SOBRE RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO
CONTRA LA EXPLOTACIÓN Y EN DEFENSA DE LA RECUPERACIÓN DEL CONTROL DE NUESTRAS VIDAS
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1
INTRODUCCIÓN
Todo está abierto a ser criticado, incluido aquello que se creyó, hasta cierto punto, algo completamente intocable, como lo es por ejemplo el trabajo. Esa disciplina en la que dejamos todo para recibir a cambio nada más que unas míseras monedas ¡Pero qué distinto sería el mundo sin los trabajadores! Son ellos los que le ponen el pecho a las balas (a la injusticia). Son ellos los que hacen girar el motor que le permite al capitalismo seguir perpetuándose en la historia.
Pero aquí, en esta publicación, no me interesa si alguien se ofende porque me encargo de destruir al trabajo. Si total los únicos que se pueden sentir afectados, son los conservadores que solo quieren seguir haciendo funcionar un sistema que evidentemente ya no va más.
Sus mentes vacías de todo sentido, no pueden comprender que la crítica viene a construir sobre lo que se acaba de destruir. No pretendo soñar con una sociedad de vagos, pretendo más bien, permitirme el lujo de pensar la utopía proletaria, donde el trabajo sea digno en remuneración, en ambiente y no un matadero para gente que solo quiere poder sobrevivir en una sociedad global, cada vez más encarecida. Por que hoy, el coste que hay que pagar para poder alimentarse, beber agua, o estar «en línea» con nuestro alrededor, cada vez cuesta más. Eso equivale a más trabajo, y por ende hay más trabajadores cansados, hartos de dar todo para no ser reconocidos como debe ser.
Esto entonces se vuelve una descargo para tratar de generar conciencia sobre las consecuencias que tienen que pagar los obreros. Porque si trabajar dignifica, hoy hemos perdido todo rastro de dignidad.
No tome este ensayo como un iniciador de revoluciones, más bien como uno que de paso a repensar aquello que hasta no hace mucho creíamos incuestionable.
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2
RECUPERAR LO PERDIDO
Te haré, para empezar, tan sólo dos preguntas, que a priori tienen una fácil respuesta, pero que en el detalle de la misma, se halla una dificultad que está empujada por las limitaciones de un factor tan decisivo como inviolable: el tiempo. Por eso le pregunto a usted mi querido lector/ra: ¿Cuándo fue la última vez qué dejó de andar a las corridas y empezó a caminar más despacio? ¿Cuándo fue la última vez qué dedicó tiempo al disfrute del ocio o a la contemplación de lo simple, sin la necesidad de estar al pendiente de la hora o si se hace tarde para algún evento?
Seguramente recordará de manera difusa alguna vez en la que pudo sentirse vivo, sin tener esa sensación de culpa que muchas veces nos produce el no estar haciendo algo productivo. Esos momentos llenos de horas muertas, son vistos en esta sociedad moderna, como una muestra de desprecio hacia la cultura del trabajo. Y no hay nada más inaceptable que desvalorizar el trabajo.
Para las generaciones que estuvieron antes que nosotros, el trabajar fue visto siempre como un medio al que hay que honrarlo, como si se tratase de una especie de Dios intocable. Sin embargo, desde las épocas más fuertes del capitalismo fabril, ya existían formas de pensamiento que se posicionaban como detractoras de la cultura del trabajo, pero siempre han sido ignoradas, pues atentar contra el trabajo, es visto con desagrado por parte de un sector social que se caracteriza por darle predominio al aparato más aberrante de dominación: el control del tiempo como mecanismo de supresión.
El tiempo, en la vida cotidiana, se vuelve un factor importantísimo, pues en él giran todas las actividades que encajan en nuestro día a día. Ergo, si controlas el tiempo, controlas los cuerpos (es decir: la vida).
Desde un tiempo para acá, las masas trabajadoras (explotadas hasta el hartazgo) y despiertas, han empezado su cruzada personal para recuperarse contra la explotación, debido a que ese robo descarado del tiempo, que también tienen todo el derecho —y más que eso— de disfrutar sin la necesidad de sentir culpa por «no estar haciendo nada», les ha sido robado.
La idea de que tenemos que sentirnos mal por «no hacer nada útil», nos empuja a una serie de pensamientos autodestructivos que, inevitablemente, nos conducen hacia el colapso de la mente y del cuerpo. No existe, en este planeta, la posibilidad de dejar descansar al cerebro después de tanto desgaste emocional, ni mucho menos la posibilidad de dejar reposar el cuerpo después de ocho (o más) horas de arduo trabajo.
Le pese a quien le pese, no podemos automatizar la vida. La mecánica cotidiana debe ser reordenada para poder equilibrar las responsabilidades forzosas a las que estamos obligados (de manera tácita), con la vida del relajo y de la entrega absoluta al descanso. Es obligatorio cortar de vez en cuando con el peso de la rutina ¡No somos robots, ni deseamos serlo!
Si bien entiendo que el trabajo es el medio que proporciona la subsistencia del individuo, también entiendo que no debe ser tomado como la vida en sí. Hay que darle a cada cosa su lugar y el descanso, el ocio o los tiempos muertos donde no hay nada para hacer, deben ser apreciados y aprovechados como es debido, pero lejos de culpas o cargos de conciencia por no estar «siendo lo suficientemente productivo».
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3
LA DESOBEDIENCIA
Voy a ser directo, no creo en la existencia de un jefe. Me niego a aceptar que existe la superioridad de rango dentro de un ámbito laboral. Me resulta un completo sinsentido el hecho de que el humano pueda gobernar a otro humano. Esto, y lo digo de verdad, sirve también para cuestionarnos figuras tan vetustas como las del presidente o cualquier cargo político.
