PARTE III: ESCAPANDO DEL FINAL
CAPÍTULO VII
LAS PRIMERAS SEÑALES
El ruido que se escuchó en el cielo fue realmente espantoso, aquel obeso jefe de los guerreros se atragantó con la sangre que estaba bebiendo, y de la nada una llamarada de fuego intenso comenzó a descender del cielo acercándose hacia nosotros. Los Berserkers huyeron despavoridos, mientas que mi amiga y yo nos apartábamos de allí lo más rápido que podíamos. Aquella hilera de llamas naranjas parecía mantener la misma dirección, y a una velocidad tan sorprendente que el jefe del clan Berserkers, lleno por la sangre de las personas muertas, no pudo moverse mucho y pereció ante aquellas incandescentes flamas. Su muerte fue tan repentina que no tuvo tiempo ni si quiera de gritar, pero lamentablemente también murieron el resto de los cautivos que tenían, unas cuatro personas en total.
La fila de naranjas y calientes llamas, siguió avanzando hasta perderse en la lejanía, y si nuestras sospechas no eran falsas aquel látigo de fuego daría la vuelta al mundo. Mientas, con mí amiga, nos habíamos reestablecido, cortando nuestras ataduras, que no eran más que rudimentarias sogas de plástico. Ya liberadas, decidimos avanzar rumbo a la ciudad nuevamente.
Caminábamos lentas pero no seguras, nos dimos cuenta que estábamos perdidas, aquellos salvajes nos habían llevado a un lugar lo suficientemente alejado de la escasa civilización, que no sabíamos hacia donde caminar, el calor era insoportable y la sed nos empezaba a golpear. De todas formas seguimos avanzando, sacando fuerzas de donde no había, hasta descubrir un pequeño oasis a unos treinta metros de distancia, y confirmando casi seguras de que esa visión no era un mero espejismo, avanzamos directo él. Su agua clara, sus altas palmeras, y la pequeña vegetación, nos sirvieron perfecto para saciar la sed. Y como si nada pasara, nos encontrábamos desnudas nadando en aquella piscina natural.
Nos reíamos, nos divertíamos, como si todo lo vivido no hubiera existido. De la nada, nuestros cuerpos se rozaron, de la misma manera y siguiendo la inercia de nuestros movimientos, las manos comienzan a acariciar la piel, y los labios se anudaron apasionados en un beso, un beso en donde las lenguas eran las principales protagonistas, despertando en nosotras un deseo carnal que se notaba en la forma en la que nuestros cuellos eran saboreados. Me tomó por sorpresa cuando ella bajó a mis pezones ¿Cómo sabía que eso me gustaba? Nunca lo sabré, como ella tampoco sabía que siempre me había gustado, que siempre me había sentido sexualmente erotizada por su presencia, pero que había preferido a mi marido por lo bien que me hacía sentir en la cama. Todos esos pensamientos se condensaban en ese instante de calor, de pasión descontrolada. Sentía sus manos en mis glúteos, en mí vagina, en todas partes.
Seguíamos besándonos tan apasionadamente que no quería que se detuviera ni un solo instante, de no ser porque su lengua se quedó quieta bruscamente, y sus labios se desprendieron de los míos, mientras sus ojos se abrían de par en par atónitos. Quería gritar y no podía, el miedo la paralizaba, y no tuve más opción que darme la vuelta y tratar de averiguar con mis propios ojos el porque de su estado de estupefacción, y lo que me encontré fue algo absolutamente fuera de lo normal. Un inmenso gigante de arena, más conocido como un Terramorfo estaba de rodillas contemplando nuestro acto apasionado, ahora interrumpido. Aquella majestuosa monstruosidad no nos apartaba la mirada, sentíamos que estábamos siendo completamente abusadas por los vacíos ojos de aquella criatura, y el miedo que sentimos era algo desesperante
Esa fue la primera vez que tuve la posibilidad de ver a un gigante de arena, durante años los consideré un mito, un cuento inventado por los adultos para poder hacer dormir temprano a sus hijos, o historias inventadas por cazadores de tesoros con demasiada Magic Cola en la cabeza, creo que nunca debí subestimar la veracidad de aquellas leyendas, que ahora se materializaban justo frente a nuestros ojos.
