miércoles, 22 de octubre de 2025

TEXTOS INÉDITOS - PARTE PRIMERA

 BOSQUEJOS QUE NUNCA VIERON LA LUZ


ESCRITOS RESCATADOS DESDE EL INFRAMUNDO DIGITAL QUE ES MI COMPUTADORA


Por...MARK
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BREVE COMENTARIO

   Un día, estando completamente aburrido, me puse a indagar en el submundo de mi computadora, esperando hallar algo para nada interesante, sin embargo, me topé entonces con lo que hoy aquí se encuentra compilado: un puñado de escritos que recién hoy van a ver la luz, son las joyas que revelan que ni hasta el propio artista sabe la cantidad de obras que ha llegado a producir, hasta que encuentra alguna que otra gema perdida en el laberinto que es su estudio.

   El texto más antiguo que encontré data del año 2015, si bien no es de los primeros escritos, porque escribo desde que tenía unos ocho o nueve años, si es uno de los que se han conservado. Pues hasta el día de hoy, me lamento por haber perdido todos esos textos que alguna vez tuve guardados en las diferentes computadoras que tuve. Más allá de todo eso, se nota en esa producción los errores típicos de alguien que empieza a escribir, a demás de una notable influencia del cine de acción Hollywoodense.

  Los demás textos ya son escritos en un período más cercano, entre el 2021 y el 2024, pareciéndose más a como hoy usualmente escribo. Es decir tiene ya mi propio estilo.

    Sinceramente no sé porque nunca los publiqué, pero sabiendo que nunca es tarde para nada, decidí unirlos en una sola publicación, dividida en dos partes, para que estos textos queden simplemente como una rareza, dentro todo lo que escribo. 


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CAPÍTULO I

a)- Policía/ b)- El Ángel


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a)- POLICÍA 
(Escrito en el año 2015)

Parte 1: Iniciación 

   Mi vida era tranquila, aunque muchos piensen que ser policía conlleva una vida llena de peligros, pero no era ese mi caso, puesto que mi trabajo era estar sentado detrás de de un escritorio analizando expedientes que ya habían sido cerrados, de vez en cuando solía hacer trabajos de campo explorando pequeños recintos en donde las drogas y el alcohol barato inundaban los barrios bajos de Ciudad Marina, al norte de Buenos Aires.

    Tenía una familia muy hermosa, casi perfecta podría decirse, compuesta por mi esposa Julieta y mis dos hijos Juan de tres años y Luciana de seis. Éramos muy felices juntos, solíamos pasear por las tardes en el parque o vacacionábamos en algún lugar de la Argentina, pero por alguna razón de la vida tuvimos que separarnos.
Esa fue una de las decisiones más difíciles que me tocó tomar, pero sabía que en algún momento pasaría.

   Todo ocurrió una noche mientras descansábamos en un hermoso hotel en Salta, cuando unos tipos derribaron la puerta y se abalanzaron contra nosotros, hubo una balacera, recibí un disparo en mi hombro izquierdo pero logré poner en línea a los malditos, suerte que había traído mi arma, una Desert Eagle, que me habían regalado los compañeros de trabajo. 

    Al parecer este intento de matarme derivada de él mafiosos más grande que haya existido, él era Ricky Santana, de origen norteamericano, venido a la argentina en busca de una mejor vida, o más bien de dinero fácil. Primero se había iniciado en la venta de drogas junto a narcotraficantes latinos, luego se había dedicado a venderles armas a los terroristas del norte de Afganistán que se encontraban en estado guerra con las tribus árabes, finalmente se decidió por el tráfico de mujeres, pero ese fue su último golpe, gracias a una investigación se encontraba culpable a Santana de homicidio contra un funcionario del gobierno que también estaba involucrado con la banda del americano.

   Finalmente fue apresado, pero sus contactos seguían libres, y fueron esos contactos los que intentaron asesinarme en el hotel. Al día siguiente mi esposa me hizo tomar la decisión más difícil, en parte tenía razón, estaba poniendo la vida de mi familia en peligro, pero a la vez era mi trabajo, no tuve opción, me despedí de mis hijos y me marché sin un rumbo fijo.

    Dos días después de mi separación Ricky era liberado gracias a su potente y eficaz ejército de abogados, antes de abandonar la prisión había jurado vengarse de mi por ser quien lo arrestó, aunque esas palabras no tuvieron ningún efecto en mi, sera por que lo peor ya había pasado, o porque sabía que en cualquier momento caería de nuevo. Las noticias fueron rápidas, con la extradición anulada, Santana volvía a las calles para reinar. La ciudad estaba ahora dominada por un capo de la mafia, se decía que tenía de su lado el apoyo de su país o mejor dicho sobornado a su gobierno.

    Conseguí alquilar una casa para mi a las orillas de un lago, pero no todo salía como lo planeaba, cierto noche mientras volvía a mi casa luego de unas largas horas de investigación, tome mi chaqueta y antes de irme salude a Tomas que estaba haciendo guardia hasta mañana a las siete de la mañana. Subí a mi auto, hacía frío pero no lo suficiente, lo puse en marcha e inicié el viaje hasta mi destino. Luego de hacer unas cuadras pude notar que otro auto venía detrás de mí, siguiéndome, y con las luces apagadas, hice muchos intentos para quitármelo de encima tratando de tomar caminos distintos por los que siempre transitaba, sin más remedio aceleré.

    Llegué a mi casa primero que ellos, abrí la puerta y saqué mi arma, me acomodé entre la pieza y el baño en donde tenía una buena posición de tiro, podía sentir sus voces allá afuera. Con fuerza derribaron la puerta, sin pensarlo mucho realicé los primeros disparos sin darle a nadie, pensé que tenía una oportunidad si me enfrentaba a ellos pero eran demasiados, cinco en total.
Salvajemente me golpearon hasta que se cansaron, podía sentir cómo se reían con mi sufrimiento, quise responderle sus agresiones pero no tenía fuerzas suficientes así que me desplomé en el piso, acostado vi cómo uno se llegaba hasta el auto y volvía con un bidón de combustible que desparramaron por el piso y otros lugares. Antes de irse encendieron un cigarrillo y lo tiraron sobre los muebles rociados, y luego se marcharon.

     Toda la casa está ardiendo, podía sentir el calor tocar mi cuerpo, sabía que si no salía de allí acabaría asándome, con las pocas fuerzas que me quedaban comencé a arrastrarme hasta llegar a la puerta trasera, como pude trepé la tapía y caía a la calle, a lo lejos escuché una sirena de bomberos que acudía a un incendio.

     Me tomo dos semanas recuperarme, pero fue rápido, había conseguido hospedaje en un hotel que parecía caerse a pedazos, pero era todo lo que podía pagar, había leído en los diarios la noticia de un policía muerto, ese era yo, por eso ahora debía usar otra identidad, tenía la sensación de que a nadie le gustaría saber que aun estaba con vida. Conseguí un pequeño empleo que me daba lo suficiente para la renta, la comida y algunos gastos extras, aunque la mayor parte de lo que me sobraba era guardado para planes futuros.

Con una nueva identidad supuse que podía iniciar una nueva vida, pero aún tenía en mi mente la duda de por qué querrían asesinarme, recordé luego la venganza de Ricky sobre mí, sabía que yo era uno de sus peores enemigos, yo era quien podía volverlo a meter tras la rejas si se presentaba la ocasión y decidieron borrarme del juego, pero yo a este juego ni siquiera lo había jugado, ahora era el momento de comenzar una nueva partida, pero ¿por dónde empezar a buscar datos?

      Mi contactos en la policía habían desaparecido después de que supuestamente había muerto, pero no del todo, tenía un amigo en la jefatura, Lucas Mendez, oriundo de Tucuman, se había mudado con su familia hacía poco más de un año, habíamos trabajado juntos en muchos casos, él era mi única salida pero como acercarme sin levantar demasiado polvo. Recurrí entonces al teléfono del hotel que estaba cerca de mi habitación, busqué su nombre en la guía y lo llamé, a panes escuchó que era yo no pudo contener las ganas de hacer un enjambre de preguntas, pero le comente que debía guardar todo en secreto. Le dije sobre mis supuestas sospechas sobre la banda de Santana y en seguida accedió a ayudarme. Cada copia del archivo de Ricky sería enviada directamente a mi de la mano de Lucas, él en cierta forma, me proporcionaba una gran ayuda, mientras Lucas hacía el trabajo de escritorio yo hacía el de campo.

   Necesitaba obtener un poco más de información así que en vez de esperar decidí ir a buscarla yo mismo, en el camino me tope con mi primer informante, de nombre Pol Sinigan pero se hace apodar El Ejecutor, puesto que era el encargado de eliminar a lo enemigos de Ricky como y cuando el se lo ordenara, era un hombre conocido por ser muy limpio a la hora de asesinar pero tenía una gran debilidad por la bebida y las mujeres, muchas veces terminaba demasiado borracho como para matar a alguien y por suerte esa era en uno de los estado en lo que lo encontré, aunque un golpe seco en la nuca pone a dormir a cualquiera.