Volviendo al trabajo, considero que la figura del jefe no debe ser tomada en serio. Generalmente le ofrecemos respeto por el miedo a las reprimendas, pero ¿Qué diferencia hay entre un jefe y un simple empleado? Ninguna, ambos son humanos que comen y cagan ¿Acaso debo arrodillarme ante el superior, tan sólo porque me paga el sueldo? Si lo hacemos, estamos perdiendo valor como humanos, porque si nuestra esencia es la libertad, no podemos permanecer bajo el dominio de alguien que se cree superior— y con la capacidad de mandar— tan sólo porque posee en su haber un gran capital o una poderosa empresa.
Uno debe trabajar para ganarse la vida, pero no nacimos para sumarnos a la fila de los nuevos esclavos modernos, que se dedican a lamer los penes de quienes les arrojan un par de monedas por vender su fuerza y tiempo en trabajos que los agotan y les chupa toda su energía.
Estos cuestionamientos hacia las figuras de «poder», sirven para empezar a entender como todo gira en torno al fortalecimiento de la explotación proletaria, y ésta, débil y cansada, ya no tiene fuerzas para poder defenderse. Sin embargo, aún le queda una carta por jugar y es la de la desobediencia a la rutina, la crítica continua al sistema y la puesta en jaque a las figuras de alto mando.
No importa que la sociedad en su mayoría se escandalice cuando se habla de manera peyorativa del trabajo, qué más da, que piensen lo que quieran. Hemos permanecido en el suelo por demasiado tiempo, ahora llegó el momento de la venganza.
No soñemos con la gran revolución obrera, hagamos realidad la toma de control de nuestras vidas. No vayamos a contrarreloj, viviendo cada día en la monotonía, más bien rescatemos el tiempo presente, conectándonos con lo que somos, con lo que nos gusta.
Es hora de independizarnos del pensamiento productivista y utilitario. Ahora más que nunca necesitamos darle valor a esto que somos, a lo que nos hace humanos, que en definitiva es lo que nos hace felices.
¡No creo en los jefes, creo en la libertad!
4
TODOS UNIDOS
No creo en la permanencia de una persona en un puesto laboral.
Siempre me ha causado rechazo escuchar a aquellas personas que se enorgullecen por estar veinte o treinta años trabajando en la misma empresa, como si eso fuera un logro sumamente importante para la vida de alguien que vive diariamente la explotación silenciosa, es decir: que no se da cuenta que está siendo exprimido por una organización que solo quiere drenar su fuerza de trabajo, a cambio de un salario con promesas de aumento y la idea manipuladora de un ascenso imaginario.
Por otro lado, la nueva generación proletaria, es decir la masa joven, es víctima, en la mayoría de los casos, de la crueldad del sistema laboral. Además sufren la consecuencia de la falta de permanencia a largo plazo. Quiero decir con esto que, el sentido de la seguridad y la estabilidad laboral, se perdió.
Este descontento lleva siempre a la crítica del trabajo, porque transforma a los trabajadores en mera materia desechable. Los contrata durante tres meses y cuando a la empresa ya no les sirve, los ponen de una patada en la calle ¿Sirve trabajar así? Definitivamente no.
De ahí viene mi descreimiento sobre la permanencia de alguien en el puesto laboral. Las promesas de estabilidad tambalean ante un sistema fragmentado. Lo que hace cuarenta o cincuenta años atrás era estable y seguro, ahora, en este presente, es como caminar con los ojos vendados sobre una cuerda floja.
El trabajo empieza a verse como una actividad valiosa (de privilegio), se lo cuida como si fuera oro, haciendo que quien entre en ese engranaje, seducido por el capital, termine por romperse.
Mientras tanto, aquel que sufrió el despido o quien está desempleado, debe cargar —ante la vista cruel de la sociedad— con la culpa de no hallar un trabajo que le permita demostrarle al mundo que está inserto en el plano social. Al desempleado lo llaman vago y será excluido, como un leproso en tiempos bíblicos.
La resistencia entonces, es por parte del trabajador y de aquel que no tiene trabajo, y debe ser bajo un objetivo en común: luchar por mantenerse a favor de un mundo en donde podamos recuperar el sentido de nuestra vida.
Hoy, cuando las horas pasan rápido y los años parecen días, nos conviene más conquistar el tiempo, invertir en momentos que nos reconfortan, creando espacios en los que podemos ser sin la presión capitalista-empresarial.
Ya sea que trabajes o no, sigues siendo un ser humano y como tal tienes sueños y anhelos. Por eso este es el momento de devolverle a la existencia todo lo que nos han robado.
La resistencia al trabajo no es un capricho más, es más bien una mirada realista sobre la realidad (valga la redundancia), en la que estamos viviendo.
Está sociedad está cansada y creo que no le vendría mal echarse a dormir una siesta o sentarse a no hacer nada.
¿Usted qué opina?
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5
EL FIN
Muy bien, hemos llegado al final del escrito. Espero que haya podido entender el punto al que he estado dirigiendo a lo largo de cuatro capítulos. No es esto un argumento para ofender, es más bien intentar reflejar que el trabajo muchas veces esclaviza.
Seguramente usted ha extraído alguna que otra conclusión, y estaría bueno que no se las guarde. Largue todo lo que tenga que decir, ponga a prueba mis palabras y déjeme en ridículo si es necesario.
No vengo yo a decir una verdad absoluta, todo lo contrario, vengo a dar mi punto de vista. Tal vez un poco disruptivo, pero sigue siendo mi visión personal.
Hasta aquí llego. Ha sido un gusto haber escrito esto y que usted lo haya leído, ya me llena el alma.







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