Le lancé una mirada a mí amiga para que se quedara tranquila, de igual manera no sabría decirte cual de las dos estaba más asustada, pero también sabíamos que no nos podíamos quedar en aquel oasis, tampoco podíamos volver a buscar nuestras ropas porque se encontraban justo al lado de aquella gigantesca mole de arena, que parecía estar obsesionado con nosotras por el en modo en qué nos miraba, y porque no nos apartaba la vista ni por un minuto. De vez en cuando amagaba con irse pero creo que era para cambiar de posición. Mientras tanto mi amiga y yo analizábamos todas las opciones: salir corriendo era una de esas alternativas, el plan «B» que habíamos pensado, pero aquel Terramorfo, con su largas piernas no tardaría en alcanzarnos. Así que optamos por una opción más adecuada, lentamente nos fuimos deslizando por el agua, tratando de no cometer un error o dar un paso en falso, la ropa era lo que menos nos importaba; así que despacio y casi sin respirar, nos fuimos hacia la otra orilla. La figura de aquel ser arenoso se había dormido, ya que a todo esto comenzaba a anochecer. Finalmente nuestros pies tocaron tierra, y nos escondimos detrás de una roca lo suficientemente grande como para cubrir nuestros cuerpos, los corazones nos latían a más no poder, y así de la nada nos quedamos profundamente dormidas
Con los primeros rayos de la mañana fui la primera en reaccionar, no solamente porque el sol iluminaba de lleno mí cara, sino también por el estrepitoso temblor que la tierra hizo, despertando también a mí amiga, que inmediatamente comenzó a llorar pensando que se trataba del gigante, pero pude comprobar que era algo superior a eso. Saqué mi cabeza por fuera de la roca que era nuestro refugio más seguro, y pude observar aquel gigante siendo tragado literalmente por la tierra, sus fuertes movimientos de manos, y sus insistentes pataleos no hacían más que hundirlo, hasta que cayó a las profundidades desconocidas que habían allá abajo. Sin pensarlo demasiado mi primera reacción fue sacar a mi amiga de allí, no teníamos tiempo, aquel agujero comenzaba a crecer tragándoselo todo, quizás correr no nos salvaría de caer al abismo, pero por lo menos trataríamos de ponérselas difícil a la muerte. Y es que era básicamente eso, nuestros cuerpos desnudos, y cubierto de arena, por la transpiración del verano que ya se encontraba finalizando, corriendo sobre la tierra que pretendía comernos, como lo había hecho con el Terramorfo, o el oasis. En otro momento diría que esta hubiera sido una situación eróticamente cómica, dos mujeres maduras, casi ancianas que corrían desnudas por la playa de algún paradisíaco país, si no fuera porque el planeta tenía hambre de nosotras.
Cansadas, abatidas por el desgaste de correr bajo el calor, finalmente todo se detuvo, aquel agujero de unos trecientos metros de largo paró de repente, dándonos la posibilidad de tomar un pequeño respiro, y como la curiosidad era más fuerte, nos paramos al borde para contemplar lo que había en esas profundidades. No asomamos lentamente, tratando de tener cuidado para no resbalar y caer a quien sabe cuántos metros de profundidad, y solamente lo que pudimos ver fue una densa oscuridad, lo que daba la sensación de que a simple vista no había un fondo, se asemejaba de golpe con aquellos sueños en donde nuestros cuerpos caen sin encontrar nunca final, o al menos eso imaginé al ver aquello. Escalofríos, miedo, angustia, fueron las sensaciones que tuvimos cuando al continuar caminando descubrimos más agujeros, de tamaños más chicos o de unos cuatro o cinco metros, a veces con una distancia de doscientos metros de separación. Las advertencias se estaban completando, a este año le quedaban tan sólo unos tres meses, el verano estaba finalizando, pero el calor comenzaba a ser intenso. A demás de los agujeros misteriosos en la tierra, se encontraba el rastro imborrable y aún caliente de aquel azote de fuego que se mantenía en línea recta, de seguro daba la vuelta alrededor del planeta, dividiéndolo en dos, como un meridiano. La idea de que el globo que nosotros llamábamos planeta Tierra se podría partir en dos como una naranja me hacía estremecer, pero no me asombraba, ni me parecía algo alocado, ya había visto demasiadas cosas en esta vida, de seguro a ustedes les hubiera pasado lo mismo, es esa sensación en la que te das cuenta que en ciertas alturas de tu vida ya nada te puede conmover, impresionar, etc. Así me sentía, y creo que mí amiga estaba en la misma situación.