   El susto de aquel delincuente fue grande cuando se encontró atado de manos y pies en una vieja silla de madera en el interior de una casa abandonada y a unas horas de ser demolida. El sujeto no hacía nada más que gritar desesperado.

-¿Quién mierda me hizo esto? ¿ Por qué no se enfrenta a mi directamente o a caso no tiene el valor suficiente?- Decía completamente fuera de sí.

- No esfuerces la voz, la necesitarás para decirme algunas cosas que quiero saber- Le dije.

-¿Quién eres? Muéstrate imbécil- Dijo desafiante.

-Tu no me conoces pero te daré una pista, hace un par de semanas tu y tus hombres intentaron matarme en mi propia casa- Le dije seriamente.

-Eso es imposible, nosotros vimos como la casa se consumía en las llamas, esto tiene que ser una broma- Su rostro comenzaba a cambiar.

- Sí, una graciosa y divertida broma, todos nos estamos divirtiéndonos- Hice una pausa y di un paso al frente, salí de las sombras y dejé mostrar mi rostro- ¿Sabes cual es la gracia aquí? Que yo estoy vivo y no se tu si lo estarás para mañana.

-¿Qué quieres de mí?- Preguntó.

- Información, toda la que puedas darme sobre tu jefe, quiero nombres y todos sus próximos golpes- Dije mirándolo.

- Estás loco, jamás te diré nada, hice un juramento que no voy a romper- Dijo firmemente.

- Estúpido hombre, resguarda su vida con un juramento que su jefe jamás valorara- Me voltee hacia una mesa media desecha y tome una pinza- Estoy seguro de que me dirás lo que quiero saber- Me giré hacia él.

- Olvídalo, no te diré nada- Estaba convencido de que jamás confesaría pero yo tenía otros planes.

- Veras amigo, mientras estudiaba para ser policía me enseñaron a cómo hacer hablar a una persona, hay varios métodos, pero yo prefiero algo más elegante, pero no menos doloroso, que prefieres primero las uñas o los dientes- Dije acercándome con mi pinza.

     Podía sentir su miedo, coloque mi mano en su pecho, el corazón le latía descontroladamente, coloqué la pinza sobre una de sus uñas, estaba convencido de que no tendría que arrancarla, pero debía hacerlo si era necesario. La presión era grande, apreté la uña y le di un pequeño girón a la pinza, el hombre no pudo evitar un grito, el sudor le recorría su rostro, empecé a tirar de a poco, podía sentir como se despegaba de la carne, finalmente no pudo más y accedió a darme lo que necesitaba.

    Confesó todo lo que yo esperaba y más, incluso lo de la muerte del funcionario, hasta el tráfico de mujeres, dijo que Ricky tenía contactos en todo el mundo de los que él ni conocía, hasta me confesó el próximo golpe que la banda daría.

-Ya escuchaste todo lo que querías ahora déjame ir, por favor- Suplicaba.

- Lo siento, pero cometiste el error de meterte conmigo- Le dije y me marché.

   Podía oír sus gritos desde afuera, pero no le di importancia, agarré el auto y me fui de allí, al día siguiente se anunciaba que se había encontrado un cuerpo dentro de la estructura demolida de una vieja casa abandonada. Apenas salí de la cama me comunique con mi compañero en la policía para comentarle lo que me había enterado, le comente sobre el nuevo golpe de Santana, vender armas ilegales a unos sicarios árabes, se verían dentro de tres días en el muelle, le dije que llevara a una patrulla con él, yo me encargaría del hacer salir a las ratas de su agujero.  

     La noche en el muelle era fría, podía ver a los maleantes reunirse en el punto de control, dirigí mi mirada hacia arriba y pude ver hombres apostados en los techos para vigilancia. Sabía que debía actuar rápido, así que trepe por una escalera que desembocaba a una casa cercana, lentamente me acerqué a un guardia tomé su cuello y lo rompí, tomé su comunicador y respondí a la llamada de unos de sus colegas. Continué por los techos eliminando a cada oponente, cuando termine mi trabajo descendí por otra escalera y me apoyé sobre un contenedor justo cuando uno pasaba cerca de mí, desenfunde mi arma estaba listo para disparar si era necesario, pero luego se marchó. Lo seguí y me llevó hacia donde se encontraban los otros, tuve que eliminarlo, antes de que me descubriera.
      
    Había una gran concentración afuera, cuando divisaron unas luces en el mar todos se pusieron como locos, era lo que estaban esperando. El navío estaciono en el muelle, soltaron el ancla y un grupo de unos diez hombres se bajaron, todos estaban vestidos muy elegantes, con carísimos trajes, mantuvieron una conversación y diez minutos después unas cajas fueron depositadas en el barco, tenía que actuar rápido o de lo contrario esas armas caerían en las manos equivocadas, pero cuando me disponía a marchar un par de patrulleros estacionaba detrás de donde estaban reunidos los malditos. 

    Me trepé a un contenedor a esperar a ver que sucedía, enseguida sorprendieron a los delincuentes, hubo un pequeño tiroteo pero nada que la policía pueda controlar, revisaron la embarcación y encontraron las armas que le había indicado a mi compañero.

    La operación había sido un éxito, mientras todos se dedicaban a inspeccionar, mi teléfono vibraba. Lucas me llamaba, y decidí atenderle, le dije mi ubicación y enseguida apareció. Se sintió sorprendido al verme, tanto que me dió un abrazo.

-Déjate de tonterías ¿Tienes lo que necesito?- Dije seriamente.

-Claro que si, toma- Sacó de su saco un sobre de papel madera- Allí está todo lo que necesitas, pero escucha deberíamos reunirnos para hablar de esto, explicarme por qué estás en contra de ese mafioso.

- El intentó matarme para quitarme del camino- Guardé el sobre en mi chaqueta.

- ¿Y qué tiene eso? Cada una hora un policía muere en la ciudad- Comentó con cierta melancolía.

- Quiero saber por que me mataría, se que juró vengarse de mí, pero no pensé que lo haría tan pronto- Dije mientras me marchaba.

-Recuerda no meterte en problemas, quizás esta vez no tengas tanta suerte- Me gritó.

   Suerte, era lo que más necesitaba en este momento, llegué a mi apartamento y encendí las luces, dejé los documentos sobre la mesa, busqué algo de beber, una botella de agua mineral era lo único que tenía y un emparedado de hacía unos días, tranquilo me acomode en mi asiento y abrí el sobre, lo primero que apareció era una foto del mismo Santana saliendo de un auto y otras dos con un par de hombres, seguramente miembros de su banda.

    El informe no daba nada nuevo, hasta que encontré otro archivo metido entre las páginas del que sostenía, lo abrí y allí había una foto mía, la casa quemada y otra de Santana, allí explicaba mi muerte, supuestamente accidente doméstico mientras prendía una estufa, también se agregaba datos de mi familia, hasta mi separación, misteriosamente se había involucrado a mi esposa. Mi ex esposa, tenía un trato con Ricky pero, eso era imposible, no lo podía creer ¿ella hacía tratos con un bandido? Imposible pero sí era así debía investigarlo, necesitaba alguna respuesta y de inmediato.

     La noche del día siguiente estaba un poco más cálida, llegue a la casa en la que solía vivir cuando tenía una familia, estaba igual que siempre, dos árboles al frente, un jardín con rosas que le daban vida, un porche de madera de cuyas columnas trepaban unas verdes enredaderas, la puerta de madera que mi padre me había comprado, las ventanas con las cortinas cerradas y la luz de adentro encendida.
    
   Me introduje en la casa por la puerta trasera que daba al patio, no había nadie en la sala de estar, en un rincón una estufa hogar ardía apasionada, cuando voltee me encontré cara a cara con Julieta, por el asombro dejó caer el vaso de vino que traía en sus manos, me acerqué a ella pero solo recibí un empujón, me gritó que no me acercara y sacó un arma, parecía decidida a terminar con mi vida.

-¿Qué es lo que está pasando aquí Julieta?- Le dije enfadado.

-No tengo porque darte explicaciones a ti- Contestó, parecía estar asustada y a la vez molesta.

-¡Qué demonios pasa aquí, primero me traicionas y luego me matas!- Mi mirada iba directamente a sus ojos.

-No entiendo qué quieres decir- Estaba confundida o fingía estarlo.

-Creo que tu sabes todo mejor que yo, primero te separas de mi y luego haces tratos con la mafia- Le contesté tranquilamente.

-Creo que no se de que me estas hablando, yo no soy esa clase de persona- Dijo un poco más calmada, pero todavía en sus ojos se podía ver el miedo.

   La miré fijamente y arrojé sobre el suelo unas fotos en la que se encontraba ella y Ricky, soltó el arma y se dejó caer de rodillas, no pudo contener el llanto. Me acerqué a ella y la levanté y la coloque sobre el sillón, le acerque un poco de agua, para que estuviera más tranquila, cuando pudo hablar, lo confesó todo.

   Había trabajado para la banda desde hacía ocho años en trabajos de infiltración, se encargaba de destruir a las grandes mafias por dentro dejándole el camino libre a Ricky, para que tomase el control. confeso haber planeado mi intento de asesinato e incluso aquel tiroteo en el hotel, querían eliminarme y ahora empezaba a entender por que. Resulta ser que yo era la única persona calificada para encerrar a Santana un buen tiempo, entonces decidieron eliminarme, pero por alguna razón fallaron, pero yo estaba consciente que no fallaría.

