viernes, 1 de marzo de 2024

MICRORRELATOS A-NALES

    

¡ADVERTENCIA!

LOS SIGUIENTES TEXTOS QUE ACONTINUACIÓN SE PRESENTAN, SON DE CONTENIDO DELICADO Y/O EXPLÍCITO. 

SI ES USTED UNA PERSONA SENSIBLE A LA VIOLENCIA, AL CONTENIDO ERÓTICO EXPLÍCITO O MENOR DE EDAD, SE RECOMIENDA NO SEGUIR BAJANDO. 

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MUCHAS GRACIAS POR SU ATENCIÓN.

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ANUS

Por..MARK

  El cuerpo del amante yacía en toda su longitud sobre la alcoba, iluminado por una pequeña lámpara y un conjunto de trece velas. Su cuerpo, joven y placentero (de unos veinte años o un poco más), seducía del otro lado de la cama a un hombre, de unos treinta años de edad quizás, que se mostraba completamente erotizado por esa presencia. Los muslos, la espalda, los brazos, el cuello, todo hacía en él, encender la llama de la pasión.

   Con sumo cuidado se balanceó desnudo sobre el cuerpo del otro, que pudo sentir el contacto. Con movimientos lentos recorrió su espalda dorada, y se dirigió al cuello, donde comenzó a besarlo apasionadamente.

   Despúes hizo una pausa, breve pero necesaria, luego dirigió su atención sobre la espalda del joven, que brillaba emitiendo una luz color oro, bajo las velas y el candil.

   Recorrió con soltura esa espina dorsal hasta llegar a su objetivo. Los glúteos del muchacho se le hacían apetecibles para su instinto animal. Los besó, los saboreó, y con una delicadeza, abrió esas dos redondeces y encontró lo que habia venido a buscar. Ese tesoro lo enloquecía.

   Acercó cariñosamente su naríz y olfateó aquello como un perro manso. Ese olor dulzón lo sedujo, sacó su lengua y empezó a lamer de maneras juguetonas. Iba y venía, llevaba la sensual lengua de un lado a otro en movimientos pendulares, mientras el joven se limitaba a gemir ante esa sensación de absoluto placer.

   Luego se retiró un instante, saboreó sus labios y se tocó la entrepierna, ahí estaba su virilidad, turgente, lista para la acción. 

   Fue el acto de amor más grande que jamás hayan tenido ¡Como se movían, como gemían, como se dejaban seducir por el encanto del otro! Era hacer el amor pero en una bella poesía, en un libro romántico o como los dioses en el olimpo.

   Quedaron después tendidos sobre el lecho, sudados y cansados, se miraron y rieron, era la entrega de los corazones enamorados en la danza del amor más lujurioso y ferviente. Ellos sabían que si el mundo quería detenerse y estallar en ese mismo momento, podía hacerlo tranquilamente, pues estaban tan entregados a sus pasiones, que ya nada importaba.



UNA CHICA DOS SALAVAJES

Por...MARK

   La muchacha salió corriendo por entre los matorrales espesos de una jungla extraviada en medio de la nada. Por algún motivo había llegado allí junto a un grupo de expedicionarios británicos, que intentaban lanzarse a la aventura, dejando que el viento guiara sus destinos. Así fue como terminaron en ese lugar infernal, que al prncipio se mostraba amable con sus animales, sus plantas y sus frutas...esas deliciosas y sabrosas frutas. Pero todo terminó cuando llegó la tribu al encuntro de ese grupo de extraños. Éstos eran hombres de otros tiempos, con la piel oscura como la sombra de una palmera sobre la arena, medían un poco mas del metro noventa, completamente pintados de blanco, con alguna tintura primitiva. En sus manos portaban rudimentarias cuchillas y algunos unas hachas improvisadas con piedras en el filo y cabos de huesos. 

   El encuentro pareció amistoso, pero ojalá todo hubira permanecido de aquella manera. Los sucesos empezaron a ponerse extraños un mañana como siempre en la jungla, cuando al parecer el líder de aquella comunidad de salvajes insistía con gestos extraños pero corteses, para que los siguieran. Los expedicionarios, que eran inteligentes, dudaron un poco, pero al final accedieron, tal vez allí econtrarían algo más que les pudiese servir, oro o joyas por ejemplo. 

   Caminaron alrededor de una dos horas por parajes sorprendetes e idílicos, hasta llegar a las puertas de la tribu, una especie de villa, con casas precarias pero sólidas, que bordeaban una majestuosa cascada, que caía con fuerza, trayendo en su garganata un agua cristalina y pura. Parecía a simple vista como un espejo, ya que en esas aguas, se dibujaba el contorno de las casas de aquellos peculiares mordores de la selva.