Avanzamos lentamente, nuestras bocas estaban resecas, y partidas, la piel marchita, deshidratada, hasta que un pequeño asentamiento comenzó a aparecer por allá en el horizonte, otra vez la duda de que podría ser aquello un espejismo, pero estábamos lo suficientemente cansadas como para tomar un respiro y analizar bien la situación. Tampoco podíamos precisar bien la distancia, pero las carpas, y banderas blancas, verdes, y azules, estaban tan cerca que podía oír la tela agitarse en el viento.
Caímos justo en un asentamiento de «Mujeres Libres Nómades», que por la falta de agua y el crecimiento desmedido de aquellos agujeros inexplicables tenían si o si la misión de ir moviéndose para evitar caer al vacío. Nos dijeron que tuvieron tiempo de sacar un poco de agua antes de que todo quedara completamente seco, debieron actuar rápido, mejor dicho una vez que el Ente terminó de dictar las siete señales; a partir de ahí comenzaron a moverse pasando por diferentes partes, llevaban tres días de caminata, su último asentamiento era este y pensaban moverse dentro de un par de horas, el desierto no era seguro, y aquellos pozos se producían con un intervalo de una hora o dos.
El agua que nos dieron sabía exquisita, nuca había imaginado beber un agua tan fresca, clara, sin ese sabor a hierro herrumbrado que le quedó después de la contaminación nuclear. A nosotras nos metieron dentro de unas carpas para que nuestra piel no siguiera exponiéndose a los rayos dañinos de aquel sol calcinante. Nos curaron las quemaduras con unos ungüentos hechos con un poco de leche de coco, áloe vera, y una pasta extraña a base de algunos minerales que le daban un toque frío, que venía espectacular para calmar el ardor de la piel. Las cremas para la piel, rostro, manos o piernas habían desaparecido hacía entrado los años 2.030, porque sus componentes fueron prohibidos a causa de diversas reacciones alérgicas, esto se debía en parte a el sueño que tenían algunas industrias de convertir a las personas de este planeta en seres por siempre jóvenes, lo que los condujo a utilizar productos que sí, daban un resultado positivo, pero eran altamente nocivos para nuestras pieles si se hacía de ellas un uso prolongado, así que fueron quitadas de los centros de ventas y reemplazadas por cosas más naturales, pero que se enfocaban solamente en el cuidado de piel, y no tanto en hacerte lucir veinte o treinta años menos.
La agrupación nos cuidó bien, unas dos horas después nos estábamos desplazando hacia otro sitio, en otra parte. Caminamos unos ochenta kilómetros, y encontramos otro lugar más o menos cómodo, por suerte ya teníamos ropas nuevas, y un calzado adecuado, aunque el calor era tan intenso que daba la sensación de que las suelas se derretían al contacto con la arena. Una tarde nos contaron que estos grandes agujeros también se producían en el océano, y que en menos de treinta minutos los mares se había drenado casi por completo, quedando algún que otro banco con agua, aunque sabíamos que no era lo suficientemente buena para nuestro consumo.
