¡ADVERTENCIA!
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ANUS
Por..MARK
El cuerpo del amante yacía en toda su longitud sobre la alcoba, iluminado por una pequeña lámpara y un conjunto de trece velas. Su cuerpo, joven y placentero (de unos veinte años o un poco más), seducía del otro lado de la cama a un hombre, de unos treinta años de edad quizás, que se mostraba completamente erotizado por esa presencia. Los muslos, la espalda, los brazos, el cuello, todo hacía en él, encender la llama de la pasión.
Con sumo cuidado se balanceó desnudo sobre el cuerpo del otro, que pudo sentir el contacto. Con movimientos lentos recorrió su espalda dorada, y se dirigió al cuello, donde comenzó a besarlo apasionadamente.
Despúes hizo una pausa, breve pero necesaria, luego dirigió su atención sobre la espalda del joven, que brillaba emitiendo una luz color oro, bajo las velas y el candil.
Recorrió con soltura esa espina dorsal hasta llegar a su objetivo. Los glúteos del muchacho se le hacían apetecibles para su instinto animal. Los besó, los saboreó, y con una delicadeza, abrió esas dos redondeces y encontró lo que habia venido a buscar. Ese tesoro lo enloquecía.
Acercó cariñosamente su naríz y olfateó aquello como un perro manso. Ese olor dulzón lo sedujo, sacó su lengua y empezó a lamer de maneras juguetonas. Iba y venía, llevaba la sensual lengua de un lado a otro en movimientos pendulares, mientras el joven se limitaba a gemir ante esa sensación de absoluto placer.
Luego se retiró un instante, saboreó sus labios y se tocó la entrepierna, ahí estaba su virilidad, turgente, lista para la acción.
Fue el acto de amor más grande que jamás hayan tenido ¡Como se movían, como gemían, como se dejaban seducir por el encanto del otro! Era hacer el amor pero en una bella poesía, en un libro romántico o como los dioses en el olimpo.
Quedaron después tendidos sobre el lecho, sudados y cansados, se miraron y rieron, era la entrega de los corazones enamorados en la danza del amor más lujurioso y ferviente. Ellos sabían que si el mundo quería detenerse y estallar en ese mismo momento, podía hacerlo tranquilamente, pues estaban tan entregados a sus pasiones, que ya nada importaba.
UNA CHICA DOS SALAVAJES
Por...MARK
La muchacha salió corriendo por entre los matorrales espesos de una jungla extraviada en medio de la nada. Por algún motivo había llegado allí junto a un grupo de expedicionarios británicos, que intentaban lanzarse a la aventura, dejando que el viento guiara sus destinos. Así fue como terminaron en ese lugar infernal, que al prncipio se mostraba amable con sus animales, sus plantas y sus frutas...esas deliciosas y sabrosas frutas. Pero todo terminó cuando llegó la tribu al encuntro de ese grupo de extraños. Éstos eran hombres de otros tiempos, con la piel oscura como la sombra de una palmera sobre la arena, medían un poco mas del metro noventa, completamente pintados de blanco, con alguna tintura primitiva. En sus manos portaban rudimentarias cuchillas y algunos unas hachas improvisadas con piedras en el filo y cabos de huesos.
El encuentro pareció amistoso, pero ojalá todo hubira permanecido de aquella manera. Los sucesos empezaron a ponerse extraños un mañana como siempre en la jungla, cuando al parecer el líder de aquella comunidad de salvajes insistía con gestos extraños pero corteses, para que los siguieran. Los expedicionarios, que eran inteligentes, dudaron un poco, pero al final accedieron, tal vez allí econtrarían algo más que les pudiese servir, oro o joyas por ejemplo.
Caminaron alrededor de una dos horas por parajes sorprendetes e idílicos, hasta llegar a las puertas de la tribu, una especie de villa, con casas precarias pero sólidas, que bordeaban una majestuosa cascada, que caía con fuerza, trayendo en su garganata un agua cristalina y pura. Parecía a simple vista como un espejo, ya que en esas aguas, se dibujaba el contorno de las casas de aquellos peculiares mordores de la selva.
Estuvieron juntos un par de días, esos salvajes los alimentaban y los atendían muy bien, nadie supo porque, algunos decían que era por ser blancos, otros por ser ingleses ¡Pobre de ellos, si supieran que su destino es peor que el de los cerdos en las granjas!
La primera víctima cayó una tarde, mientras el sol empezaba a ponerse por las colinas. Tomaron a un marinero y ahí nomás lo degollaron. Luego otro y otro, finalmente llegó el turno del capitán, éste último primero fue despojado vivo de sus genitales, pues allí estaba su hombría, estos salvajes pensaban que al comerse dichos órganos tendrían su fuerza. Para el último dejaron a la muchacha, pero en cuanto tuvo la oportunidad se escabulló, golpeando al centilena que se encargaba de vigilarla, con una roca.
Y así es como llegamos al principio de nuestra historia. De tanto correr ya era de día, y el jefe de la tribu había mandado para capturarla a solo dos de sus mejores guerreros. Dos muchachos jóvenes, de buen físco, largas cabelleras, y piernas veloces. Eran ágiles corredores y buenos olfateando a sus presas. Ambos guerreros salieron a la vez que los primeros rayos del sol brillaban sobre el cielo despejado.
La muchacha corría y corría, quería llegar al bote en el que habían venido para intentar remar en dirección al barco, si bien allí no había nadie, por lo menos estaría alejda de esa inhumana civilización.