   Estuvieron juntos un par de días, esos salvajes los alimentaban y los atendían muy bien, nadie supo porque, algunos decían que era por ser blancos, otros por ser ingleses ¡Pobre de ellos, si supieran que su destino es peor que el de los cerdos en las granjas! 

   La primera víctima cayó una tarde, mientras el sol empezaba a ponerse por las colinas. Tomaron a un marinero y ahí nomás lo degollaron. Luego otro y otro, finalmente llegó el turno del capitán, éste último primero fue despojado vivo de sus genitales, pues allí estaba su hombría, estos salvajes pensaban que al comerse dichos órganos tendrían su fuerza. Para el último dejaron a la muchacha, pero en cuanto tuvo la oportunidad se escabulló, golpeando al centilena que se encargaba de vigilarla, con una roca.

   Y así es como llegamos al principio de nuestra historia. De tanto correr ya era de día, y el jefe de la tribu había mandado para capturarla a solo dos de sus mejores guerreros. Dos muchachos jóvenes, de buen físco, largas cabelleras, y piernas veloces. Eran ágiles corredores y buenos olfateando a sus presas. Ambos guerreros salieron a la vez que los primeros rayos del sol brillaban sobre el cielo despejado.

   La muchacha corría y corría, quería llegar al bote en el que habían venido para intentar remar en dirección al barco, si bien allí no había nadie, por lo menos estaría alejda de esa inhumana civilización. 

   Se detuvo por un momento en un claro para tomar un poco de aire. Sabía que estaba perdida, pero lo iba a intentar. De la nada, ese sonido de pies ligeros y gritos agudos en forma de códigos de lenguje la rodearon. La habían encontrado. Su carazón comenzó a latir, el miedo la envolvió, quiso dar un paso para escapar pero una flecha, livinana como mortal, se clavó en su rodilla. Un grito duro, de dolor intenso salió de su garganta. Se desmayó al instante.

  Cundo reacciónó, el dolor le volvió como una ola de incesante sufrimiento. Quiso gritar pero se vio con la boca vendada, al igual que las manos y los pies. Al rededor de ella había dos salvajes que la rodeaban. En un instante, le arrancaron la ropa, pero no tenían ninguna otra intención más que observar su desnudéz. Uno de los salvajes se alejó por un momento mientras que el otro afilaba un cuchillo. Finalmente llegó el segundo salvaje con una rama gruesa y larga. El primer salavje dejó de afilar el arma, y comenzó a sacarle punta a aquella rama, como si de un lápiz se tratase.

   Finalmente, terminó con su labor, y el otro había cavado un pozo de un tamaño mediano en el centro del claro, rodeado por unas gruesas ramas. El primero tomó el palo y lo clavó en el pozo, de modo que la punta estuvie mirando hacia ariba. Improvisaron en un momento una larga cuerda con lianas, haciendo trenzas y ajustando, de modo que aquella soga fuera fuerte. Tiraron las lianas sobre una rama, y la punta cayó del otro lado, con esta misma ataron a la chica que gritaba y no dejaba de moverse. Como pudieron la mañataron, y a modo de polea, tiraron la cuerda del otro extremo y la dejaron colgando.

  Uno de los salvajes la tomó por las piernas y la colocó a unos centímetros de la punta del palo. El otro hacía fuerza para intentar sostener la cuerda. El salvaje que estaba agarrando los pies de las chica, escupio en sus dedos y se los paso por entremedio de las nalgas. Rió un intante cuando noto algo de materia fecal, pero no le importó, sabía lo que hacía el miedo.

   Estuvo unos segundos la joven allí, y bajo las instrucciones del primer salvaje comenzaron a bajarla poco a poco, al tiempo que aquella punta comenzaba a introducírsele por el ano, destruyendo tejidos y sangrando. Sus gritos de dolor no hacían más que alimentar la felicidad de esos salvajes. 

  Finalmente llegó casi a la mitad del palo, el cuerpo muerto de la chica penetrada se desangraba. Los salvajes danzaron a su alrededor, manoseron su cuerpo, eyacularon y al final se marcharon, satsifechos por su gran hazaña.



CARACULO

Por...MARK


  Sí, siempre fui un muchacho medio extraño, un «rarito» como me decían durante toda la escuela secundaria. Eran días donde debía tragarme hora tras hora, los insultos de varios chicos con problemas parentales. Me hacía mal oír sus voces chillonas ¿Nadie se daba cuenta que me hacían daño?... Na, a la gente no le importa, ni a los adultos menos, más aún cuando mis padres eran dos personas depresivas, sumidas en sus mierdas. A duras penas se esforzaban para trabajar y traer algo de dinero. No sé como carajo hacían para pagar el alquiler mensualmente y la cuota del colegio. 