-Perdóname no quería hacerte esto- Dijo entre lágrimas.

-Lo sé, lo sé- Le di un beso en la frente y la atraje contra mi pecho.

-Ahora me matarán- Comento sin despegarse de mí.

-No nadie te matara, yo te lo aseguro- Le dije convencido.

-¿Por qué lo dices?- Preguntó secándose las lágrimas.

-Por que yo me encargaré de protegerte de ahora en adelante, pero debes jurar que no le dirás a nadie sobre nuestro encuentro- Le hice prometer.

    La besé en los labios y me retiré, sabía que la banda no tardaría en enterarse y yo no permitiría que le hicieran daño a mi familia, la protegería con mi propia vida. Al llegar al departamento un escándalo se había desatado, dos vecinos intentaban frenar a un tipo, al parecer aquel hombre había ido a buscar a su novia, el tipo había bebido un poco de más y la muchacha se había resistido, el hombre reaccionó violentamente y con una navaja cortó el rostro de la muchacha, los huéspedes que habían presenciado la escena acudieron en su ayuda, pero el hombre se resistía y había dos heridos.

    En el momento en el que hombre intentaba asestar un golpe a otro le frene el ataque agarrándole la mano y doblándola por detrás de la espalda, el atacante quiso tomarme por la cabeza pero el dolor se lo impidió, le saque el cuchillo y se lo puse en la garganta, en pocas palabras le dije que se marchara o de lo contrario acabaría con su vida, el olor a whisky barato y drogas inundó mi nariz, di media vuelta y lo empujé sobre la callé, el hombre se levantó y se quedó parado gritando insultos en contra de su novia. Intenté resistirme pero no pude, saqué mi arma y le apunté directamente a la cabeza, pero cuando me disponía a disparar se marchó asustado.

   Al otro día el mismo hombre se encontraba pidiendo disculpas a su novia, le confesaba haber dejado el alcohol y las drogas, amor de jovenes, quien lo entiende, ni siquiera yo puedo manejar mis sentimientos. Reflexione todo el camino sobre lo que había pasado anoche, aquel muchacho provenía de algún tipo de bar ilegal, me había parecido que traía en el bolsillo de su campera una tarjeta de Insomnio un boliche bailable, yo mismo había encabezado la investigación sobre ese lugar, de día se mantenía oculto bajo el nombre de Charles bar, un lugar tranquilo y apacible, que no levantaba ninguna sospecha, a la mañana podías tomar un café y no darte cuenta de que allí se corría la venta de drogas ilegales. Su dueño era Rooney Santana hermano de Ricky, los dos andaban en el mismo negocio, solamente que Rooney sabía cómo trabajar en secreto, pero no todo se puede ocultar. Durante mi tiempo en la policía realice investigaciones sobre el menor de los Santana, Rooney, pero parecía estar todo en orden ni un acto delictivo o trato ilegal, sabía cómo no levantar sospechas, era astuto, sabía cómo manejar las palabras, tuve la oportunidad de hablar con él un par de veces, era alguien en quien podías confiar pero hasta cierto punto, porque tarde o temprano terminaría matándote por la espalda.

   Tenía planeada una visita con Rooney pero no era como él esperaba, regrese esa mañana a mi departamento, con una bolsa de compras, subí la escalera y allí estaba el muchacho de la otras noches sentado en la escalera, dejé lo que traía en la mesa y me volví hacia él, lo tomé por la remera y lo introduje en la habitación, cerrando y trabando la puerta.

-Oye que te pasa, no quiero problemas con nadie, entiendes- Protestó.

-En eso estamos de acuerdo, ahora siéntate, quiero que hablemos- Me senté frente a él y con el arma en la mesa.

-¿Qué quiere de mí?- Preguntó temeroso.

-¿Cómo te llamas?- Le dije mientras tomaba un trago de agua.

-Maximo es mi nombre señor, pero puede llamarme Max, todos lo hacen- Estaba asustado y nervioso.

-Bien Max, dime lo que sabes sobre Insomnio, se que tu asistes a sus fiestas, solo quiero nombres, entendido- Acaricie mi arma.

   Según parecía Rooney trabajaba no solamente con su hermano sino con un grupo de inversionistas quienes se encargaban de la comercialización del producto, esto eran Roy Maculligan y Alan Mord, empresarios de gran reputación, desconocidos para mi. Las mujeres que trabajaban allí eran simples rameras que no tenían otra opción para mantener a sus hijos, y su marido que eran unos vagos buenos para nada, miembros de distintas bandas que trabajan en conjunto con un mismo fin, el dinero.

    La luna llena se asomaba sobre el cielo negro amenazante con su brillo blanquecino, bajo ese resplandor me introduje en aquel boliche, el lugar estaba abarrotado de gente, la música alta penetraba mis oídos haciendo retumbar mi cerebro, me abrí paso entre la multitud y llegué a la barra, y pedi hablar con el dueño del lugar, el barman me miro fijamente y me hizo una seña hacia unas escaleras del fondo, asentí con la cabeza y camine unos pasos hasta las escaleras, a medida que avanzaba la musica se oía cada vez menos, me encerré en un baño y marqué el número de mi amigo Lucas, era hora de entrar en acción.

   Salí del recinto y seguí subiendo por otras escaleras hasta una gran sala, al final de la misma se hallaba una puerta protegida por dos hombres al parecer fuertes que restringieron mi paso. Debió ser por las cámaras que me vieron que se les dio la orden de que me dejaran pasar, los dos hombres se hicieron a un lado y me abrieron la puerta. El interior del lugar era realmente fantástico, no parecía un edificio sacado de un lugar bailable, era como una mansión encerrada en un gran cuarto. En una mesa se hallaba un hombre sentado y otros dos parados, caminé lentamente hasta ellos, uno se adelantó y me frenó, gracias a la orden de Rooney el hombre se apartó de mí.

  Unas mujeres sueltas de ropa me dieron una silla y me alcanzaron una copa de vino a la que rechacé, confíe en que no me reconocería pero esta vez la suerte no estaba de mi lado.

- Si no lo veo no lo creo, pensé que habías muerto- Dijo Rooney sonriendo.

- Como verás estoy vivo, por una falta de aprendizaje de los hombres de tu hermano- contesté sarcásticamente.

- Al parecer mi hermano no tiene el talento de un profesional como yo- Decía mientras se servía una copa de vino más.

- Es una lástima que ese talento se desperdicie por mucho tiempo en la cárcel- Lo miré fijamente.

-¿Pero qué estás diciendo? ¿Yo en la cárcel? No me hagas reír- parecía despreocupada.

-Por qué no miras por la ventana- dije haciendo una sonrisa.

   La policía ya se encontraba afuera, Rooney quiso salir huyendo pero lo agarré justo a tiempo, encañonado con mi pistola en la cabeza le dije a sus hombres que no dispararan, uno se quiso pasar de listo, y la cabeza del menor Santana fue perforada por un balazo. Hice el cuerpo a un lado y me lancé disparando contra los demás, mi intención no era matarlos solamente herirlos, por lo que los disparos iban a las piernas y a los brazos, para cuando la policía llegó yo ya me había ido.

    Dos días después me encontré con Lucas, en un bar ubicado en una esquina, la gente era poca así que no tuve problema de meterme allí, cuando me vió se acomodó en su lugar y me señaló una silla. Me senté a su lado y pedí un café negro solamente, mientras esperaba iniciamos una charla.

-¿Por qué mataste al menor de los hermanos?- Preguntó dando un trago a su cortado.

- Necesito llegar como sea a Ricky- Le dije, el café ya estaba sobre mi mesa.

-Esa no es forma de hacer el trabajo de buena manera- Di una mordida a su gran medialuna rellena de dulce de leche- Que mierda te pasó, tú no eras así.

-Te diré que paso, no puedo soportar que alguien que está libre por la ciudad siga haciendo de las suyas por que la policía no puede tocarlo. Te diré qué pasó, no puedo descansar en paz hasta encontrar al tipo que dañó a mi familia- Di un trago al café, estaba caliente.

-Quizás podrías volver a la policía, nos encargaremos de explicar tu muerte- Dijo con una sonrisa.

-Olvídalo, ahora todo depende de mí- Me levanté de la silla, saqué mi billetera y dejé el dinero sobre la mesa- Escucha bien Lucas, ahora trabajo por mi cuenta.

   Regresé con Julieta al anochecer, la sorprendí por detrás, estaba parada en el jardín esperándome, había preparado la cena, pasta como a mí me gustaba, comimos hasta llenarnos y luego nos sentamos en el sillón con una copa de vino cada uno, estuvimos los dos recordando viejos tiempos de una pareja jóven.

    Entre copas y copas fui perdiendo el sentido, me había parecido sentir un sabor raro en aquel vino, para cuando quise darme cuenta no tenía reacción, era incapaz de mover un músculo, la vista se nublaba, era como estar conduciendo sobre un camino lleno de niebla. Podía descifrar algunas palabras de Julieta pero no podía entenderlas con claridad, de pronto todo se oscureció, cuando desperté un grupo de personas estaban alrededor mío, una figura se acercó a mí, no podía distinguir quien era, pero su voz me resultaba familiar.

