sábado, 22 de noviembre de 2025

c)— A SOLAS...

 EL AISLAMIENTO VOLUNTARIO 


UNA MIRADA SINCERA SOBRE LA SOLEDAD Y SU IMPORTANCIA EN LA SOCIEDAD QUE CORRE



Por...MARK
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PREÁMBULO 
  
  A solas quiero estar. Me siento libre lejos de las presiones de un mundo que gira y gira hacia la involución.

  A solas prefiero estar, porque allí me siento yo mismo.

   Me alegra ver como la gente deja poco a poco el salón y la fiesta se va apagando y después, queda el silencio de unos pocos. Rara vez llego al final de la fiesta, pero cuando lo hago, me hace sentir feliz. Es como cuando uno va de visita a lo de un familiar y uno sabe que ya es hora de marcharse directamente a la catacumba, que es nuestro hogar.

   No es que uno sea un antisocial o un inadaptado, es más bien que uno pretende la calma tranquila de un río en primavera, y no la embravecida furia de un mar inquieto.

   Me gusta estar a solas, disfruto de la paz que me produce conectar conmigo mismo.  

    Ahí, adentro de mi ser, nacieron éstas palabras.


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LOS PRIMEROS SÍNTOMAS 

   Siempre lenta y sigilosa, la sombra de la soledad penetra nuestros cuerpos y comienza a recorrernos, escaneando cada palmo de nuestro organismo, analizando con sus ojos rojos, lo profundo de nuestros sentimientos. Y cuando ve que es un cuerpo en el que puede permanecer sin problemas, se hace un lugarcito entre el corazón y el alma, y allí anida acompañada sus más hermosas ideas.

   Y cuando nos dimos cuenta, comenzamos a agarrarle ese gustito dulzón, al hecho de abrazar la soledad. Pero lo hacemos sin problemas, sin ponerle peros ni objeciones, porque descubrimos que esa paz de estar tan sólo bajo nuestra propia compañía nos satisface más que la presencia de otras almas.

   Es en esa ausencia de sociedad, donde aprendemos a conocernos. Si bien, es cierto, en este laberinto que llamamos vida, necesitamos, las más de las veces, de la presencia o de la ayuda de un otro, pero es importante también atreverse a dar un salto hacia el camino del autoconocimiento. 

   El ejercicio social y milenario de la comunicación, nos ha dado un lenguaje para interactuar y así poder entendernos, conocernos. Qué mejor idea entonces que la comunicación interna, es decir, hablar con uno mismo, con la única aspiración que es la de entendernos. Tenemos que aprender a comunicarnos y a escucharnos. No podemos decir que estamos capacitados para afrontar la vida social sino somos capaces de poder convivir con nosotros mismos.

   La cuestión no es como nos ven los demás, sino cómo nos vemos cuando nadie nos ve.

   ¿Cuánto te conoces? ¿Sabes tus límites? ¿Has explorado y ensanchado tus potencias? ¿Puedes vivir contigo mismo?





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UN POCO DE HISTORIA 

   Generalmente se ve a la soledad como un ser espectral al cual hay que evitar a toda costa. Se nos ha dicho que esos momentos en el que tan sólo somos nosotros en la casa o en la habitación, donde no nos apetece salir y huímos de cualquier interacción, son instantes que pueden hacernos mal. Pues claro que vamos a creer que el simple hecho de desconectar puede ser dañino, si es que no estamos acostumbrados al silencio de nuestra mente. Nos desespera estar solos frente a la marea de la vida. Nos acostumbramos tanto a vivir con los demás, que llegamos a creer que si evitamos los eventos sociales o preferimos la calma hogareña por sobre los bullicios de una reunión, es de seguro que estamos enfermos o algo extraño— que no podemos explicar— nos está afectando. Pero esas son mentiras— ¡Viles y estúpidas mentiras!— en realidad es que sentimos culpa, porque no podemos explicar esa sensación de paz que nos produce estar en contacto con nosotros mismos.

   Sin ir más lejos observemos nomás la historia. Jesús pasó cuarenta días (con sus respectivas noches) en la seca inmensidad del desierto de Judea, allí puso a prueba su fé, su resistencia; se volvió más sabio, más fuerte. En otro punto del planeta, Buda a los treinta y cinco años de edad, se sentó en absoluta soledad, debajo de un árbol, para meditar durante siete semanas y alcanzar así, la tan deseada iluminación. Vayamos ahora a un plano más terrenal y miremos a Morihei Ueshiba (fundador del Aikido), quien después de la Segunda Guerra Mundial, se retiró a la soledad de la localidad de Iwama, para dar paso a ese proceso que daría vida al «Arte Marcial de la Paz». Ni hablemos de la importancia en la vida del artista o del pensador.

   Fíjense entonces como en la soledad, el ser humano encuentra su divinidad, su inspiración, llegando a los escalones más altos de la sabiduría. 

   Con el ruido de las multitudes, es imposible concentrarse para poder pensar.


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CARGAR CON LO QUE SOMOS

   «La soledad es tremendamente bella porque es profundamente libre» (Carl Jung)

  La soledad es liberadora porque en ella uno encuentra el tiempo para cultivarse, para educarse, para amarse. No hay mejor compañía que la de uno mismo. 

   Hoy, donde se premia la banalidad y la superficialidad en las personas, conviene más mantenerse firme en la línea del aislamiento voluntario, en vez de despreciar la energía social en discusiones tontas o en personas que no se lo merecen.

   El vacío actual y la creciente ola de soledad, son el reflejo de una población que le teme a la introspección, y no quiere que los jóvenes puedan valorar el espacio propio, sin ruidos de pantallas ni mensajes de supuestos «amigos» virtuales. No nos damos cuenta que a mayor conectividad, más separados estamos.

   Cultivar una relación de amistad o de pareja sana, debe pasar primero por el filtro de la soledad. Tener mis momentos a solas, me permite entenderme, saber que me gusta y que no, para así, cuando llegue el día de conocer a alguien, sabré claramente quién soy a la hora de tener que exponerme ante una conversación.

    No podemos amar a alguien más si no nos amamos primero a nosotros mismos, y eso se consigue con las horas en soledad, sintiendo lo que nos dice el alma, la mente y el cuerpo. 

    No tenemos porque evitarnos. Si al final estaremos con nosotros hasta el fin de nuestros días.





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