LA HERENCIA
CUENTO CORTO
Su voz ronca había resonado contundente por
toda la habitación. Fue tal el susto que me levanté de súbito, como quien se
despierta después de haber tenido una terrible pesadilla, y en rápidos
movimientos encendí una vela, fue entonces cuando lo vi allí, sentado en la
vieja mecedora de madera, que, por generaciones enteras, había pertenecido a
nuestra ilustre familia.
Bajo
la espectral luz naranja de la flama, que se movía agitada por alguna que otra
brisa de viento fresco que entraba por la ventana, daba la sensación de que su
sombra se arrastraba sigilosa por la pared, como arañándola, mientras él se
mecía, en un absoluto silencio, completamente concentrado en algún punto
perdido en la pared.
Parecía una visión de un sueño febril, una imagen sacada de algún libro
fantasioso. Su piel era enteramente grisácea, con algunas tonalidades verdosas,
salpicada de algunas purulentas llagas que hacían brotar un líquido rojizo a la
vez que se escurría viscoso, tenía las ropas hechas jirones, su rostro se
asemejaba a alguien que había visto algo traumático, quien sabe cuántas
atrocidades, y el olor, ese maldito hedor a cadáver que tumbaba y penetraba
hasta lo más profundo de la nariz.
Me
incorporé en la cama lentamente, hasta conseguir una posición cómoda, puse la
vela en su respectivo plato, y me quedé mirándolo, esperando tal vez alguna
reacción de su parte, pero el silencio se prolongó de manera incómoda por un
par de minutos, siendo cortado de vez en cuando por el crujir seco de la madera
vieja o la caldera que estaba en el sótano, todo esto hasta que me atreví a
poder decir algo:
—¿Cómo lograste entrar aquí? —Necesitaba
romper el hielo.
—Nadie puede escuchar a los fantasmas ¿no es
así? — dijo sonriendo y revelando una dentadura casi inexistente, amarillenta, carcomida
por el tiempo.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz salía firme, trataba
de disimular mí pavor, y a la vez mostrar algo de alegría, aunque sea falsa.
—Es una noche difícil, hoy los cuervos están
más inquietos que de costumbre y no me dejan dormir en paz —Hablaba casi sin
mover los labios, y mirando fijo a la pared.
—Ya…ya veo —Tartamudee— ¿Qué has venido a
buscar? ¿acaso puedo ayudarte en algo?
—Nada en especial— Se detuvo un momento y
luego giró su cabeza lentamente hacia mí— ¿No puedo acaso venir a visitar a mí
pequeño hermano?
—Bueno, es decir, claro que puedes, pero es
que, como decirlo… se suponía que tú… —Lancé un suspiro para intentar
tranquilizar a mí corazón que latía descontrolado.
—Sí, lo sé —Refunfuñó—, se supone que yo ahora
debería estar muerto, sepultado a quien sabe cuántos metros debajo de la
tierra, siendo la cena predilecta de los gusanos e insectos que habitan en las
profundidades.
—Tampoco es tan así — dije tratando de calmar
las aguas, acompañado de una sonrisita nerviosa.
—Ay hermanito, como será de misteriosa la
vida, que por el arte del azar o por la secreta magia que invoca la noche, que
mi cuerpo, al que apuñalaste y enterraste, ahora está aquí. — Se frotó las
manos, y pude ver cómo la piel se desprendía de la carne suavemente— Esa vieja sí
que sabía manipularte— dijo y lanzó una carcajada.
—No.…no hables de nuestra madre de esa manera,
ella era muy buena con nosotros ¿no recuerdas como nos trataba? —Estaba
empezando a ponerme nervioso.
— Bah, esa vieja decrépita no se merece mi
respeto, en cambio tú siempre fuiste su hijo favorito, y no trates de negarlo.
—En un movimiento en seco detuvo la mecedora— Dime la verdad hermanito ¿ella te
dijo que me mataras? ¿o fueron tus deseos de poseer todas sus riquezas los que
guiaron el puñal? —Volvió nuevamente a mecerse —¿Una historia de novela no
crees? Dos hermanos que van a cobrar una herencia de una madre millonaria,
misteriosamente el hermano mayor desaparece, y por consiguiente la otra parte
lo hereda todo. Es un buen plan ¿no es así? — Su rostro de muerto se volvió
hacia mí.
Un
escalofrío gélido recorrió todo mí cuerpo, eran muchas emociones para que mi
mente pudiera procesar lo que estaba pasando. No podía entender en mí lógica
racional, como esto podía haber sucedido. Se supone que estaba muerto, lo había
apuñalado unas cinco veces y lo había enterrado en una fosa lo suficientemente
profunda como para que ningún empleado que trabajaba en la casa, pudiera
percibirlo. Pero esto, superaba a toda ficción conocida.
Me
quedé pensando que responder, pero por el miedo no podía decir nada. A cada
rato sufría fuertes temblores y me preguntaba ¿Qué efectos de la noche, que
bajos y ocultos poderes habían logrado devolver a mi hermano mayor de la tumba?