    Cuando pude reaccionar me encontraba atado de manos y piernas por unas cadenas sobre una fría cama, la cabeza me daba vueltas, estaba mareado, los brazos me dolían al igual que mis piernas, era como si me hubieran golpeado. La puerta de la habitación se abrió y la repugnante figura de Ricky Santana, acompañado de dos médicos, o eso me pareció por su vestimenta y una mujer muy bien arreglada, nada más y nada menos que Julieta.

-Maldita traidora, como pudiste- Le grité enfurecido- Había vuelto a confiar en ti.

-Déjala en paz policía- La voz de Ricky era grave y parecía tener cierto grado de autoridad.

-Tu... bastardo infeliz, eres el culpable de todo esto, juro que te mataré- Estaba dominado por la furia.

-Di lo que quieras, pero primero déjame presentarte a mis dos grandes amigos, los dos son médicos recién salidos de la universidad, ambos quieren aprender los gajes del oficio y que mejor forma que empezar que con tigo- Ricky tenía una sonrisa malévola.

- ¿Acaso soy tu ratón de laboratorio Santana?- Pregunté.

- Más o menos así. Te lo diré mejor, primero ensayaron con tigo los efectos de un mortal virus de invención propia, por aunque no lo sepas siempre tuve grandes aspiraciones hacia la ciencia- Miró a los dos doctores- Listo muchachos pueden empezar.

  No se que me enfureció más, la idea que estaba bajo las manos de la muerte o que un gran villano estaba suelto y haciendo lo que quería por las calles. Estaba tan enfurecido que era capaz de luchar contra cincuenta hombres, pero luego de analizar las opciones sabía que no tenía oportunidad.

   Cuando pensaba que todo estaba perdido y que la muerte me esperaba, un ángel me salvó de morir, era Julieta que me había salvado la vida eliminando a aquellos doctores, me liberó y me entregó mi arma. Salimos juntos por un pasillo angosto que nos condujo hasta una habitación muy bien adornada, con lujosos muebles y pintorescos cuadros, ella iba al frente, de vez en cuando surgía la idea de que quizás esto era una trampa prepara, así que no podía confiar en ella, más aún sabiendo que en cualquier momento podía traicionarme.
 
   Atravesamos una puerta y salimos al techo de la estructura, allí me di cuenta que estábamos en la cima de un edificio, divisé una helicóptero, Julieta le hizo señas y la misma descendió hasta una marca en el centro del sitio, nos acercamos para subir pero fuimos detenidos por unos tipos que no tardaron ni un segundo en desenfundar sus armas, intentamos salir por la puerta por la que habíamos llegado pero Ricky nos cortó el paso con sus hombres, vimos la helicóptero alejarse, y los dos comprendimos la gravedad de la situación.

   Nos esposaron y luego nos llevaron hasta un gran salón, allí estaban esperándonos nuestros hijos sentados en unas sillas vigilados por otros dos miembros de la banda. Hicieron que nos arrodilláramos, el piso de madera estaba frió al igual que las esposas. Me levantaron a la fuerza y mientras otros me tenían los demás me golpeaban, la sangre recorría mi cara y sentía su sabor en mi boca, cuando finalizaron me dejaron tirado en el piso completamente lastimado.

   Uno se adelantó con el arma dispuesto a matarme pero Santana lo frenó y se acercó a mí, su voz era un poco burlona y sarcástica.

-Pagaras por lo que has hecho, eso es lo que te mereces- Me dijo sacando su arma.

  El cañón frió se posó sobre mi pecho, podía sentirlo, era como tener los dedos de la muerte en tu cara tocándote, sabía que esta vez no tendría oportunidad de sobrevivir, la suerte me había abandonado. El ruido destapó mis oidos y la sangre formo un charco a mi alrededor, despues todo se volvió negro y el silencio inundó el lugar. No escuché nada más pero mis sentidos sintieron el frío andar del agua.



Parte 2: Nace el especialista

   Desperté en la cama de un hospital, era la mañana de un jueves de marzo, las enfermeras dieron la alarma y los doctores vinieron a examinarme, quería hablar pero las palabras no me salían, estaba como en una especie de trance debido a los daños que mi cuerpo había sufrido, sumado a eso, las drogas que me inyectaba para calmar el dolor.

    Estuve tres semanas internados, bajo atención médica especializada, a la primera semana ya mostraba grandes cambios, pero debía esperar a las otras para ver como evolucionaba. Nunca nadie había recibido un disparo en el corazón y había vivido para contarlo, este era un caso médico en un millón, y al parecer yo era esa única persona.

    Tenía pocos recuerdos de cómo había llegado hasta este hospital, los recuerdos que venían a mi mente eran solo gritos y voces hablando en un tono alto, luego luces blancas dándome en la cara, figuras sin forma alguna que me observaban y hablaban entre ellas y de pronto. Dolor, despues sueño y luego desperté en un estruendoso grito. El cuerpo me temblaba completamente como si tuviera frío, tuvieron que anestesiarme para poderme acostar, me sentía relajado, pero a la vez tenso, sentía que era demasiado bueno para ser quien soy.

     Pasaron tres semanas y me dieron de alta, ya estaba listo para volver a las calles, me dolía el pecho y el cuello, pero no era nada exagerado. Llegué al departamento la puerta estaba abierta, maldecí por no tener un arma, por suerte no había nadie allí, sólo encontré unos papeles sobre la mesa, tenían el sello de la policía, me senté en la mesa, tomé las hojas y una nota de Lucas que me dejaba sus condolencias me sorprendió quizás pensó que estaba muerto, o llamaría luego. Comencé a leer el informe, la policía había arrestado a cuatro miembros de la banda en el muelle, revisaron sus autos y encontraron tres cuerpos uno grande y dos más chicos, en ese instante me detuve un momento.

    No supe como reaccionar a la noticia, me quedé pausado un momento quería llorar pero una parte de mi quería volarse la cabeza de un disparo, continúe con la lectura y no pude más, mi cuerpo temblaba, los tres cadáveres pertenecían a ellos. Arrojé las hojas al suelo y salí de allí, necesitaba caminar un poco, pero eso no fue suficiente.

     Entré a un pequeño bar y pedí un trago pero no fue solamente uno, estuve embriagándome durante dos horas y luego me salí de allí, estaba mareado, me dolía el estómago, jamás ingerido alcohol, así que tuve que vomitar en un pequeño tacho de los residuos, me sentía un completo fracaso, toda mi vida protegiendo a mi família, y no fui capaz de evitar su muerte. 

     Llegué al departamento y comencé a llorar, seguramente si mi padre estuviera allí diría que soy un imbécil bueno para nada, jamás le perdon esas palabras ni mucho menos cuando murio, estaba convencido de que algún día me perdonaría pero eso nunca paso, fui un tonto en creer eso. Después de tantos años sin él, creo que esas palabras son las únicas que comienzo a tener.

   Si el no estaba equivocado después de todo, me paré, sentía en mi cuerpo una sensación de valentía, aquella frase, había causado en mí un efecto distinto, por primera vez aquellas palabras tienen cierto grado de certeza, pero no iba dejar que eso me superase, saldría adelante, llevaría este caso, pero no como el detective y ratón de escritorio que siempre fui, esta vez pasaría a la acción directa, esta vez sería el especialista.

    Bajé una caja del armario y en su interior encontré el dinero que estaba ahorrando saque más o menos lo necesario y lo coloqué en un cajón de la mesita de luz junto a mi cama, tenía pensado muchos planes con ese dinero, planes que involucran entre otras cosas, artefactos personales, necesitaba un buen equipamiento, si iba a afrontar esto yo solo.

  Gaste parte del dinero ahorrado comprando un poco de armas, la otra parte la invertí en la renta del lugar, y con lo demás compré algunas elementos esenciales como sogas, granadas y un par de cuchillos, me sobraron unos cuantos billetes con o que compré una botella del mejor licor, estaba desesperado y necesitaba ahogar mis penas, sabía que eso no me volvería a mi familia, pero me mantenía controlado.

   Sentía una gran responsabilidad sobre mis hombros, hacerse cargo de un trabajo que ni la policía podía hacer, requería de una gran responsabilidad y riesgos que estaba dispuesto a correr. Todo parecía tán fácil dentro de mi mente, pero no era así, para acercarme a Santana necesitaba utilizar métodos un poco más elevados, últimamente estaba muy difícil hacer hablar a una persona, pero mis métodos eran un poco sofisticados pero no causaban menos dolor.

    El primero en ser interrogado fue Homero Martelli, italiano de mala reputación, se caracterizaba por la forma de hacer cantar a los gallos, por decirlo así, pero sabía que él no estaba a mi altura. Para que me dijera lo que necesitaba fue solo cuestión de minutos, ni siquiera pude hacerle nada, pero los datos que me dió fueron válidos, la última palabra que dijo antes de que lo matara fue... ninguna, a decir verdad, el hombre manejaba muy poco el español, no comprendo como la mafia tiene hombres tan ignorantes.