Se detuvo por un momento en un claro para tomar un poco de aire. Sabía que estaba perdida, pero lo iba a intentar. De la nada, ese sonido de pies ligeros y gritos agudos en forma de códigos de lenguje la rodearon. La habían encontrado. Su carazón comenzó a latir, el miedo la envolvió, quiso dar un paso para escapar pero una flecha, livinana como mortal, se clavó en su rodilla. Un grito duro, de dolor intenso salió de su garganta. Se desmayó al instante.
Cundo reacciónó, el dolor le volvió como una ola de incesante sufrimiento. Quiso gritar pero se vio con la boca vendada, al igual que las manos y los pies. Al rededor de ella había dos salvajes que la rodeaban. En un instante, le arrancaron la ropa, pero no tenían ninguna otra intención más que observar su desnudéz. Uno de los salvajes se alejó por un momento mientras que el otro afilaba un cuchillo. Finalmente llegó el segundo salvaje con una rama gruesa y larga. El primer salavje dejó de afilar el arma, y comenzó a sacarle punta a aquella rama, como si de un lápiz se tratase.
Finalmente, terminó con su labor, y el otro había cavado un pozo de un tamaño mediano en el centro del claro, rodeado por unas gruesas ramas. El primero tomó el palo y lo clavó en el pozo, de modo que la punta estuvie mirando hacia ariba. Improvisaron en un momento una larga cuerda con lianas, haciendo trenzas y ajustando, de modo que aquella soga fuera fuerte. Tiraron las lianas sobre una rama, y la punta cayó del otro lado, con esta misma ataron a la chica que gritaba y no dejaba de moverse. Como pudieron la mañataron, y a modo de polea, tiraron la cuerda del otro extremo y la dejaron colgando.
Uno de los salvajes la tomó por las piernas y la colocó a unos centímetros de la punta del palo. El otro hacía fuerza para intentar sostener la cuerda. El salvaje que estaba agarrando los pies de las chica, escupio en sus dedos y se los paso por entremedio de las nalgas. Rió un intante cuando noto algo de materia fecal, pero no le importó, sabía lo que hacía el miedo.
Estuvo unos segundos la joven allí, y bajo las instrucciones del primer salvaje comenzaron a bajarla poco a poco, al tiempo que aquella punta comenzaba a introducírsele por el ano, destruyendo tejidos y sangrando. Sus gritos de dolor no hacían más que alimentar la felicidad de esos salvajes.
Finalmente llegó casi a la mitad del palo, el cuerpo muerto de la chica penetrada se desangraba. Los salvajes danzaron a su alrededor, manoseron su cuerpo, eyacularon y al final se marcharon, satsifechos por su gran hazaña.
Venía de la calle, cuando un espantoso dolor de estómago lo invadió. Era una punzada que le anunciaba la búsqueda inmediata del baño de su casa, de una manera urgente. Aquella habitación era hermosa, perfectamente blanca, donde todo estaba acomodado y nada se salía de su lugar. Aquel baño era la definición de pulcritud.
Así como vino, se bajó los pantalones y empezó a hacer el ritual de quienes tienen la necesidad de defecar. Todo parecía normal y hasta incluso agradable, si no fuera porque sintió brotar de él algo que no era muy sólido que digamos, era más bien líquido y escurridizo.
Aun con los pantalones bajos se levanto de su asiento para ver que era aquello. Fue en ese momento cuando sintió que esa misma sustancia le corría por las piernas. Llevó su mano a la entrepierna y al verla notó que estaba manchada de sangre, al igual que sus piernas y el pantalón.
De a poco, el baño que parecía impecable, comenzó a teñirse de un rojo brillante.
Su reacción más inmediata fue buscar papel higiénico para tratar de hacer presión sobre la aparente herida y así detener el sangrado. Pero no hubo caso, cada porción de papel que completaba el rollo se disolvía ante la sangre que parecía brotar cada vez más. Con inteligencia, antes que desesperación, decidió con un dedo, evaluar la zona. Rodeó el contorno de su ano, pero no había nada. Pensó entonces que el problema estaría adentro, con un leve dolor metió su dedo, y logró encontrar el problema. Una serie de granitos o más bien venitas inflamadas producían aquel sangrado.
Con determinación se quitó el pantalón, dio uno paso hasta el botiquín y extrajo una hoja de afeitar, tomó el alcohol que estaba al lado del utensilio, y mojó por completo la hoja.
Como pudo se tiró en el piso de la ducha, ésta empezó a mancharse inmediatamente de rojo. Se apoyó contra la pared, abrió sus piernas y con dos dedos apartó las nalgas de modo que la zona quedara libre. Lanzó un suspiro, y prosiguió.
La hoja de afeitar cortó la zona del ano dividiéndola en dos, tuvo que repasar el corte varias veces pues no era fácil tal empresa. El dolor lo hacía llorar, pero no había otro camino. Finalmente, entre el corte localizó la raíz del problema y con los temblores de un cuerpo adolorido, cortó aquello.
No paraba de dar gritos, le dolía de una manera que no se la hubiera deseado ni al más grande de sus enemigos.
Despues de un par de segundos, rebanó el último hilo de carne que sostenía aquellas venas inflamadas. La sangre lo había salpicado todo, el baño parecía el escenario de una brutal masacre.
Levantó su trofeo y aún goteaba en forma de hilo aquel líquido rojo. La cirugía había sido un éxito, de no ser porque la sangre que había perdido, lo hizo quedarse dormido.
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