   Pero dejemos a mis padres de lado, ellos no son las estrella de esta historia, aunque todos se preguntan (incluidos ellos), como hicieron para darle forma a un hijo así, a un «monstruo», como se referían a mí. De igual manera me gustaba más que «rarito» Aunque ahora tengo otro apodo mucho mejor me dicen: «el caraculo».

  Si sigues leyendo te diré el porque de mi apodo ¿Te quedarás verdad? Te prometo que no te defraudará mí historia. Verás, es algo que tiene que ver con la venganza, con ese deseo de querer subsanar un dolor, pero de formas poco tradicionales pongamosle.

 Para redondear el asunto, vamos a decir que cuando finalicé la secundaria, salí de allí con esa sensación nerviosa de querer hacer algo para mejorar mí vida ¿Qué podía hacer entonces? Nada más que sellar esa venganza con sangre. 

   Me dediqué día tras día a capturar a cada una de mis víctimas, esos compañeros idiotas que se creían mejor que yo, más listos e inteligentes. No fue fácil darme el lujo de cazarlos a todos, pero logré acabar con la vida de cinco de ellos.

   Sabía de mí logro, pero no quería que sean solo sus muertes lo que me hicieran famoso... Necesitaba dejar una marca registrada, ya saben como un logo o una insignia de lo magnífico de mis victorias. Finalmente después de pensar, me fijé en sus anatomías y había una en particular que me llamaba la atención. Sus anos, todos magullados, fueron desprendidos y pegados en sus cabezas, que entregué a la puerta de cada uno de los padres que buscaban desesperados a sus hijos ¿Quien era el raro ahora? Al menos no era el único con cara de culo.


AIMA REIN

Por...MARK


  Venía de la calle, cuando un espantoso dolor de estómago lo invadió. Era una punzada que le anunciaba la búsqueda inmediata del baño de su casa, de una manera urgente. Aquella habitación era hermosa, perfectamente blanca, donde todo estaba acomodado y nada se salía de su lugar. Aquel baño era la definición de pulcritud.

  Así como vino, se bajó los pantalones y empezó a hacer el ritual de quienes tienen la necesidad de defecar. Todo parecía normal y hasta incluso agradable, si no fuera porque sintió brotar de él algo que no era muy sólido que digamos, era más bien líquido y escurridizo.

   Aun con los pantalones bajos se levanto de su asiento para ver que era aquello. Fue en ese momento cuando sintió que esa misma sustancia le corría por las piernas. Llevó su mano a la entrepierna y al verla notó que estaba manchada de sangre, al igual que sus piernas y el pantalón.

   De a poco, el baño que parecía impecable, comenzó a teñirse de un rojo brillante.

   Su reacción más inmediata fue buscar papel higiénico para tratar de hacer presión sobre la aparente herida y así detener el sangrado. Pero no hubo caso, cada porción de papel que completaba el rollo se disolvía ante la sangre que parecía brotar cada vez más. Con inteligencia, antes que desesperación, decidió con un dedo, evaluar la zona. Rodeó el contorno de su ano, pero no había nada. Pensó entonces que el problema estaría adentro, con un leve dolor metió su dedo, y logró encontrar el problema. Una serie de granitos o más bien venitas inflamadas producían aquel sangrado.

   Con determinación se quitó el pantalón
, dio uno paso hasta el botiquín y extrajo una hoja de afeitar, tomó el alcohol que estaba al lado del utensilio, y mojó por completo la hoja.

  Como pudo se tiró en el piso de la ducha, ésta empezó a mancharse inmediatamente de rojo. Se apoyó contra la pared, abrió sus piernas y con dos dedos apartó las nalgas de modo que la zona quedara libre. Lanzó un suspiro, y prosiguió.

   La hoja de afeitar cortó la zona del ano dividiéndola en dos, tuvo que repasar el corte varias veces pues no era fácil tal empresa. El dolor lo hacía llorar, pero no había otro camino. Finalmente, entre el corte localizó la raíz del problema y con los temblores de un cuerpo adolorido, cortó aquello.

   No paraba de dar gritos, le dolía de una manera que no se la hubiera deseado ni al más grande de sus enemigos.

    Despues de un par de segundos, rebanó el último hilo de carne que sostenía aquellas venas inflamadas. La sangre lo había salpicado todo, el baño parecía el escenario de una brutal masacre.

    Levantó su trofeo y aún goteaba en forma de hilo aquel líquido rojo. La cirugía había sido un éxito, de no ser porque la sangre que había perdido, lo hizo quedarse dormido.