    Tenía la información sobre un trato de Ricky con la Yakuza en Japón dominados por su jefa Miyara Toshiba, conocida en todo el mundo por su lealtad hacia las viejas costumbres de su país, poseía una gran pasión hacía la historia de los guerreros samurai, se decía que ante cualquier acto de traición obligaba a aquel que cometió la acción a realizar el suicidio muy utilizado por los estos guerreros de antiguo japón denominado Seppuku.

   La segunda víctima, como me gusta llamarlo, era Wesley Morphy, norteamericano de nacimiento e íntimo contacto de Ricky en el exterior, hablaba diez idiomas incluidos mandarín, ruso, turco, español y latín, un experto en el arte del convencimiento, era un manipulador profesional sediento de dinero. Me costó un poco hacerlo hablar, pero en cuanto el ácido tocó su piel, no tuvo más opción que confesar lo que sabía, apenas dijo todo lo dejé ir, me parecía un buen hombre, dos días después, lo hallaron muerto y con una nota declarando todo lo que había cometido.

   Al parecer Santana no era nadie estúpido como imaginaba, estaba planeando reuniones con grandes capos de la mafia, de paises como italia, rusia, incluso despiadados sicarios árabes. No tenía bien claro por qué lo hacía pero sentía en mí que tarde o temprano lo descubriría, esperaba que fuese más temprano que tarde, y por arte de magia el deseo se cumplió.

    Mi objetivo era ahora Robert Malconi, principal asesor de Ricky, él sabía cada acción que se realizaba en la empresa Santana, era mi respuesta, el boleto que me dejaría un paso más cerca de cumplir mi misión, no tenía ni la más mínima idea dónde encontrarla, así que le pague a un informante para que me ayudara. 

    Malconi era un hombre de oficina, jamás se habían ensuciado las manos, más que con la tinta de su lapicera, pero detrás de su aspecto serio y recto se hallaba un hombre divertido y alocado, solía transcurrir por boliches gay donde se aprovechaba de jóvenes muchachos que buscaban un poco de acción. Su lugar frecuente era Sarcasmo, un boliche gay, todas las noches iba a bailar, bebía unos tragos y luego se acostaba con cualquiera en las habitaciones del lugar.

     Lo encontré acostado disfrutando de la noche, le tendí sus ropas y de un golpe seco en la cabeza lo desmayé, pesaba bastante, por lo que me costó un poco de trabajo meterlo en el auto. Cuando estuvo despierto se encontró atado de cabeza, completamente desnudo, el aire frío lo hizo reaccionar y comenzó a gritar pidiendo auxilio.

-Puedes gritar todo lo que quieras, nadie te oirá- Le dije acercándome a él.

- ¿Qué es lo que quieres? Si es dinero puedo darte mucho pero por favor déjame en paz- Suplicaba.

- Digamos que el dinero no es mi prioridad ahora, en otro momento te lo aceptaría- Le aseste un golpe en el estómago.

- Por favor... déjame en paz, mira si me dejás ir tendrás lo que tu quieras- Intentó convencerme.

- Muy bien es un trato, ¿ Qué sabes de lo que está tramando Santana uniéndose con las grandes mafias del mundo?- Quise saber.

-Mira no puedo decirte eso, es algo confidencial- Dijo sonriendo.

- Entiendo, bueno si no quieres hablar empezaré yo, que pasaría si alguien se enterara de que sales con otros hombres, es algo que nadie había pensado de tí- Dije con tono sarcástico.

- Espera por favor, no me hagas esto, sólo quiero decir que eso es algo privado, por favor, déjame ir y no diré nada de esto, lo juro- Parecía que estaba a punto de llorar.

-Veo que no entiendes nada, quizás te lo haga entender de otra forma- Saqué de mi chaqueta una navaja recientemente comprada.

-Qué mierda vas a hacer con eso- Intentó liberarse pero las cadenas eran resistentes.

- Mira en mi opinión esto es algo que no me gusta hacer, pero verás no me dejas opción, que prefieres, una oreja o cualquier parte más interesante- Tome su oreja y realice un pequeño corte.

- Está bien diré todo lo que necesites, pero por favor ya déjame- Suplicó con lágrimas en sus ojos.

   Lo dejé libre de las cadenas y le devolví su ropa, mientras se cambiaba me contó todo con lujo de detalle, dando información clave, a cambio de mi silencio de todo lo que sabía, le di mi promesa y lo dejé ir.


[Estado del texto: incompleto]



*

b)- EL ÁNGEL 
(Escrito en el año 2022)


—¿Cuándo fue la última vez que viviste? —Quiso saber el ángel.

—Fue hace tanto que ya no puedo ni recordarlo —Se apresuró a replicar aquel hombre.

—Qué te detiene entonces para volver a vivir, sabiendo de las maravillas que te pierdes— dijo el ángel sonriendo.

—Si supiera que este cáncer no me va a matar cuando termine el mes, quizás podría juntar fuerzas y volver a vivir. —El hombre lanzó una mirada de resignación hacía el ángel— Por el momento me limito a permanecer aquí, en ésta incómoda cama de hospital, solo, alejado de mis amigos que me ignoran, de mis hijos que aún de grandes todavía no me hablan, de mí mujer que me dejó hace más de cinco años —Se lamentaba aquella desdichada alma.

—¿Eres feliz? — Quiso saber el ángel.

—Esa pregunta me ofende, mi querido amigo alado — respondió el hombre, con un cierto tono de ira en su voz.

—¿Eres feliz? —Volvió a insistir el ángel.

—¿Tú crees que puedo ser feliz al saber que la vida se me va? ¿Puedo ser feliz sabiendo que cada minuto que pasa, que cada respiración que doy, es un paso más hacia la tumba? —El hombre estaba enojado.

—Y si te pregunto si alguna vez fuiste feliz. —La voz del ángel sonaba como una dulce melodía, comparada con el tono de su interlocutor.

—Bueno eso ya es otra cosa —El hombre hizo una pausa— Se podría decir que traté de ser feliz, y de hacer feliz a mí familia, pero ahora que lo pienso, tal vez no le di el valor adecuado que se merece la vida.

—¿Por qué? —El ángel estaba intrigado.

—Bueno, debe ser tal vez esta situación en la que me encuentro, donde me replanteo la idea de no haber hecho suficiente. Ya sabes, uno nunca logra poder vivir plenamente, siempre se quedan cosas por el camino. Al final de todo, uno vive como puede, aunque hay momentos, decisiones, que ya no volverán—El hombre tomó un poco de aire— Sabes, tener a la muerte tan cerca me enseñó a valorar los instantes, y a aceptar que lo que se fue se fue.
 
—¿Tienes miedo de morir? —El ángel lo miraba, reflejando en sus ojos una compasión inmensa.

—Ja, la muerte es solo un paso más hacía...bueno no sé bien a dónde me lleva, pero aquí entre dos, me da más miedo el vivir, que el saber que la vida se me va— El hombre parecía tener un cierto tono de duda en su argumento.

—Explícate—dijo el ángel con una sonrisa.

—Verás, la vida es muy cruel, está repleta de tristeza, desesperación, angustia, felicidad, risas, sabores y sinsabores, es una gran ruleta, una montaña rusa, como la de los parques de diversiones, que sube y baja, gira y se retuerce sobre sí misma, mientras que la muerte no es más que el descanso del alma, un respiro para el espíritu humano que tan roto está —El hombre paró para toser— Bueno, eso es lo que espero de la muerte, tranquilidad para mí alma, un lugar en donde pueda vivir sin temerle a la enfermedad, o a las injusticias del mundo. De todas formas, es lamentable aquellos que mueren prematuramente o se quitan la vida en plena flor de la juventud, reconozco que es una forma de escapar de lo real, de buscar un descanso en la eternidad, pero si al final para allá vamos todos.

—¿Y tú estás listo para irte? — inquirió el ángel.

—Uno nunca está listo, por más consciente que esté de su realidad o situación. Pero si ese es mi destino ¿por qué negarme? — dijo el hombre esbozando una leve sonrisa.

El ángel, que permanecía observándolo con ojos llenos de misericordia, se situó al lado del desdichado enfermo y le acarició el rostro, el pobre hombre sonrió y una lágrima cayó de sus ojos. Finalmente, aquel ser celestial habló:

—¿Estás listo? ─ El ángel se puso de pie. Tenía una altura superior a la de cualquier ser humano.

—¿Tan pronto? —El enfermo estaba algo nervioso y a la vez asombrado.

—Puedo verlo en tus ojos, y sé que estás listo. —La voz del ángel resonaba por la sala de internación, llenando todo de paz.

—¿Puedo pedirte una cosa? — dijo el hombre con una voz a punto de quebrarse.

—Pídeme lo que quieras —le respondió aquella figura divina.

—Solo prométeme que será rápido y que no dolerá —Hizo una pausa para tragar algo de saliva— Te... tengo miedo.

—No temas, no dolerá, te lo prometo —Le aseguró aquella presencia— Toma mí mano y agárrate a ella—Y el ángel le extendió su largo brazo.

—Tu mano logra calmar mis nervios — expresó el hombre entre lágrimas.

