UNA BODA Y DOS BOTELLAS
Por... MARK
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La mañana me recibió con un resplandeciente sol que le daba brillo a la inmensidad del vasto campo, placeres que se pierden aquellos que viven en la ciudad. Hoy era un día importante, por lo que tocó ronda de mates dulces acompañados con unas ricas tortas fritas y arrope de tuna. Después me fui a ver a mí caballo, un hermoso alazán. Lo ensillé y marché rumbo a hacer mis cosas, perseguido por algún que otro tero enojado.
Entré por el camino que bordea el río hasta llegar al portón de la casa de don Mancusso, lindo rancho tenía el viejo, había de ser alguien que poseyera mucho dinero, aunque me habían dicho por ahí, que todo eso había sido una herencia de su ya difunto padre. Pero la cuestión principal era que yo, Pedro Miguel Cisfuentes me iba a casar con Marita Milagros Mancusso, la hija más grande del señor Mancusso. Esa muchacha si que era la descripción exacta de una china perfecta. Ojos marrones, bellos y grandes, labios gruesos y seductores, nariz levemente respingada, cejas finas y hermosas, pero lo más llamativo de ella, a pasar de su buen cuerpo, era la enorme extensión de cabello negro, como el palaje de un caballo moro, que la caía más o menos hasta el final de la cintura, lo mejor de todo es que siempre olía impecable, y no tenía problemas para lavar aquella tamaña cantidad de pelo.
Pero más importante que la belleza de mí china, era que el casamiento iba a ser dentro de cuatros días, y yo ahora andaba galanteando (arrastrando el ala digamos) para enamorarla definitivamente.
Don Mancusso tenía solamente dos hijas y era el único a cargo de ellas, su esposa y madre de las jóvenes, había fallecido después de caerse del caballo, un accidente trágico y fatal, por lo que a sus dos hijas las cuidaba como si fueran oro.
—Cuidamela Pedrito, vos sabés que es todo lo que tengo — me dijo mientras su hija se subía al caballo.
—No se preocupe don Mancusso, conmigo está protegida de por vida—le dije con toda seguridad.
Y así fue como marchamos juntos, ella y yo al lomo de mí alazán, yendo directo al pueblo a pasar un día de pareja, porque uno a pesar de ser gaucho, es también un romántico.
Llegamos al pequeño pueblito y lo primero que hicimos fue ir a comer algo, después dimos unos cuantos paseos, y terminamos la tarde dando una vuelta por la feria de artesanías que estaba en la plaza central. A las ocho de la noche la dejé en la puerta de su casa.
—Muchas gracias Pedro, fue una linda tarde junto a vos— me dijo corriendose un mechón de pelo y poniéndolo detrás de la oreja.
— No tenés nada que agradecer, pero por favor me podes llamar «amor» o «mí amor», nos vamos a casar pronto y estaría bueno hablarnos así —le decía mientras le acariciaba una mejilla.
—Ya lo sé... Bueno, ya debo irme, mi padre y mí hermana me esperan— Me sostuvo la mano con la que yo la acariciaba.
—Nos veremos dentro de cuatro días— Dije y le di un beso en los labios.
Me monté al caballo y esperé a que ella entrara, y luego salí de allí, rumbo a mí rancho, con la alegría de saber que pronto estaría casado.
Pero, ojalá todo en la vida fueran buenas noticias, un día antes de casarme me vengo a enterar que la china se me ha ido, que ha volado para otros pagos, dejando su nido vacío, y un hueco en el mío. Debí suponer que no quería saber nada conmigo, cuando un hombre de mucha plata, y militar, le andaba mostrando las plumas. La desgracia no tiene dueño, y este joven gaucho sufría por amor, y lloraba a moco tendido. Uno era valiente para la jineteada, para guiar las vacas, para enlazar a los toros, para dormir en cualquier lado, pero para estas cosas uno nunca está preparado, y por más de roble que sea el corazón de un gaucho, puede ser quebrado como una ramita cualquiera.
Y ahí estaba yo, vagabundeando de acá para allá, alejado del sueño de estar acurrucado en el nido con mí paloma. Con el pasar de los días me había vuelto una persona fría, vacía, sin sentido. Volví un par de veces al rancho de don Mancusso, con la esperanza de que tal vez Marita Milagros haya regresado, pero nada, no había novedades, e incluso hasta a su padre le daba vergüenza mirarme a la cara. Y que se le va a hacer, la vida gira como una rosca, pero no está pa' enroscarse.
Así fue como terminé sin novia ni esposa, sin traje ni fiesta, y con dos botellas que me acompañan todas las noches, en la pulpería del señor Cosme. Acá me puedo sentir bien, acá por lo menos el dolor no me lástima tanto, y encontré en el alcohol un consuelo que no pensé que me daría.
—Usted sí que ha pasado cosas feas señor—decía un muchacho que estaba sentado frente a mí.
—Son cosas de la vida—dije tomando un vaso de vino —tarde o temprano a uno le llega, que se le va a hacer.
—¿Y nunca más la vió señor?—me preguntó curioso.
—Si, un vez solita nomás, se ve que algo se le movió adentro, que el perro de la consciencia la mordía tanto que no la dejaba dormir —hice un pausa para acomodarme en la silla— La vi de pasada nomás, en el funeral de don Mancusso, el pobre estaba muy enfermo, pero ella ni siquiera me miró. Tenía consigo tres gurises, y su marido atrás como perro faldero.
—¿Y usted qué hizo? —volvió a preguntar el chico.
—¿Pues que podía hacer? Fui a enfrentarla como buen hombre que soy.
—¿De verdad hizo eso?—la cara del joven estaba llena de asombro.
—No. En realidad me fui de ahí, no quería saber nada, uno es valiente pero también tiene sus límites.
—Eso sí que es interesante—decía mientras se servía un poco de mí vino.
—Ahora te voy a preguntar yo ¿Por qué te estoy contando esto, y por que te interesa toda esta historia?— le pregunté algo molesto.
—Por un motivo muy importante—respondió con tranquilidad.
—¿Y puedo saber cuál es ese motivo?— insistí.
—Creo que usted es mí padre.
Me quedé helado ante esa confesión, que me atraganté con el vino ¿Era esto real?
—Estas diciendo pavadas me parece, mejor ubicate un poco mocoso y no andés jugando con esas cosas—vociferé enojado.
—No estoy jugando con nada, soy hijo de Marita y de usted señor—me respondió lo más amable.
—Eso es imposible—conteste.
—Veamos, usted me dijo que le faltaban cuatro días para casarse y esa noche, después de la salida, la dejó en su casa, pero se olvidó de contar que al día siguientes se volvieron a ver y bueno, ella quedó embarazada de mí, y después se marchó, y la historia continúa como usted ya me contó— sus palabras salían tranquilas de su boca, no estaba nervioso en lo más mínimo.
—No... No puede ser ¡Dios bendito, no me lo puedo creer!—dije entre lágrimas.
El joven vino y me abrazó, mientras yo contenía mis lágrimas.
—¿Y cómo me encontraste?—le pregunté intrigado.
—No fue tan difícil, solo hay una pulpería en este pueblo, y solo hay una persona que se toma dos botellas de tinto por día, un borracho medido como pocos—respondió entre risas.
Yo también me reí y lo volví a abrazar. Cuando salimos afuera del boliche, le agradecí eternamente por venir a verme, le mandé saludos a su madre y luego se marchó.
No lo podía creer, era padre de una mujer hermosa que me había abandonado, muchos dirían que era un gaucho desdichado, yo me arriesgo a decir que esto es solo el principio de mí suerte.
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