«La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. No es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna; pero a pesar de todo, la vida es bella»
(La Vida es Bella)

Después de veintisiete años de vida, logré darme cuenta que existe algo más allá que es ajeno a lo humano, y que está ligado a lo oscuro del destino. Me di cuenta entonces que la vida no es ni buena ni mala, pues es solamente vida, pulsión mágica que hace mover estos cuerpos, que impulsa al corazón a bombear sangre, a los órganos a cumplir sus funciones y a la mente a hacernos ser quienes somos. También llegué a la idea de que hay dos tipos de personas en este mundo, las que son de alguna manera bendecidas por la misma vida, y otras que solo se limitan a recibir los golpes indiscriminademente hirientes de está última, podríamos, si quisiera, agregar a un tercer tipo de persona, que es aquella que vive entre estos dos mundos, como un mix de lo malo y lo bueno, pero pese a todo encuentra la fortaleza para vivir, cosa que el segundo tipo de personas, que es golpeada día tras día por los hechos y sucesos que acontecen en su vida, no logra obtener, pues encuentran en la famosa palabra «resiliencia» nada más que vacío, debido a que no consiguen obtener ningún beneficio de ella, solo se dan cuenta que les permite poder sobrevivir un día más de vida, para que a la mañana siguiente otra vez fluyan sobre ellos los golpes certeros de la maliciosa vida.
Pero la vida es solo vida, y por el hecho de serlo ya significa que aporta un nivel de dificultad que requiere que estemos con nuestros sentidos alertas al cien por ciento, en modo de supervivencia continuo por el pánico a lo que vendrá, o a lo que nos está pasando. De igual manera, la vida es solo vida, y por ello lo difícil no viene enteramente de ella sino del factor más complicado que es el humano, ese germen completamente infeccioso, lleno de vanidad, orgullo y avaricia, con una pizca de egoísmo y sobre todo cargado de muchas malas intenciones. Estoy en condiciones de afirmar que la vida sería vida, si no fuera por el bicho humano. De ahí deviene la idea anterior, hay quienes viven bien pero no dejan vivir y hay quienes viven mal por culpa de quienes no quieren dejar vivir. Es entonces la vida un tire y afloje, un intento por tratar de hacerla lo más dulce posible a pesar de que siempre habrá algún pedazo de excremento humano que se pondrá a intentar amargarla.
Uno descubre ya entrando de a poco en la vida, es decir en el proceso (doloroso para muchos) de ir creciendo, que todo se trata pues de la falsedad, de la mentira, del dinero y el poder. El humano es un animal que cree que por poseer conciencia, puede atrapar y maltratar a otros ser consciente.
Desde mi experiencia personal, me sentí muy afectado cuando ví la hipocresía social, cuando los que se decían de confianza me mentían en la cara, creyendo que para mí sus palabras eran la verdad ¡Maldito veneno que me hizo darme cuenta que uno mismo vale más que todos los seres humanos! Es entonces en ese choque con la realidad lo que nos hace ver que nada es lo que parece, como si todo fuera una ilusión. De ahí nunca terminamos de conocer a las personas.
Vivir es entonces lidiar con una injusticia constante en donde eres el que propicia la injusticia (es decir unos pocos que siempre salen impunes) o eres el que recibe la injusticia (un simple proletario que solo quiere vivir mejor) ¿Se puede vivir mejor? Nuestra vida está sujeta a múltiples factores de los cuales ninguno depende de nosotros, más allá de la leve incidencia que podamos tener, no hacemos nada porque nada alcanza para mejorar la política, ni mucho menos la economía, ni siquiera podemos hacer algo para cambiar el sistema social. En esos tres factores claves nosotros no movemos ni un pelo la aguja que marca el progreso social, sólo nos limitamos a acarrear nuestras vidas miserables, siendo solo herramienta explotable por los poderes y las personas dicharacheras, que solo juzgan abiertamente sin ver los por qué, sin motivarse siquiera a preguntar qué es lo que realmente le afecta a la otra persona; en vez de exigirles y juzgar a humanos cuyas vidas son una complejísima trama de problemas externos e internos, debemos aprender a escuchar y a analizar más a fondo aquello que no podemos ver por el velo autogenerado de nuestra percepción errónea sobre la otredad. Ver la paja en el ojo ajeno y no en la viga del propio es fácil, pero es necesario estudiar las realidades para entender los múltiples efectos que produce la vida. Eso también involucra entender las limitaciones de los demás y saber por dónde debemos ir.
La vida es un conjunto de existencias unidas las unas a las otras, apelotonadas en un mundo misterioso y muchas veces desconocido, donde tratamos de vivir lo mejor posible, sin intervenir en las vidas de otros, pero sin embargo nuestra característica de homo-socialis, nos empujó a tener que relacionar la vida propia con la de otros, es decir algunas vidas son nuestros padres, hermanos, mientras otras vidas son nuestras parejas y amigos. ¿Cómo cambia la percepción del otro si lo despojamos de su ente carnal (humano) y lo vemos como una vida? Pues la vida es corriente directa con la historia y cada vida tiene su historia, trágica, cómica, romántica o un drama, pero todos somos partes de este entorno, conectando vidas con vidas, cruzando historias que nunca se separan o que nunca se concretan.