A la noche descansamos tranquilamente, una mujer se quedaba de vigía por si la tierra cedía, y aquel agujero nos tragaba. Por suerte dormimos, al amanecer nos encontramos con algunos agujeros a una distancia bastante lejos de nosotras. Pero todo era muy lindo hasta que con mí amiga decidimos continuar nuestro viaje, debíamos volver a la ciudad, sabíamos que allí había más oportunidades de sobrevivir, pero no sé por cuánto tiempo. Finalmente con las cantimploras llenas, y algo de verduras secas para el camino, emprendimos nuestro viaje. El sol parecía estar altamente enfurecido, lanzándonos sus llamas. Pasamos por unos campos, lo que antes habían sido cultivos fértiles, ahora estaban muertos, chamuscados bajo el sol. Todo se había secado, escarbar para buscar un poco de agua era imposible, el calor era tal que la tierra hervía de una forma sorprendente, lo que imposibilitaba que las raíces de cualquier árbol o planta se desarrollaran con normalidad.
Buscar agua era imposible, y saber racionarla era la diferencia entre la vida y morir de sed, pero eso no nos detuvo y antes de que el sol se extinguiera en el horizonte, pisamos el concreto de la ciudad. Todo estaba abandonado, destruido, pasamos por la calle en donde había dejado la nave militar, y de allí hicimos el recorrido hasta la casa de mi amiga, todo estaba como la última vez que la dejamos, lleno de tierra, y todo tirado. Nos sentamos en unos sillones en el patio, ella me miró y yo la miré, creo que no pudimos olvidar lo sucedido en el oasis, ella se levanto de su silla, y se sentó a mí lado, nos comimos con los ojos, nos besamos, lloramos y nos abrazamos.
Nuca había tenido sexo una mujer, pero aquella noche no se si fue el calor intenso, pero sentía algo que me quemaba la piel, y el placer era tan fuerte que no sabía si lo podía soportar. Después de eso nos quedamos dormidas, yo creo que fui la única que se durmió. Me desperté temprano, ella no estaba en la alcoba, caminé descalza hacía la cocina, tampoco se encontraba allí, me asome por la ventana y la vi sentada en el patio, estaba posicionada dándome la espalda, y su brazo caía hacía un lado...pensé que estaría dormida, me acerque lentamente ella, no me escuchaba, le tapé los ojos por detrás, le pregunte que quien era, y no me respondió, volteé la silla para intentar despertarla…. La sangre chorreando de su cuello, el tajo abierto, la mano que sostenía un cristal roto, grité, lloré, y no me escuchó.
No sé porque ella se quitaría la vida, durante aquella noche de pasión me había echo el amor mejor que mí esposo, quizás sentía culpa por lo que hizo, por haber hecho algo así, por haber traicionado de alguna forma a la memoria de mi marido, pero lo más seguro es que ya no haya podido soportar todo esto. Su mente ya no daba más, su conciencia estaba completamente alterada y prefirió adelantarse, pero mí tristeza también era grande porque su alma no iría hacía el universo, el Ente había sido claro con las personas que cometían suicidio, su alma sería de Efraín, aquel ser repugnante, creador del mal en la Tierra, el maestro de todos aquellos que quieren aprender el lenguaje de la violencia. Era un Dios supremo, un Dios que regía debajo de la tierra, que vivía de la sangre de los demás, de seguro aquellos Berserkers, y sobe todo aquel obeso inmundo que estuvo a punto de beber nuestra sangre, estaba realizando un ritual en honor al señor de los impuros y salvajes.
Tuve que enterrar de inmediato su cuerpo, con el fuete calor comenzaba a descomponerse muy rápido, y a largar un olor asqueroso. Mientas levantaba su cadáver, note algo aferrado a sus manos, era un papel amarillento, y con algunas gotitas de sangre, pero eso no me impidió leer aquella carta, aquellas palabras que ocultaban un pasado secreto entre mí amiga y mí marido. Habían sido amantes desde el día uno en el que nos hicimos amigas, y no me había dado cuenta. Las veces que mí muerto marido me había engañado, lo había perdonado como una imbécil, y lloré cuando murió, y ahora me enteraba de esto.