— Ahora solo cierra tus ojos, que yo me encargo de todo.


*
CAPÍTULO II

c)- Más allá de la realidad/ d)-Mi perro Capitán

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c)- MÁS ALLÁ DE LA REALIDAD 
(Escrito en el año 2024)

   Éramos los tres mismos amigos de siempre, los tres nos cocinamos desde niños. Los tres terminamos la secundaria y fuimos a la universidad. Cada uno eligió algo distinto, pero esa conexión nos terminó por volver a unir. Otra vez los tres, los que éramos «el terremoto» del barrio, solo unos chicos que querían algo de diversión. Si, preferíamos salir a la calle antes que estar en nuestras casas, no la pasábamos tan bien. Los tres teníamos historias similares, de abuso, violencia familiar y todo eso. Los tres éramos muy unidos. Éramos nuestra pequeña familia.

  Primero estaba yo, mí nombre es Joel, yo era el mayor, el atleta y fuerte, luego le seguía Quique, el cerebro y el corazón y después estaba Estefania, la chica linda y extrovertida. 

   Los tres nos llevábamos bien, casi nunca había problemas entre nosotros, éramos muy abiertos, nos contábamos todo. No nos podíamos guardar nada, nos dimos cuenta que eso nos hacía mal. De hecho, cuando el padre de Quique lo golpeaba, o cuando el padrastro de Stefania había tenido intenciones de propasarse con ella, nos reunimos en la vieja estación de trenes, no importa si eran las ocho de la noche o las cuatro de la mañana, todo para hacernos compañía. Y a veces me tocaba a mí, mis padres se peleaban mucho entre ellos, y mí madre en venganza, me hacía sufrir a mí. 

  Por eso ninguno de los tres queríamos estar en casa. Cuando nos faltaba un año para terminar la escuela nos pusimos a trabajar, cada uno en lugares diferentes para poder paliar los gastos de lo que sería nuestra humilde vida universitaria más adelante.

  Así lo hicimos pues, cada uno hizo la suya. Por acciones de la vida, y las propias actividades de la rutina, nos fuimos separando, rompiendo esa unidad que tanto nos mantenía juntos. Con el tiempo me di cuenta que esa unidad fungía como una especie de centro de gravedad, que nos aportaba protección, seguridad, amor. 

  Cierta mañana de un jueves de verano sentí la necesidad de volver a verlos, revivir viejos tiempos y así sentirnos como en casa. Tenía pensado hacerles llegar la invitación vía email para una reunión casual, pero cuando revisé la casilla de correo, noté algo extraño. Tenía varios mensajes de Stefanía, eran en total doce, de los cuales cuatro contenían una especie de mensaje cifrado, escrito en código binario. Me resultó extraño. Luego había cinco mail llenos de palabras inconexas que hablaban de sucesos bíblicos, pero al azar, hablando de cosas que me resultaban extrañas como un libro ritual titulado: «La Clave Menor de Salomón». El resto de mails se componían de imágenes en un lenguaje para nada familiar, pero el último correo fue el que más me impactó. Solo había una foto, que era la de un demonio, extraída de algún libro perverso, y un pequeño texto que decía: «Hola, Stefania... no te preocupes, ahora estoy con ellos, vienen de otro mundo… Ya tengo una nueva familia».

  Todo esto me resultaba tan raro, que no dudé en avisarle a Quique, que me respondió el correo más rápido de lo que pensé, dándome su dirección para que fuera lo antes posible.

   Tomé un par de cosas y me subí al auto, algo raro estaba pasando y era necesario saber qué le sucedía a Stefania, ella no era así, de hecho esas cosas la aterraban. Si era una broma, evidentemente ella no la había planeado.

   Llegué a casa de Quique a eso de las diez de la mañana, lo noté muy preocupado, estaba nervioso, la mirada se le escapaba para todos lados, temblaba cuando le estreché la mano. Rápidamente me saludó y me hizo pasar a su casa.

  Me ofreció un café y se sentó en el sillón, estaba como ansioso, estoy seguro de que él sabía algo, así que empecé con la conversación.

—Me preocupa lo de Stefania—dije dándole un trago al café negro.

—A mí también—suspiró ansioso—No sé cómo pudo pasar.

—¿A qué te referís?—pregunté extrañado.
—Ya sabes a lo que le refiero—Quique me miró y noté miedo en sus ojos.

—Explícate mejor porque no te entiendo—ya estaba entrándome el miedo.

—A ver como te explico—hizo una pausa breve—Sectas, satanismo, cosas del diablo.

—¿O sea que Stefanía está en una secta? Eso es imposible—dije con una risa incrédula—A ella le asustan esas cosas y vos lo sabes muy bien.

—Por eso te digo—Quique se me quedó mirando como estático.

—No entiendo ¡Quique explica bien porque no entiendo un carajo!—Grité con un poco de miedo.

—Yo la llevé ahí— dijo Quique fríamente.

—¿Qué? ¿Qué tenés que ver vos con todo esto?—No sabía que estaba pasando, todo era tan confuso.

—Necesito sangre Joel, sangre de una joven conocida. Ella me amaba, su sangre era más pura aún ¡La necesitaba!—la mirada de Quique había cobrado un tinte perverso.

—¡Estás loco! Vos no eras así ¿Qué te pasó?—lágrimas empezaban a rodar— ¿Qué le hiciste a Stefanía?

—Nada, solo la descuartizamos, nos la comimos y bebí su sangre, pero ¿Sabes qué? Necesito más—sus manos agarraron mí cara—Tengo un demonio adentro que es de otro mundo o tal vez de otra dimensión ¡Estoy poseído Joel! Necesito más sangre, necesito la tuya. Sangre amiga que le dará alivio a esta sed infernal.

—¡Estás loco! ¡Sos un asesino!—le grite con todas mis fuerzas a la vez que me zafaba de su agarre—Era nuestra amiga.

—No sabes lo rica que era su carne, lo blando de sus nalgas, su vagina rosa tan llena de… y su sangre, bueno, un elixir—decía Quique mientras se levantaba del sillón.

—¡Asesino pervertido!—le grité.

—Me ofendes amiguito con esa acusación pero esto no se acaba, necesito probarte. Ya no tenes salida Joel—su voz se transformó en un sonido gutural—sos mío chico.

   Quique se abalanzó sobre mí, tirando todo su peso, pero logré esquivarlo. No podía entender qué estaba pasando. Parecía una situación tan surreal, como si estuviera viviendo una película de terror. De pronto el dolor de una mordida sobre mí cuello me sacó de mis pensamientos. Quique se aferraba a mí, y sus dientes habían llegado tan profundo que notaba la sangre salir con fuerza. Lo alejé causando que se llevara un trozo de mí carne. 

  Coloqué mí mano en la herida, como si con ella pudiera hacer algo, y me fui a la cocina, acechado por la figura de quién antes se hacía llamar amigo. 

   El cuchillo de carnicero me sedujo, diciéndome que era la única forma de librarme de todo. Lo tomé entre mis manos y cuando tuve cerca la presencia de Quique, empecé a clavarlo una y otra y otra vez, entrando y sacando ese cuchillo, mientras el lugar se salpicaba de un rojo intenso.

   Quinque cayó al suelo con el estómago abierto, y yo me tumbé a su lado, con los ojos llorosos y la herida sangrando. Estuvimos unos segundos en silencio, cuando el cuerpo de Quique comenzó a moverse, seguido de un asqueroso ruido de huesos rotos y vísceras revolcándose. No quería mirar lo que iba a pasar pero no tenía opción, de todas formas no podía creer lo que estaba viendo, del cuerpo de mí amigo se formaba otro cuerpo, que se erguía lentamente. Era una especie de silueta negra, sin rostro y cubierta de sangre. Quise gritar pero no pude. 

   Aquella cosa se acercó a mí y pude ver en ese rostro negro, algo que hasta el día de hoy no me animo a decir. Después de un rato desapareció. Me desperté en mí cama, como si todo lo que había pasado fuera un sueño. Miré el reloj y eran las diez de la noche del jueves ¿pero si yo hoy había estado precisamente en el departamento de Quique por la mañana? Toqué mí cuello y ahí estaba la herida. Había dejado de sangrar hace rato, pero podía palpar su profundidad, a tal punto que casi me descompongo al sentir mi propia carne.
Me levanté de la cama como pude, fui al escritorio para mirar la computadora y los mails enviados por Stefanía habían desaparecido, pero yo no había borrado nada ¿Que carajos estaba pasando?
Caminé por la casa un rato, como buscando alguna respuesta, pero todo estaba normal, no había indicios de que alguien hubiera entrado a dejarme o a borrar los mails.
Me dejé caer en el sillón rendido, mi mente estaba por explotar cuando mi celular comenzó a vibrar. Era la llamada de un número que no conocía. Atendí.

—Hola ¿Quién habla?—pregunté nervioso.

—Joel ¿Sos vos?—Dijo la voz desde el celular y prosiguió—¡Soy yo Quique! Estoy con Stefanía en casa ¿Te querés sumar así revivimos viejos tiempos?

