CUANDO LA ESCRITURA SE VUELVE UN CHISTE
¿UNA BURLA A LA HISTORIA LITERARIA ARGENTINA O UNA FORMA DE LLAMAR LA ATENCIÓN?
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«No podría decir que
me apasiona más, si
transformar la tierra
en vida o mostrar la
vida de mi tierra».
(Molina Campos)
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PARTE I
— De lo particular —
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Escribir es un proceso que se hace en total y absoluta libertad.
A la hora de hacer arte, soy el primero que cree que uno puede ilustrar con palabras las cosas más bellas o las más grotescas jamás creadas, pues esa libertad, que en principio se muestra seductora, es la que nos empuja a querer quebrar ciertos límites, para perseguir un propósito claro, a veces puede ser buscar conmover, en algunos casos transmitir terror o buscar adrede ser lo más aberrante y desagradable posible.
Es precisamente la palabra «desagradable» la que describe perfectamente el texto que hoy traigo, no para analizar a profundidad—porque no tiene nada bueno para contar— sino para denunciarlo como una obra vacía que le falta el respeto a un personaje histórico de la literatura gauchesca, porque es el Martín Fierro (Autor: José Hernández) una obra sin igual que marcó y reivindicó la identidad gaucha, en una época en la que se buscaba el modelo europeo, lejos de la barbarie del hombre de las pampas.
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Esta crítica, si se la puede llamar así, no tiene intenciones oscuras ni viene acompañada de ninguna fobia, simplemente que es indignante lo que hacen algunas personas con ciertos próceres literarios. Pero pasemos mejor a ilustrar un poco lo que nos cuentan las cinco páginas que componen este relato tan absurdo.
«El Amor» es un texto breve escrito por Martín Kohan, perteneciente la obra «Cuerpo a Tierra», un compendio de diferentes cuentos que fue publicado en el año 2015. Pero en lo que respecta al texto que mencioné arriba—eje central de todo esto— parece estar hecho a modo de remake, reconstruyendo de una manera (cuanto menos curiosa) la huída de Fierro y Cruz, esos dos amigos inseparables de las llanuras pampeanas. Nos habla Kohan de escaparle a la autoridad, del escaparle a la indiada y porque no huir de ellos mismos (que se ve que para la época en la que estos dos se paseaban libres por el árido desierto, estaban bastante deconstruidos).
Después de un largo andar, estos tipos se refugian en un campamento indio, donde les conceden una carpa un poco alejada de lo que es el asentamiento base (beneficios del guión). No voy a entrar en detalles de lo que pasa después, porque lo que me interesa es lo que sucede unos párrafos cerca del final, cuando, en la privacidad de esa carpa (cual interpretación rural tercermundista de «Secreto en la Montaña»), Fierro y Cruz se entregan al más pasional amor homosexual, entre felaciones y un poco de penetración anal.
Me da hasta cierta sensación fea tener que presentar así la amistad entre estos dos compinches entrañables de la literatura argentina, pero parece que para la mente «siempre creativa» del señor Kohan, Martín Fierro y Cruz eran más que solo amigos (como lo eran Batman y Robin para el psiquiatra Fredric Wertham [«La Seducción del Inocente»]).
El texto es incómodo de leer por todos lados, no hay nada que haga que merezca la pena su lectura, ni siquiera está escrito con el suficiente ánimo de querer presentar algo original, porque si sacamos de la ecuación a Martín Fierro y a su amigo Cruz, y ponemos en el lugar de estos dos a gauchos cualquiera, casi que el texto pasaría sin pena ni gloria. Sería tan sólo la fantasía de algún idiota que se masturba con solo imaginar un romance homosexual en la Argentina gaucha de los siglos XVIII-XIX.
Tampoco existe una referencia clara a ese original manuscrito de Martín Fierro, ya que la forma en la que está escrito desecha por completo el rico lenguaje gaucho que le aportaba el contexto necesario a la obra original. Parece más bien, a mis ojos, un fanfic creado por algún adolescente hormonal recién salido del armario.
Una de las razones por las que hasta el día de hoy el Martín Fierro es leído en las escuelas, es porque se presenta como una muestra de la vida rural argentina en el interior de la Pampa, teniendo sus propias costumbres, su propio lenguaje, alejado del refinado españolismo de la época. El gaucho como figura histórica, encierra un mundo en sí mismo, donde prima la hombría, el coraje y el honor de un ser humano entregado a la familia y las labores que acarrea la vida en el campo.
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Quiero cerrar ya este primer capítulo— porque no tengo más nada que decir— agregando que, en primera instancia «El Amor» de Martín Kohan, es una total falta de respeto a un clásico nuestro y que yo especialmente atesoro en mi corazón. Como segunda instancia, me parece absolutamente desubicado que dicho texto se exponga en las escuelas y sea leído por alumnos de secundaria, que seguramente más de uno se ruborizaron al narrar como Cruz saborea el «socotroco» de Fierro, mientras éste gime de placer.
Sin lugar a dudas, «El Amor» de Kohan—y sin ánimo de malicia, ni de ofensa en mis palabras— es el texto más horrible que he leído en mis veintiocho años de vida.
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«La mejor defensa
contra la mala literatura,
es la experiencia plena
de la buena»
(C. S. Lewis)
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PARTE II
— A lo general —
No está bueno juzgar a un libro por su portada ni mucho menos por un capítulo o un párrafo. Por eso es que este segundo apartado nace de la urgencia de tener que reseñar el libro «Cuerpo a Tierra» de Martín Kohan, y no solo enfocarme en un único relato, de los diez que trae, porque obviamente no es justo.
Sin embargo «Cuerpo a Tierra» termina siendo un libro más y no tan increíble como esperaba. Creí tal vez que si ya el relato sobre un universo en el que Martín Fierro explora su costado homosexual era por demás escandaloso, capaz el resto de los textos serían igual o más polémicos. Pero no, son relatos tranquilos, bastante heterosexuales en su mayoría, y casi sin ningún tipo de espinita que me diera a entender un costado ideológico o político-militante-LGBT. Son textos que resultan verdaderamente interesantes, pero no trascienden más allá del papel. Son, en toda regla, obras simplonas.
Más allá del Martín Fierro multicolor, otro relato memorable es «El Matadero», me parece interesante por la atmósfera de terror que logra generar, a pesar de no ser un escrito que haya sido redactado con la intención de dar miedo. También, entre ese mar de palabras, podría resaltar «El tiro de gracia», que más allá de ser breve— el más corto de todos — plantea el desacato a la autoridad de los policías que se quedan embelesados con las hazañas del reo que van a fusilar, y que evidentemente no lo hacen, de no ser porque el destino quiere que, una bala que no iba dirigida para matar, termina haciendo todo lo contrario.
Ya sin más que agregar el libro pasó por mi vida como un manuscrito más del montón, dejándome en la boca un sabor a poco que me dio a entender que tal vez Martín Kohan no es tan controversial como esperaba.
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