No tenia tiempo de lamentar cosas del pasado, por ser una buena persona, y por el respeto que los muertos deben tener, le di una cristiana sepultura, pero no me pude contener la idea de orinar sobre su tumba. Había sido una gran amiga, una gran compañera, pero lo que había hecho durante muchos años no tenía precio, a la carta la rompí en varios pedazos pequeños que el sol se encargó de quemar. Entré a la casa, tomé un trago de agua amarga y me quedé allí en silencio, no había electricidad, el calor era de unos sesenta grados, no sabía que hacer, ahora estaba sola, perdida en el mundo, separada de las personas que más amaba. Mí mente iba y venia, con recuerdos pasados, de tiempos felices, de momentos de risa, donde la vida era el milagro más importante, y dónde el milagro era también poder vivir. Salí afuera, el sol quemaba, Tomé aquel pedazo de vidrio con la sangre de mí amiga reseca, lo coloqué sobre mí vena, un corte limpio sería suficiente, la sangre saldría y mí vida acabaría ya. Tomé aire antes de ejecutar la acción.
¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba convirtiendo en una cobarde? No es esta una decisión difícil, se trata simplemente tomar el toro por las astas comí dicen, pero no pude, sino no estaría aquí, y no estarías ahora mismo escuchando esto. Tiré lejos el vidrio, no quería verlo, entré rápido a la casa y me dirigí al cuarto que mí marido y yo habíamos ocupado durante el tiempo que vinimos a vivir a lo de mi amiga. Todo estaba desordenado, lleno de polvo. Me acerqué a la pequeña mesita de luz, presioné el botón del costado y el cajón se abrió, allí había un libro, un viejo recopilatorio de historias de aventuras, a él le encantaban este tipo de cuentos. Por curiosidad abrí aquel volumen, y en un par de páginas encontré algo que reavivó mis esperanzas. Algo que me daría la oportunidad de poder vivir.
A veces pienso que si me hubiera quitado la vida todo hubiera terminado, y esto que yo estoy narrando nunca hubiera salido a la luz, pero en ese libro estaba mí boleto a la salvación, mí boleto para aquella nave espacial de la que una vez me había hablado, para irnos juntos, escapar de aquí antes de que lo peor llegara. Tenía en el libro dos boletos, no sabía cuántas personas habían comprado más de estos pasajes, o éramos los únicos, pero tenía que aprovecharla.
La nave se encontraba a unos kilómetros de distancia, seguramente me llevaría un día entero, mí plan era tomar la nave militar, y de allí partir hacía el CLAME (Centro de Lanzamiento Aeroespacial Marvin Edwoond), pero lo haría mañana, apenas el sol comenzara a despuntar, para llegar cuando antes a aquel lugar y escapar hacia la libertad. A la noche cené rápido, me acosté en el piso que era lo único que más o menos estaba fresco, y dormí tranquilamente.
Al despertar abrí mis ojos y todo estaba oscuro, era imposible que todavía siguiera siendo de noche... la quinta señal se estaba cumpliendo, eso solamente podían ser malas noticias.
CAPÍTULO VIII
UN BOLETO DE IDA
La oscuridad era plena, tan negra y densa que imposibilitaba mucho poder avanzar con la nave militar. A cada rato tenía que detener mi marcha para cerciorarme si estaba yendo por el camino correcto. Sinceramente a aquella plataforma de lanzamientos solo había ido un par de veces, el ejército solía hacer pruebas piloto, con la idea de algún día poder poblar algún que otro planeta desconocido, pero las misiones siempre fracasaron, como por ejemplo el intento de formar una mega ciudad en la luna. Lo primero que falló fue el costo, hacer algo así requería de varios transbordadores espaciales que le permitieran a los obreros llevar los materiales necesarios para erigir allí aquella tan soñada ciudad, y lo segundo, pero no por eso menos importante, era difícil encontrar algún voluntario que quisiese ir hasta allá, y saber que jamás volvería, por ende, el proyecto fracasó.