—Sí Quique…Hee ¿Cómo estás?...¿Todo tranquilo?—No era capaz de procesar lo que estaba pasando.

—¿Estás bien Joel? ¿Te pasa algo?—Quique sonaba preocupado.

—No..No estoy bien, dame la dirección que voy para allá—Dije tratando de despertarme.

—Dale, ya te la paso ¿Tenés para anotar?—preguntó Quique.

   Como pude trate disimular mi herida y fui para su casa. Allí estaba Quique tan normal como siempre y Stefanía estaba viva y nunca mencionó nada sobre los mails. Comprendí que todo era una especie de confusión de mi mente.
 
   Tiempo después alguien me hizo saber que lo que yo viví fue más que una confusión, había logrado sin querer proyectar mi ser hacia una extraña realidad paralela que me llevó a ver algo que, sinceramente, no tenía que ver. De todas formas mi realidad siguió sin alteraciones y lo tomé a aquello como un misterio más de lo inexplicable que es la experiencia de la vida.
 

*
d)- MI PERRO CAPITÁN 
(Escrito en el año 2022)

   Desde que éstos dos se habían conocido, pasaron a ser desde ese día dos grandes amigos, y sobre todo inseparables. Ambos amaban jugar, durante todo el día se la pasaban divirtiéndose en largas horas que eran interrumpidas sólo cuando Simón debía ir a la escuela, y es ahí cuando su fiel perro de nombre «Capitán» lo esperaba siempre recostado junto a su cama, extrañándolo, y solo se movía cuando la señora Valle (la madre de Simón) lo llamaba para darle de comer.

   Capitán era un perro muy inteligente y audaz, un salchicha de color marrón, de patas cortas y regordetas, pero de fuerza guerrera, un atento cazador y sobre todo un leal compañero. Cuando llegó a la casa tenía apenas cuarenta y cinco días de nacido, era una bolita gordita de pelos, que dormía todo el día, y solo se activaba si escuchaba la voz de Simón. Había sido un regalo del señor Valle (padre de Simón) cuando este cumplió sus ocho años, y más que nada una recompensa por ser un buen alumno en la escuela.

   Como ya dije antes, se la pasaban todo el día juntos, eran mejores amigos, parecían que ambos se entendían a la perfección. Capitán era por demás inquieto, siempre estaba listo para el juego, sus entretenimientos favoritos era jugar a perseguir a su compañero o le encantaba correr junto a Simón cuando este sacaba la pelota de fútbol del ropero, que había sido un regalo de su tío.

   Es por demás obvio que los dos se amaban, y eran buenos amigos, las veces que la señora Valle los había encontrado durmiendo juntos en la cama mientras intentaban un domingo a la noche ver el partido, o ni hablar de lo embarrado que solía estar Capitán cuando llovía y salía desesperado a pisar charcos, y a disfrutar de embarrarse.

   En esos momentos la señora Valle se enojaba mucho con el pequeño salchicha ¿Pero qué podía hacer? Con una sola mirada de ese inocente cachorrito bastaba para ablandar cualquier corazón y aliviar cualquier enojo, era en ese momento cuando la señora Valle se guardaba su enojo y procedía a limpiar al pobre Capitán, mientras se movía inquieto y se sacudía salpicando todo más de barro.

   Finalmente, un día llegaron las tan esperadas vacaciones y el señor y la señora Valle los llevaron quince días a la costa, donde la pasaron fantástico, divirtiéndose y recorriendo lugares hermosos, en donde Capitán conoció nuevos amigos. El resto de las vacaciones pasaron de forma tranquila salvo por el hecho que cierto día de febrero, al increíble perro Capitán le dio la idea de ir a explorar los confines más allá de la casa, y se terminó perdiendo, para luego al día siguiente regresar como si nada pasara, como si fuera el rey de la casa. Simón se había pasado la noche de la desaparición de su amigo llorando desconsoladamente, y cuando lo vio aparecer por la puerta de rejas negras que daba frente a su ventana, fue tanta la alegría que corrió con toda la velocidad que sus piernas le permitieron, para poder abrazarlo y besarlo mucho, mientras que Capitán solo meneaba la cola en señal de agradecimiento, mientras que Simón entre lágrimas le decía que jamás lo iba a dejar solo.

   Y aquí finaliza esta historia, una de las tantas pruebas que reflejan el verdadero significado de la amistad y del amor, entre un chico y su fiel compañero de cuatro patas. A decir verdad, esta es mi historia, y Capitán fue mi perro durante muchos años, y aun hasta el día de hoy sigue siendo el mejor amigo que he tenido en mi vida.


*
CAPÍTULO III

e)- Esos ojos azules 

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e)- ESOS OJOS AZULES 
(Escrito en el año 2021)

   Transcurría el año 2001, la mañana de la segunda semana del mes de septiembre estaba tranquila, era fresca pero el sol brillaba con todo su esplendor, sobre el cielo azul y despejado, con unas nubes que danzaban pacíficas en el firmamento. 
   
   William se había levantado temprano para comenzar la rutina diaria de un día de trabajo normal, aunque todavía no tenía mucho apuro, su trabajo no requería de un horario fijo, o por lo menos no se lo exigían, más cuando su padre es el jefe. Su mujer aún descansaba plácidamente cuando se preparó el café, y se lo bebió de sorbo en sorbo, casi sin mucho apresuramiento. 

   A las seis menos cuarto sonó el despertador de la habitación, su mujer Kate se había levantado. A pesar de que trabajaban en lugares distintos entraban casi a la misma hora, con una diferencia de tan solo unos pocos minutos. William le preparó un café inmediatamente, en lo que su mujer se cambiaba, peinaba y maquillaba. Al entrar a la cocina ella lo abrazó por la espalda, mientras él con un beso le agradecía tiernamente el abrazo, a la par que no podía dejar de mirar los bellos ojos de su amada, cuando ésta se sentó frente a él para tomar el desayuno.

   Los dos bebieron el café sin apuros, comieron algo, y marchó cada cual a cumplir con su labor. William puso en marcha el auto y la acercó a Kate hasta las oficinas donde ella se desempeñaba como secretaria de un empresario bastante famoso (o un estafador para su marido), en las tan renombradas torres gemelas. La mujer bajó del auto pero antes de irse le dio un beso a su marido, un beso en el que las bocas lo dijeron todo, sin pronunciar ni una sola palabra. Fue un beso tan apasionado, como esos que se ven únicamente en las grandes producciones de Hollywood, un beso más bien de despedida me atrevería a decir, aunque ninguno lo sintió así. Pero creo que lo podían presentir.

   A las ocho y media llegó William a ocupar su puesto como gerente en el banco, pidió su café correspondiente a la secretaria de nombre Lily, entró a la oficina, y se acomodó en su silla a revisar unos papeles que le habían quedado pendientes del lunes. Todo funcionaba de maravilla en ese día, su padre no había asistido, había decidido tomarse unos días porque no estaba muy bien de salud, lo cual lo agradecería enormemente, ya que como jefe era bastante duro con sus empleados, sin importar la línea de parentesco, ni hablar de cómo era como padre, pero para no ser un mal hijo se anotó un recordatorio para acordarse de llamarlo cuando llegase a casa, si es que no regresaba tan tarde, porque tenía planes. Igualmente eso mucho no le importaba, lo que si importaba era el día que estaba haciendo, eran de esos días radiantes, que hacen subir los ánimos, en los que uno no puede esperar que suceda nada malo. 

   Había pensado tal vez salir a dar un paseo por el parque con Kate más a la tarde, cuando los dos estuvieran libres de sus trabajos, como para aprovechar el lindo día que estaba haciendo, hablar un poco sobre el futuro, de hijos tal vez, y de alguna forma sorprenderla con algún obsequio que compraría en la tienda de su tan apreciado amigo el señor Taylor, donde uno podía encontrar lo que quisiera en aquel recinto, a un precio razonable. Quizás le compraría algunas flores, ella amaba las rosas, o a lo mejor algo más especial como una pulsera, o un collar, de todas formas el regalo era lo de menos, el mejor obsequio que él le podía hacer era disfrutar de su compañía, era la mujer de su vida, y la amaba demasiado. La conocía desde que estudiaba en la universidad, y más temprano aun cuando los dos habían crecido juntos en el mismo vecindario, y por eso tenía a veces un miedo recurrente e irracional de perderla, pero ese miedo se le disipaba rápidamente cuando ella con una sonrisa le decía que nadie la iba a desprender de su lado, para terminar sellando todo con un beso, como solo ella lo podía hacer.

   Pero muchas veces el destino no se pone de acuerdo con los días que hacen, y cuando el reloj dio las nueve y cuarenta y seis de la mañana, del martes once de septiembre, pasó lo inevitable. Aquellos aviones que habían hecho una maniobra kamikaze, se estrellaron sin miramientos contra las torres. La gente estaba desesperada, al borde del colapso, los corazones se agitaban, y el miedo se apoderó de todos en las calles.

