CAMINANDO HACIA LA MEJOR VERSIÓN
YO TAMBIÉN SOY HUMANO, YO TAMBIÉN SOY DÉBIL, YO TAMBIÉN SOY UN SER DE GUERRA
Por...MARK
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«La violencia es el
último recurso del
incompetente»
(Isaac Asimov)
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«El que se enoja pierde» dice ese famoso refrán, y yo ya llevo perdiendo desde hace un largo tiempo. Padezco algo que no puedo controlar, son instantes breves en los que me invade una ira absoluta, que me obliga a decir cosas que no quiero o a romper objetos que por ahí tienen algún valor.
Por eso busco hoy en el Desarrollo Personal Esotérico, las respuestas, y espero que al escribir este nuevo eje, pueda, a través de la catarsis, hallar respuestas para dar paso al cambio, eliminando así esa violencia natural que hace daño a uno mismo y a los demás.
Lo dije bien «violencia natural», porque somos naturalmente salvajes, pero al vernos involucrados en una sociedad, necesitamos apaciguar ese remolino de ira que a veces nos invade. Por eso, tarde o temprano, terminamos explotando y salpicando con nuestro malestar, a cuanta persona se meta en nuestro camino.
Yo lo reconozco, a veces ese sentimiento de ira se hace tan fuerte que me resulta casi imposible poder reprimirlo, y por más breve que sea, no deja de ser incómodo para mí y para el resto. Estoy seguro que no soy el único que padece estos ataques precoces de ira, son un malestar que aqueja a todas las personas del globo, generados especialmente por el ritmo tan frenético en el que se desarrolla la vida actual. Las corridas de un lugar a otro, el estrés de los trabajos mal pagos, la falta de motivación y su contraparte, el positivismo tóxico del «puedo con todo», dan paso a la figura de un humano acabado, sometido a un círculo vicioso de esfuerzo constante en donde se le prometió algo que jamás va a poder obtener. Una vez que perdió el control de su existencia, es presa fácil de la vorágine de la vida diaria. Allá afuera, en la calle, hay un mundo repleto de microviolencias que se suscitan unas a otras, escalando en grados cada vez más alarmantes. La violencia social, se introduce cuál virus, en el cerebro humano, y una vez gangrenado todo, culmina entonces volviendo al ser en un autómata violento, para unirse así a la forma de marchar de las masas ignorantes.
Hay que prestarle mucha atención a las microviolencias, porque pueden darnos pistas de que tal vez no estamos en el mejor momento o nos encontramos atravesando alguna crisis que merece ser atendida. Los primeros indicios de microviolencias no son perceptibles a primera vista, porque son de estructura más capilar, se presentan por ejemplo en el alumno que golpea con intención de lastimar a otro compañero. También lo podemos ver en los casos de maltrato por parte de los jefes a sus empleados en los diversos puestos de trabajo o en el cruce de palabras entre los conductores que van apurados por la calle, cuando algún transeúnte cruza lo más tranquilo por la senda peatonal, y no miran si alguien viene.
Nosotros mismos somos creadores y replicadores de microviolencias, que se dan en ese estallido breve, en el que liberamos las tensiones. Ésta explosión puede ser multifactorial: a veces el ritmo de vida, otras veces se debe a algo que pasó durante el día y que intentamos reprimir, pero quizá, al poner un pié en casa algo nos hace estallar.
Pero esos actos fugaces de violencia nos señalan que algo no está bien en nosotros, nos muestran que se ha producido un desequilibrio en nuestro ritmo de vida y nos ha hundido en la oscura desesperación de querer arreglar ese desajuste, escupiendo esos diablos que nos tragamos, sin medir las consecuencias.
Aquí es cuando tenemos que tratar de recuperar la magia alquímica y revertir esa agresividad, para dar paso a la positividad. Aplicar la alquimia puede funcionar, pero creo que aquí entra en juego uno de los principios herméticos, que para mí es vital: Todo es Mente (primer principio). Con esta afirmación, podemos entender que los estadios de la consciencia pueden ser manipulados a voluntad y podemos entonces conseguir bloquear la violencia. Sin embargo no es fácil. Lo sé por experiencia propia, ya que me resulta muy difícil poder crear variables en las que mi mente logre subsanar el mal que quiere salir.
Es tan fuerte el impulso primitivo de dañar—o dañarme— que resulta muy agotador, en cuanto al trabajo mental, para volver a un estado de serenidad. Pero desde ya, no es imposible.
Lo mejor que se puede hacer para contrarrestar esa parte violenta, es en primera instancia, reconociéndola. Mientras más rápido aceptemos que ese monstruo vive en nosotros, más fácil será después tratar de revertir esa conducta.
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«Mata el miedo que guarda el animal.
Limpia el cuerpo, pues dentro de él estás.
Si buscas libertad, ya no andes
por fuera».