Ahora llegaba la hora de probar aquellas naves, y yo sería la primera, de igual forma me hubiera gustado estar en la luna, estaría mejor que aquí, de eso estoy segura. Por ahora el destino me ponía en otra situación, y esperaba poder superar cada obstáculo. Sin poder ubicarme en el reloj, calculé que en unas cuatro o cinco horas podría estar allí, no sabía exactamente la dirección, pero tenía fe en mi instinto, a lo que debo decir que, si no hubiera confiado todo este tiempo en él, no habría podido llegar hasta donde estoy, no habría historia, no habría registros.
La nave militar avanzaba de a pequeños tramos, flotando lentamente a unos cuarenta centímetros del suelo. La calefacción no andaba y de a poco empezaba a hacer frio, lo cual era raro, el invierno todavía no había llegado, pero con la desaparición del sol, se estaba cumpliendo la sexta señal del Ente, y eso era evidente a los ojos del mundo.
Todo ser humano que vivía, o se arrastraba en la tierra había desaparecido casi misteriosamente, todos se encerraban en sus casas, o en sus rudimentarios refugios, como si eso los fuera a salvar, el final iba a llegar para todos, no importa a donde te escondas, si es en un bunker hermético de un acero indestructible, o a quinientos metros bajo tierra. Nadie tenía escapatoria, por suerte los niños habían… Habían sido salvados. Mi niño, el milagro de mi vida había desaparecido, y eso era algo que no me podía sacar de la mente, aquella criatura había salido de mi estómago, evidentemente tenía un ser dentro de mí, un pequeño niño que podía haber sido feliz aquí, claro que si todo fuera diferente, y no quiero pensar tampoco en lo que pudo haber sido, porque no se puede cambiar nada, porque el tiempo avanza y las decisiones que tomemos en el presente pueden cambiar para siempre el rumbo de nuestras vidas en el futuro. Sé que a veces es algo imposible el pensar que hubiera sido si todos nosotros si nos hubiéramos mantenido en el camino de la paz, y no en la senda de la violencia, si el Ente hubiera sido piadoso y nos hubiera perdonado otra vez la vida, pues no lo sé, solo sé que el tiempo avanza, que es como una flecha, siempre va para adelante y no puede retroceder, lo que quedó en el pasado, quedará allí guardado, y ya no se puede volver tener; el presente es la dirección de aquella flecha, y el futuro es en donde impactará.
Me alejo por momentos de esos pensamientos, no me hacen bien y solo me centro en avanzar con este armatoste que es más lento que un carro de supermercado. Tomo algo de agua, trato de beber pequeños sorbos, no me sacian por completo la sed, pero es una buena forma de racionarla, lo mismo que con la comida, pequeños trozos para no comer de más y que pueda tener para el resto del viaje. Según esos pasajes la nave de mi salvación contaba con todo el equipamiento necesarios, desde litros de agua, hasta kilos de comida, seguramente deberían ser galletas o carne seca.
La noche no me asusta, quizás en otro momento si tuve algo de miedo, será porque la delincuencia estaba volviendo de nuevo, y no había que salir a determinadas horas para evitar terminar herida. Ahora me daba todo lo mismo, dentro de lo que era al planeta Tierra la población de hombres y mujeres se había reducido a una cantidad mínima de cien mil personas, cien mil seres humanos caminando por estas desoladas tierras. A veces me pregunto qué será de aquel grupo de mujeres que nos salvaron, que habrá sido de cada una de esas hermosas damas, seguramente habían muerto, y no me daba escalofríos pensarlo y decirlo, muchas personas de mi entorno ya no estaban, y ellas de seguro tampoco.