¿será el alma de la venganza que mueve a los espíritus por el mundo de los
humanos? No sabía la respuesta, pero cualquiera de las dos preguntas me
producía unas nauseas horribles.
Finalmente rompí el silencio:
—Si deseas, puedo darte todo lo que quieras,
sabes que hay riquezas por todo este terreno. —Trataba de convencerlo para que
se vaya cuando antes, su presencia me incomodaba.
— Ja, estúpido ser, ya las monedas de oro y
los lujos superfluos no me interesan, mi corazón solo genera una sola cosa —Se puso de pie de un salto y algunos huesos le crujieron— la venganza es el
motor que mueve mis músculos.
—¡Espera, no tienes que hacer esto! —Grité
desesperado.
—Ya es muy tarde, antes del amanecer el acto
debe estar consumado —Y comenzó a caminar de una manera aterradora, liberando
una serie de gemidos horrendos.
Cuando quise darme cuenta, su figura grotesca y pesada se abalanzó indómita
sobre mí, y trató de estrangularme. Sus manos fétidas y huesudas se aferraban a
mi cuello, como la mandíbula de un perro salvaje, el olor a carne podrida era
insoportable. Logré zafarme quebrando sus muñecas y me alejé de la cama lo más
rápido que pude, el intentó incorporarse, pero cuando los primeros rayos de luz
atravesaron el cristal de la ventana y lo acariciaron, su cuerpo se convirtió al
instante en polvo, todo esto bajo mi absorta mirada.
Sin
dudarlo ni por un segundo, preparé esa misma mañana mis cosas y me marché, dejando
a los sirvientes a cargo, pero fue en ese momento cuando, cruzando por el
colorido jardín, en diagonal para ir al establo, vi la fosa que había sido la
tumba de mí difunto hermano, abierta, pero tenía algo más de espectral que
podía observarse a simple vista, daba la sensación de que alguien había arañado
la tierra con mucha vehemencia para poder salir, se podía notar tales
acontecimientos en las raíces rotas y el pasto enmarañado, eran sin lugar a
dudas, los rastros de su desesperación, luchando por aferrarse a la vida. Al
ver esa escena, me sentí tremendamente aterrado, un mareo golpeo mi cuerpo de
súbito, por lo que mí marcha fue mucho más apresurada de lo que venía
planificando. Me retiré sin decirle nada a los sirvientes relacionado con el
motivo de mi huida, solo me limité a mentirles, diciéndoles que debía marchar de
manera urgente a Europa por asuntos personales que se relacionaban con mi
salud, a pesar a estar ésta en buen estado. No quería levantar ninguna
sospecha, después de todo es algo que de seguro nadie lograría creer, sabiendo
de antemano lo difícil que fue para mí asimilar esos hechos.
Sabía que dejar todo eso atrás no sería
suficiente, la consciencia me pasaba y veía en mis sueños a aquella figura con demasiada
frecuencia, sabía que iba a ser una imagen que desafortunadamente me
perseguiría hasta mis últimos días con vida.
Seis
meses después de aquel inolvidable suceso, y de mi misteriosa escapatoria, tomé
la dolorosa decisión de vender la propiedad. No medité previamente en si era lo
correcto o no, pero asumí que no quería vivir más allí, por lo que comencé de
inmediato con los trámites relaciones a la escritura, visitando oficinas de
negocios inmobiliarios para darle una rápida solución al problema.
Luego, unas semanas después, fui a ver al escribano personal de la familia,
un hombre de honorable y reconocida reputación, para pedir, y saber si era
posible, el anular mí herencia, para que todos mis bienes sean distribuidos, en
igual y justa medida a la caridad. Algo a lo cual aquel simpático hombre se
opuso rotundamente, pero al final y dado el peso de mis ideas, accedió a mis
medidas persuasivas, jurando que algún día me arrepentiría. Por su puesto que
separé una suma importante, algo que me pudiera servir para mí subsistencia,
pero creía que así podría por lo menos contentar al fantasma de mí hermano,
cuya tumba ahora yace olvidada por el tiempo. Al parecer los sirvientes la han
vuelto a tapar y plantaron allí un bello jazmín, que florece blanco como el
vestido de una novia, y brilla intensamente bajo la luz de la luna.
De
aquel suceso no volví a hacer mención alguna, porque sinceramente mí mente no
lo desea, con respecto a lo de mi madre borré todo recuerdo que alguna vez tuve
de ella, al igual que cualquier gesto proveniente de su cariño hacia mi o a mi
hermano. Ahora solo me preocupo y ocupo de mí familia y mi trabajo en la
gerencia de una pequeña casa de préstamos. Solamente espero que mis hijos no
repitan mis errores, porque por una maldita herencia yo maté, y juro ante dios
que lo volvería a hacer.
17 de
marzo del año 1887
W.F. Lloyd
(perteneciente a mis memorias).
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