   William apenas supo de la noticia por la televisión, tan solo unos cinco minutos después de ocurrido el acontecimiento terrorista, corrió con todas sus fuerzas hacia aquel lugar, de la desesperación se había olvidado de ir por su auto al estacionamiento, pero eso no importaba, su mujer trabajaba allí, necesitaba saber si estaba todo bien, si no le había pasado nada. Mientras corría podía divisar cada vez más cerca el humo negro que provenía del lugar del incidente, y las sirenas de policías, bomberos y ambulancias cada vez más cerca, al igual que los gritos, y llantos de las personas. Mientras más cerca estaba más fuerte le latía el corazón, el cuerpo le temblaba pero aun así estaba decidido a todo.

   Al llegar, a empujones limpios se fue abriendo paso entre la marea de gente que curiosa se agrupaba para ver aquel espectáculo de terror, que nada tenía de agradable, o para ayudar a los médicos y demás a rescatar a las personas que estaban atrapadas, y sacar a las fallecidas. Llegó adelante finalmente, pero las fuerzas de seguridad le prohibieron continuar con su paso, pero era tal su estado de excitación que no pudo contenerse y la misma policía tuvo que neutralizarlo, y sacarlo de allí, para que no siguiera afectando al operativo.

   Lo depositaron a unas cuadras de las torres, ahora reducidas a escombros, con un guardia de vigía al lado, que de paso desviaba a los transeúntes que se la daban de curiosos. William estaba desesperado, rogaba que no le hubiera pasado nada al amor de su vida. Pero las horas pasaban, el tiempo se iba agotando y todo se volcaba a una sola cosa que él mismo se negaba a ver como real.

   Finalmente un policía del departamento de rescate se le acercó, preguntó si era familiar de la señora Katherine Monroy, al decir que si el oficial le dio la fatídica noticia. El pobre William lloró, pataleo, maldijo a todo el mundo, no lo podía creer, no podía ser cierto. La calma de aquel día martes no había sido nada más que un estúpido engaño, era la calma presente antes de la llegada del devastador huracán.

  Cuando llegó a su casa ya con su auto, era entrada la noche, abrió la puerta y se tiró al sillón largando todo su peso, ignorando el teléfono que sonaba desesperado en la cocina, seguro era alguien que quería saber si estaban todos bien, o en el peor de los casos que había sido de sus vidas. Dejó que sonara y sonara, no tenía ganas de hablar con nadie. Entró al oír la puerta del living, el viejo Dick su perro, un Golden de unos doce años de edad más o menos, que se acercó hacía él, moviendo la cola y esperando a su otra dueña que, sin saberlo, jamás volvería a pasar por esa puerta.  

   William le acarició el lomo, su pelaje era suave, y limpio, el perro mostró una expresión de emoción, pero a la vez de extrañeza, su amo estaba mal, y no podía entender porque, hizo esfuerzos por animarlo, pero todos fueron en vano, nada podía aliviar el dolor que sentía, la desazón que lo hacía sentir a él alguien despreciable. Estaba enojado, pero no sabía con quién, aunque más seguro que era con la vida o el destino. 

  El hombre se llevó las manos a la cara y se puso a llorar desconsoladamente, Dick el perro se acostó a sus pies en silencio, como comprendiendo ahora si la gravedad de las cosas. Mientras lloraba no paraba de pensar, no sabía cómo iba a ser su vida sin ella, no sabía cómo podía afrontar ahora el destino que le tocaba. Pensó entonces en que uno no se puede fiar de un buen día, pero también pensó en ese beso con sensación de un "hasta siempre", pero con sabor a "no me olvides". Pensó entonces que jamás volvería a ver esos hermosos ojos azules que lo habían enamorado desde el momento que los vio. Fueron arrebatados para siempre por las crueles manos de la muerte, ya nadie podía devolverlos, ya nadie podía reparar su corazón.

  El cadáver de su mujer había sido el quinto en ser encontrado sepultado bajo una pila de escombros, no se lo dejaron ver, seguro por el grado de desfiguración de la carne aplastada. Kate que había sido siempre tan bella ahora estaba arruinada para siempre, aquellos ojos hipnóticos que revelaban toda su dulzura con ese azul tan vivo, se habían cerrado para pasar a vivir en la oscuridad. Ya solo quedaba el recuerdo de un amor que iba a ser eterno y quedó en el intento, en un arrebato de ira de agentes externos que no pensaban en otra cosa más que hacer daño a la gente, porque a aquellos que pilotaban el avión, no pensaron ni un segundo en la sangre inocente que derramaron, la sangre inocente de la pobre Kate. Su amada, su amor eterno, cuánto deseaba abrazarla, besarla, decirle “buenos días” por la mañana y acostarse con un beso. Deseaba tanto que el tiempo se pasó.

    Y ya cuando quiso darse cuenta pasaron nada más que veinte años, veinte años sin su ser amado, él ahora era un hombre nuevo, con una nueva mujer, pero supo que su única esposa era Kate (por más que ya estuviera nuevamente casado) quien será para siempre recordaba. Y por eso, todos los once de septiembre la vista con rosas en su lápida. Pero la diferencia es que ahora no son días de sol radiante como ese martes en donde sus planes se frustraron, ahora eran unos días grises, con más frío de lo habitual, y de lluvia la mayoría de veces, a William le gustaba pensar que cuando llueve el día del aniversario de su amor, es porque el cielo también llora su partida, como pidiéndole disculpas a él y al resto de los pobres e inocentes seres que también suelen ir por esas fechas al cementerio, porque también saben lo que es haber perdido a seres queridos, o a partes importantes de sus vidas. 

    Durante sus visitas a la tumba de Kate, William suele estar allí sentado, conversando con el aire, sintiéndose completo, como si percibiera su presencia, le cuenta cómo va creciendo su pequeña hija, como es su nueva esposa, aunque a decir verdad ya hace quince años que están casados. Luego de allí, vuelve por el camino que hace todos los años, pasa por su antigua casa, donde vivía feliz con ella, se le agolpan los recuerdos en la mente, y luego se dirige a casa.

   Allí lo recibe su esposa, Ellen y su pequeña niña de tan solo cinco años Katty, vuelve al trabajo como siempre, solo que ahora ya ocupó el lugar de su padre luego de que este ya se despidiera del mundo hace ya unos dieciocho años atrás, creo que sintió menos la muerte de su padre, en comparación a la de su anterior esposa, ella era especial, su padre, bueno era su padre, no podía pedir demasiado.

   Una noche tuvo un sueño, un sueño muy extraño, soñó con Kate, que estaba a su lado, en un lugar hermoso, con mucha calma, sentados a la vera de un lago, con un paisaje verde y florido. Ella tenía su cabeza apoyada entre sus piernas, y se reían no sabe de qué, pero sentía esa conexión con ella, después de todo no había vuelto a soñar con ella desde la noche que pasó lo que pasó. Pero de la nada el sueño se turbaba, la tierra empezaba a temblar, el agua se movía brutalmente, lo pájaros salían despavoridos de los árboles, de la nada el cielo se comenzaba a derrumbar pero ahora eran pedazos de concreto macizo que caían desde el aire, ve fuego a lo lejos y un avión que parece una bola ardiente en llamas. El polvo y la negrura por la ceguera de la tierra y el humo no le dejan ver nada, busca en sueños a su amada, la llama, grita su nombre, se sienten voces, sirenas, gritos de ahogo, de desesperación, ve luces similares a la de los policías y bomberos, poco a poco se le aclara la visión, ante él yace un edificio completamente destruido. Comienza a gritar, escarba y mueve las piedras, y allí en el fondo, un cuerpo femenino, pálido pero con manchas de quemaduras, raspones, y cortes, sabe que es ella, puede reconocerla porque son sus ojos azules los que miran al vacío, ya sin ningún brillo sobre ellos. Está muerta, Kate está muerta.

   Al amanecer la pesadilla se disipa con los primeros rayos del sol que iluminan la casa, William se había levanto antes, y lo sorprendió la mañana en la cocina con los ojos rojos de haber llorado, no podía creer lo intenso que había sido aquel sueño, pero lo que menos podía creer que veinte años después aún seguiría amándola, como si ella estuviera viva aun. El domingo de esa semana, decidió llevar a su esposa y a su hija al cementerio, no sabe porque pero se lo preguntó a Ellen y ella accedió, sabía todo lo que había pasado pero no le molestaba.
Caía una fina llovizna en aquella tarde fría de domingo, había poca gente, las visitas del once en conmemoración al atentando ya habían pasado, caminaron unos pasos y se encontraron frente a frente con la tumba. William se acercó y besó la lápida, Ellen extendió la mano y depositó las flores con mucho amor. El padre tomó a su hija y le dijo que saludara a la tumba, la nena lo hizo sin saber porqué y pidió un momento a solas. Ellen tomó a la niña en brazos y volvió al auto después de darle un beso a su marido.

  Cuando estuvo solo, William se abrazó a la lápida con todas sus fuerzas, y lloró sin consuelo, estaba completamente destruido. Después de un rato se secó las lágrimas y se quedó fijo en el epitafio que decía: “Para una mujer que vivió, amó y luchó como ninguna otra”. Finalmente se dispuso a marchar y volver con su familia, la llovizna había pasado y el sol comenzaba a salir, hizo una sonrisa frente la tumba y añadió:

— Gracias, de verdad… gracias por todo. ¡Te amo!


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Continuará...
































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