Ya había hecho unos cuantos kilómetros, cuando de repente la nave miliar comenzó a hacer algunos ruidos un poco extraños, como si estuviera algo atascado en su sistema, y de la nada se detuvo, allí en medio del inhóspito paisaje, dejándome plantada en aquella oscuridad. Traté de hacer lo posible para arreglarla, reseteé el sistema, cambié algunas configuraciones, pero nada, la nave había muerto. Pobrecita, de seguro no debió haber aguantado la sobre exigencia, y ese era la principal debilidad de las naves rusas, nunca fueron lo suficientemente bunas ni para explorar, ni para el transporte durante un combate, o en una salida de emergencia, ésta ya había cumplido sus años de vida útil.
Ahora no me quedaba otra que continuar bajo el mando de mis pies, y esperar llegar lo antes posible. Me daba un poco de mala espina caminar sobre la tierra, más pensando en que durante los primeros pasos que fui dando, me parecía que estaba temblando el suelo bajo mis pies. Como puedo explicarme mejor, parecía estar caminando sobre barro, pero no era como el barro, no te ensuciaba las botas, mejor dicho, era como caminar sobre una gelatina, la tierra estaba así de viscosa, escurridiza, y eso no me gustaba. Imagínate por un momento que la tierra es una inmensa bola de gelatina, y ni hablar de los agujeros, casi tengo la mala suerte de caer en uno de esos pozos gigantes, de no ser por que emitían un pequeño brillo que los hacia fácil de ver en la oscuridad, no se a que se debía ese resplandor, pero por lo menos me salvaban de la muerte.
El frio era insoportable eso debo de agregar, cualquier persona podía morir congelada si no estaba lo suficientemente abrigada, no nevaba, pero era solamente un aire helado, y la luna tampoco estaba en el cielo, de vez en cuando un brillo se asomaba en el firmamento, seguramente ere ella, la luna de queso como nos decían cuando éramos niños.
Mientras caminaba con un montón de ropas sobre mi, desde la más fina a la más gruesa, y con un gorro de lana, más una bufanda en mi boca, reflexionada sobre el Ente ¿Dónde estaría ahora? ¿Sería aquella base secreta debajo del mar su centro de operaciones? ¿O será el universo la morada de los cinco ángeles? Eran preguntas de no una fácil respuesta, habíamos perdido todo contacto con él, no nos quería, lo habíamos decepcionado, humillado, se sentía de lo peor, o nosotros éramos de lo peor, nunca pensé que nuestras insignificantes vidas tuvieran la importancia y valor semejante que el Ente les daba. Él nos protegía, nos daba oportunidades. Durante sus veinte años de regir en esta tierra todo había ido perfecto, pero, perdimos el paraíso para hacerlo nuestro infierno. Eso puedo entenderlo, pero ¿Por qué a nosotros siempre nos toca ese costado tan salvaje? Pudimos haber sido dioses, sin ningún límite, los verdaderos reyes de la tierra, pero por nuestra propia cuenta, aunque aquí debo hacer una salvedad, en la tierra si hubo gente buena, gente que apoyó y estuvo allí siempre para hacer el bien, para ayudar otros, para hacer de la caridad una actividad tan hermosa. Nunca me perdonaré por haber condenado a esas personas a la tumba. Y si, me sigo lamentando por esas almas, y digo también «condenado», porque yo soy responsable de esto, soy un ser humano más, y como tal yo firmé la sentencia de este mundo, más allá de no ser una participe directa.
¿Pero yo qué hice? quizás te preguntes, como te lo puedo explicar, no lo entenderías, no eres humano, pero no es lo que yo o vos hayamos hecho sino lo que hacemos todos, nunca nos percatamos de nuestras acciones, y cuando cometemos un error no solo nos afecta a nosotros, sino que muchas veces también tienen que pagar por ellos personas inocentes. Es como si tu rompieras un vaso y tus padres te castigaran a ti ya tus dos hermanos. Si lo sé, me voy por las nubes, pero es que esa caminata hacia el centro de lanzamiento fue tan disfrutable, debió haberlo sido porque era la última vez que caminaría por ese planeta, la última vez que pisaría tierra firme.