Cada uno es su vida y su historia, algunas de ellas se parecen, otras solo son diferentes, pero la vida sigue cumpliendo la misma función. De igual manera podemos creernos superiores por haber tenido una buena vida, o también podemos juzgar las vidas presentes desde este presente, sin voltear a ver nuestro pasado y saber que a lo mejor en algo fuimos iguales. El maestro juzga al iniciado por lo que es ahora en su presente, pero el iniciado ignora que el maestro alguna vez ocupó su lugar en un pasado.
El arte de la vida es el principal remedio para convertir lo negativo en algo mejor, no quiero decir positivo porque considero que esa transmutación implica mucho más trabajo y hasta incluso tiempo perdido. Pero el arte de vivir es muchas veces la materia transformable de los días turbulentos, es el mecanismo por el cual surfeamos los pesares y malos tragos que nos sirve la humanidad. Vivir es en ciertos aspectos un arte, pues hacemos de ella una constante obra de teatro, vivimos siempre improvisando en cada escena pero también soñando con imposibles, el amor real que sentimos no se compara con ese sueño dorado de los libros y películas románticas, el amor de la vida humana y real es poroso y más frágil que los miedos de Travis, y duele más que la traición de Allie a Noah. Los vínculos son simplemente una interacción del guión de la vida, sin director ni camarógrafos, donde es fácil meter la pata y donde se dejan de lado los monólogos al estilo Hamlet. Las calles, los bares, las casas, plazas, cines y lugares grasientos de comida rápida, no son más que los escenarios en donde las diferentes vidas se mueven, intercambian pareceres, se aman y se van. La vida es la capacidad de creer que Dios es el artífice que dio vida (valga la redundancia) a esta obra de clase B llamada existencia, en un escenario de bajo presupuesto cuyo nombre artístico es el planeta Tierra ¿Acaso a alguien le importa lo mal que actúo? En definitiva, nadie está preparado para interpretar el papel que le fue asignado, sin haberlo pedido.
Redes sociales, mensajes, notificaciones, videos, publicidades, juegos son elementos de ruido para aturdir a la vida, para evitar pensar justamente en ella, sin darnos cuenta que la interrogación de la misma, es natural del ser pensante. Matar las neuronas con sonidos y flashes cegadores es condenar el alma a un infierno perpetuo de sobredosis digital, de la cual no podemos escapar, pues estamos obligados a fusionar la vida con la máquina, este teatro de carne y huesos, se convirtió en un evento digital que se transmite por stream las veinticuatro horas del día. El alma es ahora una intrincada combinación de cables, programaciones y números binarios. Ahora también hay que saber de computación para recomponer lo dañado en nuestro interior. Nos fusionamos con la máquina creyendo que íbamos a lograr ser superiores, sin darnos cuenta que en el interior de nuestra miel, allí donde anidan los huesos, las articulaciones, los músculos y los intestinos, habita un universo aún más elevado y complejo que cualquier artefacto tecnológico moderno. Podemos dominar un lenguaje de programación, pero aún así no podemos descifrar al cien por ciento el lenguaje de las emociones, porque la vida habla sin boca, y pronuncia palabras sin letras, su idioma es sólo legible cuando queremos escuchar, pero tampoco emite sonidos.
La vida es la perpetua e infinita relación con la naturaleza, humana, animal y vegetal, estamos ligados los unos con los otros, somos nosotros quienes debemos develar el diálogo intrínseco entre una y otra. Somos parte vegetal y animal, pero nada de lo anterior es similar a lo humano. Nosotros creamos y manipulamos las obras que da la naturaleza, una planta no puede sembrar a un humano, un perro no puede engendrar una cría de hombre. Pero sin embargo estamos hechos de la misma semilla, compartimos naturaleza, aunque estas islas de concreto, que llamamos comúnmente ciudades, nos separan de nuestra relación con lo natural, nos educa para respetarla, pero cuando ese vínculo se ha perdido, procedemos a despojarnos de aquellas partes de flora y fauna, pasamos a ser solamente humanos, vacíos, carentes de cualquier sentido, metidos en cajas a las que llamamos casas, y solo viviendo con el deseo material de tener. Necesito tener o no seré nadie. Necesito tener o de lo contrario no estaré favoreciendo al sistema. Trabaja, trabaja, produce, compra, vende, usa, tira, contamina, contamina ¡contamina!…
Pues es solo eso esta reflexión, el sentido de la urgencia me lleva a descargar la mente, curiosamente todo lo que escribo está meticulosamente regido por el imperativo orden de la urgencia ¿será porque últimamente no hacemos más que correr? Yo ya solo quiero caminar, pero caminar es atrasarse ¿A dónde tengo que llegar? La vida no es una carrera, se adapta al ritmo que nosotros queramos darle, pero para los ansiosos la vida va más rápida que ellos mismos. Mientras yo estoy acá, mi vida ya llegó, murió y reencarno. Que misterio che.