EN EL TALLER DEL ABUELO

Por...MARK


    Me fascinaba ver a mi abuelo trabajar con sus heramientas en el taller que tenía al lado del garaje, un pequeño galpón rodeado de cosas con las cuales hacía sus grandiosos inventos. De echo, ahora que lo pienso bien, me excitaba mucho ver a hombres trabajando, blandiendo los martillos o las pinzas, sudados y agitados, con la cara machada, pero con esas manos fuertes capaz de romperme la cara. No me malinterpreten, no digo que me excitaba mi abuelo, no podría ni en mis sueños poder calentarme con ese viejo. Despues de todo yo era su nieta favorita. Aunque si me habia enamorado de alguno de sus amigos. Fue durante un verano en su casa. Si, así es, perdí mi virginidad a los diesiocho años con un anciando de sesenta. Cosas que pasan... Pero, no era en sí el morbo hacia una persona mayor lo que me atraía, había ahí algo más. Lo digo porque esa fue la primera y última vez que tuve sexo con alguien.

   Buscaba otra cosa, algo que fuera un poco diferente. Pongamoslo de la siguiente manera: no era el sujeto lo que me erotizaba sino la herramienta que estaba usando. Tengo recuerdos muy presentes de cuando mi abuelo, una vez que terminaba de usar el martillo y se iba a la casa a tomar un descanso, yo tomaba ese objeto y comenzaba a suvirme un calor que me movía por completa. Luego, con una lengua juguetona chupaba el mango hasta que me tocaba el fondo de la garganta. Despúes subía hacia la cabeza de acero, lamía su superficie y luego ésta iba a parar entre mis piernas, allí el frío de la herramienta se fundia con el calor húmedo de mi vagina. Y así me masturbaba, luego lo limpibaba y lo dejaba en su lugar.

   Cuando mis abuelos nos estaban en casa, el taller era mi sala de placer, allí jugaba con los destornilladores (una fiesta para mi ano), con las pinzas y las llaves, que me pentraban mejor que el pene de aquel viejo decrépito.

  Siempre todo era placer, después de una de esas sesiones lujuriosas, mis piernas quedaban en un constante temblor, mi voz salía jadante, así que envuelta en ese éxtasis, me iba a mi cuerto satsifecha.

   Nunca habia ido más allá de eso, pero en un momento de soledad quise experimentar algo nuevo, digamosle: hardcore. Había un grupo de herramientas que nunca utilizaba, eran el taladro y la amoladora. Esta última me daba un poco de miedo así que la utilicé desenchufada, para el taladro tenía algo más especial. 

   El disco de la amoladora corría suave por entre el tajo que conformaba mi vagina humeda y excitada. Yo jadeaba y me enloquecía cada vez más. Con una pinza apretaba levemente mis pezonenes, haciéndome gemir. 

   Había entrado en un estado lujurioso intenso, miré a mi izquierda y ahí estaba el taladro, esperándome, seduciéndome. Apreté la pinza un poco más fuerte y mi pezón sangró, pero no me importaba, estaba prendida fuego. Solté la amoladra, cuyo disco estaba ya humedecido por mis fluidos y me terminé de desnudar. Tomé entonces el taladro, busqué las mechas en el cajón, y saque una de las más finas, quería ir graduando de a poco el placer. Ya sabes, como las mujeres que usan dierentes tamaños de dildos. 

   En pocos segundos coloqué la mecha y me puse en posición de perrito, y comenzé a frotar el taladro contra mi ano, me excitaba mucho eso. Intenté introducir la punta de la mecha pero me hizo doler ¡Claro, que tonta había sido, necesitaba lubricación!

   Agarré la botella de aceite de motor que mi abuelo usaba para aflojar tornillos o lubricar alguna cosa, y remojé la mecha por completo, luego me tiré aceite por todo el cuerpo, y la mecha entró sensual, aunque con un poco de dolor. Pero faltaba algo más, este placer que me carcomía, solo se iba a sellar cuando alcanzara el orgasmo. 

   Saqué el taladro de mi culo, lo dejé a un lado, conencté el alarge y lo enchufé. El taladro giró bruscamente la mecha y yo sonreí. Me puse en cuatro patas e introduje la mecha poco a poco, respiré hondo, y apreté el gatillo.

  Todo adentro de mí se revolvió, sentí la carne y los músculos desgarrarse, mientras la sangre brotaba en chorros densos. Pero el placer era mas fuerte que el dolor. Hasta que deje de tener fuerzas, y el taladro se detuvo, me quedé en el piso, satisfecha, sabiendo que ese había sido el mejor sexo de toda mi vida.

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