hacen todos— Jerónimo conducía por la ruta a toda velocidad, cegado por la furia de aquella conversación.
— ¿Y cómo vas a hacer vos solo para cuidarlo?—quiso saber Mirtha— no vas a poder. Mejor ocupate de tu familia que bastante preocupada está, porque te fuiste sin decir nada.
— A ver si lo entendés de una vez, no voy a dejarlo solo— Jerónimo estaba a punto de estallar, pero respiró y siguió— ¿Te acordás cuando mamá nos dejó? El viejo entre el laburo y la vida que llevaba nos podría haber tirado en cualquier orfanato, pero no lo hizo. Mira vos si nos quería mucho y ahora vos pretendes hacer lo que él no hizo. No te lo voy a permitir Mirtha ¡No te lo voy a permitir!
—No estás bien de la cabeza Jero— Mirtha hizo una pausa dramática, estaba estresada— Decime donde estás por favor, vos sabés que el viejo está enfermo, tiene demencia y carga con un cáncer que lo está matando. Decime entonces dónde estás o llamo a la policía.
—Mirtha...—Jerónimo se detuvo, a unos metros vio una estación de servicio— Después seguimos, ahora no puedo hablar— dijo y cortó de cuajo la llamada.
Frenó en la estación, eran alrededor de las once de la mañana, en el aire se sentía ese sabor que deja en la boca el invierno. Lanzó una mirada al interior del vehículo, el viejo se había quedado dormido. El chico de la estación de servicio se puso a llenar el tanque. Jerónimo tapó a su padre con una gruesa cobija. Luego pagó el precio y se puso en marcha nuevamente.
¿A dónde iría ahora? No lo sabía, tan solo quería escaparse de aquel destino. Estaba decidido a no abandonar a esa figura que era su padre. Él quería otra cosa para el, no lo iba a abandonar como hacen otros hijos. La idea de dejarlo en un geriátrico le aterraba ¿Qué sería de él en aquél lugar? ¿Se sentiría cómodo? ¿Y si le pegaban o le hacían algo? Él no permitiría algo así, su viejo no había sido el mejor padre del mundo, pero su conciencia le impedía abandonarlo a la «buena de Dios» como quien dice.
El camino se mostraba tranquilo, muy poco tráfico en la ruta, y a su vez un paisaje sorprendente los rodeaba. El viejo miraba por la ventana, en sus ojos tenía el peso de una cierta tristeza. Mientras tanto, Jerónimo manejaba concentrado, vaya a saber en qué cosas estaba pensando.
Al entrar al pueblo más cercano, entró a un kiosquito para comprar algo de comer y con lo que pasar la noche, prefería dormir en la camioneta antes que en algún hotel u hospedaje. No lo quería demostrar pero, al entrar a un pueblito, sentía un cierto nerviosismo que a veces se descontrolaba.
Con los suficientes víveres, salieron de aquel lugar y subieron a la ruta. Ya entraba la tardecita noche cuando Jerónimo decidió detener la marcha.
El hombre encendió un pequeño fuego, cocinó unas porciones de carne y se sentaron junto a las llamas de esa fogata a degustar la cena.
Una vez comidos, el anciano se acostó en la chata y Jerónimo, después de ayudarlo se quedó sentado afuera, sumergido en el mar de su conciencia. Su vista se perdía en el fuego mientras que alguna lagrimilla se escapaba furtiva de sus ojos vidriosos.
Como que no quiere la cosa el amanecer lo agarró dormido, se despertó de un sobresalto, su reloj marcaba las ocho de la mañana, el fuego ya se había extinguido hacía muchas horas atrás.
Cargó los bolsos que estaban en el suelo, el viejo todavía dormía. Fumó el último cigarrillo y después lo despertó para así reanudar la marcha.
Fue entonces cuando en el medio del camino, el viejo que se había mantenido callado durante toda la huida habló. Se notaba que cada palabra le costaba un esfuerzo sobrehumano.
—Jero ¿Sabés lo que estás haciendo no?— dijo su padre lentamente.
—Si papá, sé exactamente lo que tengo que hacer—respondió Jerónimo serio.
— ¿Y sabes también que tu hermana tiene razón no?— el viejo lo miraba seriamente.
— No me vengas con esas cosas papá, sabes que quiero lo mejor para vos—a Jerónimo no le gustó esa pregunta.
—Frená la camioneta, necesito hacer pis—dijo el viejo fatigado por el esfuerzo de sostener esa conversación.
Jerónimo bajó de la ruta y se metió a una arboleda. Ayudó a su padre a bajar y lo dejo a unos metros para que haga sus necesidades. Lo había escondido atrás de un árbol para mantenerlo alejado de miradas indeseadas.
El viejo le había dicho que cuando terminara lo iba a llamar, pero no había escuchado ni un solo grito. Habían pasado unos veinte minutos cuando Jerónimo fue a buscarlo. La sorpresa fue grande, el cuerpo del anciano estaba muerto, tieso, apoyado sobre el árbol, ni siquiera había intentado orinar, tan solo se había bajado para morir. Él, en su más oscura demencia y atravesando un cáncer en fase terminal sabía que no podía escapar de su destino. Lo que Jerónimo intentaba no era más que una carrera en contra de algo que era imposible, porque a la muerte nadie le gana.
Jerónimo quedó impactado, se arrodilló ante el cuerpo y se echó a llorar, parecía un niño.
Luego se sentó junto al cadáver. Los dos miraban perdidos la nada. El sonido de aquel monte los envolvía. El frío de la mañana no se sentía. La última voluntad de morir en paz había sido cumplida y Jerónimo lo sabía.
FIN.
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