(«Tu eres su seguridad» - Hermética [1989] )
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Considero que el camino al perfeccionamiento, está basado enteramente en la paz individual, en la búsqueda de un equilibrio interno que logre ajustar lo primitivo que se anida en nosotros y lo divino que nos completa. Somos pues la versión hecha carne del diablo y el ángel que posados sobre nuestros hombros, nos guían para un lado u otro del camino. El libre albedrío nos da el pase libre (valga la redundancia) para hacer cualquier cosa, desconociendo muchas veces que puede, frente a una acción inadecuada, venir una reprimenda.
El caos global es parte de esas represalias que el destino nos está haciendo padecer, para que entendamos que vivir como lo estamos haciendo solo nos llevará a la ruina. El hombre se fagocita a sí mismo, y prefiere los horrores de la guerra, en vez de un mundo unido por el compromiso de una sociedad global enfocada en el progreso. No podemos llamarnos civilizados, si aún seguimos promoviendo y patrocinando carnicerías legales como la guerra.
Lo más triste del negocio de la violencia, es que allá, ocultos entre el velo de lo político, se hallan los verdaderos señores de la muerte, que negocian la sangre, que arreglan guerras, que necesitan de ese dolor para poder sentir que dominan el mundo, pero la tierra no es de ellos, me atrevería a decir que es de Dios, pero no puedo confirmar su existencia ni su dominio sobre este globo, pero puedo afirmar que cada palmo de ciudad, selva, bosque, desierto o montaña, es un patrimonio de la humanidad en general, y es una verdadera lástima que todo tenga que pasar por el maldito acto deshumanizado de tener que matar a un hermano, para poder expandir una nación, o castigar cierto sector porque no piensa como se supone que se debe pensar.
Las guerras son los impulsos violentos de personas que no hacen el trabajo de pararse a pensar para saber que están absolutamente equivocados. No se toman el trabajo de escucharse, de analizarse, porque prefieren hacer caso a esa voz inconsciente del ser primitivo, que otrora necesitó de la violencia para poder sobrevivir, pero hoy en esta tierra, no existen ya letales depredadores como hace dos o tres millones de años atrás. Aunque viéndolo más de cerca, somos nosotros mismos nuestros propios victimarios, nuestros depredadores ¿Debemos tenernos miedo? En absoluto, debemos entendernos para enfrentarnos desde lo interno hasta lo externo. Recuerda que tu cuerpo es sólo fachada, el actúa a voluntad, tan solo ejecuta lo que lo interno dice. Si el interior te dice «¡Mátalos!», cualquier arma te servirá para hacer su voluntad, pero si tu voz interna te dice «¡Amalos!» buscarás la forma de proteger aquello que es preciado para vos.
Tenemos en nuestras manos la obligación moral y ética de cuidar la vida, no de destruirla para demostrar superioridad, eso es completamente ridículo y una falta de respeto a la inteligencia humana.
Repito siempre que la violencia es el arma del ignorante y creo que no me equivoco, aquellos que impulsan la maquinaria destructiva, no poseen nada de valor en sus cerebros, mientras que nosotros, personas comunes que luchamos por erradicar esa violencia de nuestro cuerpo, tenemos mucho más para darle a esta esfera de tierra y agua, porque sabemos que los caminos de oscuridad, solo llevan a un solo lugar: la tumba.
Más allá de toda esta palabrería, hay que decir lo amargo que es todo.
Viéndolo desde otra perspectiva, somos animales de costumbre que se habitúan a ciertos comportamientos a tal punto que tendemos a normalizarlos, y cuando aconteceres tan salvajes como las masacres ocasionadas por la guerra, pasan como algo tan normal ante nuestro ojos de pantalla, nos damos cuenta que como humanidad ya estamos entregados. Hemos perdido la sensibilidad, entre tanto estímulo nos volvimos incapaces de sentir, como si un mecanismo interno (creado adrede, por las compañías de tecnología) nos bloqueara esa parte que nos hace sentirnos mal ante las más aberrantes injusticias. Si las microviolencias pasan desapercibidas en la era actual, las macroviolencias que se ven en Medio Oriente o en Asia, pasan totalmente como actos normales ¿Acaso nos volvimos locos?
Dejo en claro que la normalización de los actos aberrantes deben detenerse. Tan sólo imaginen lo desastroso que sería nuestro pasar por este planeta, si viéramos nuestra violencia como algo que está completamente asumido. Si empezamos a hacer de nuestros comportamientos agresivos el pan de cada día, terminaremos en la ruina, y el trabajo de tratar de ser mejores seres humanos, sería tirado por la borda. Todo esfuerzo vale la pena mientras se siga viviendo, retroceder es igual a morir.
Vale la pena entonces el intento por mejorar y mejorarnos (en el sentido colectivo), pues al final del día todo se trata de ir siempre hacia adelante.
Continuará...
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