La tranquilidad de la noche era plena, solamente se escuchaban mis pisadas, y el tiritar de mis dientes, cuando de una forma inesperada, un resplandor que ascendía al cielo se vio en el horizonte. Era una especie de tubo de luz tan largo que subía hacia el cielo, y de la nada comenzaron brotar más de estas luces, acercándose hacia mí, de repente venían de todos lados, y salían de aquellos agujeros en el suelo. Casi sin pensarlo me encontraba corriendo, sorteando aquellas luces gigantescas, al pasar por su lado notaba el calor que emanaban, hasta que finalmente se detuvieron, las luces se apagaron y otra vez la oscuridad, aquellos tubos grandes y lumínicos habían permanecido mas o menos unos quince minutos inmóviles, atravesando el cielo, y el espacio quiero creer. Cuando se desvanecieron solos se fueron apagando, y como cuando un foco se agota la tierra volvió a la oscuridad total, salvo por el tenue brillo que emitan aquellos agujeros.
Seguí caminando, esta vez más atenta para no morir, y ante mi presencia, se mostró por fin el objetivo de mi caminata, un cerco de alambre me obstruía el paso para llegar hasta la nave, así que con las fuerzas que me quedaban escalé aquella verja rudimentaria, de unos dos metros de altura y salté hacia el otro lado. El lugar era grande, había un par de vehículos de carga, un camión de combustible estacionado, y una habitación en donde de seguro debía dejar asentado mis datos, pero nadie podía tomar mi identificación, el asiento que debió ocupar alguna vez el secretario, ahora era un esqueleto medio podrido, de vaya a saber cuantos años. Metí mis manos en el bolsillo y extraje los boletos, con una lapicera que había allí anoté mi nombre, dirección y el motivo de mi viaje, se lo lancé desde el agujero de la ventanilla y me fui a encontrarme con mi transporte.
Caminé hacia la plataforma de lanzamiento y allí estaba aquella majestuosa nave, la madre de todas las naves, preparada especialmente para mi, igual me pareció desproporcionadamente grande para una sola persona, pero de seguro me acostumbraría a vivir allí el tiempo que sea necesario. Subí al interior, era perfecta, me acerqué al comando y chequee el combustible, estaba bajo, tenía que traer el camión que vi al entrar, llenarla y salir de aquí.
Eso parecía tarea fácil, cuando de la nada la tierra comenzó a temblar violentamente, tan fuerte que caí al piso, tuve que salir agarrándome de las cosas para poder bajar, tampoco en tierra a era tan fácil caminar, el temblor que el planeta estaba haciendo no era normal.
Llegué como pude al camión, me subí, lo puse en marcha y me dirigí a la nave, eso era lo bueno de los vehicules flotantes, no tenían contacto con el suelo, amé a la tecnología como nunca en aquel momento. Coloqué el camión en posición, me bajé, el suelo temblaba aun, dando la sensación de que cada vez parecía más fuerte, y ahora lo peor estaba pasado, del cielo comenzaban a descender algunos rayos, parecía una especie de tormenta eléctrica, pero en seco, no había lluvia, ni truenos, solo rayos que castigaban todo a su paso. Por fin coloqué la manguera y le di paso al combustible solo quedaba esperar, no tomaría mucho tiempo, al rededor de unos veinte minutos. La nave es grande, de seguro tiene combustible de repuesto, seguramente unos dos mil litros, lo suficiente como parara tirar algunos años en el espacio.
Finalmente el camión de combustible se vacío, y la nave rebalsó, eso era buena señal. Con el tanque lleno y cerrado, ya no faltaba nada, solo era el momento de partir de allí. Había cruzado para entrar a la nave cuando un rayo cayó cerca de mi, parecía una cosa del destino. Caigo al piso, pero sin ninguna herida, salvo un poco tapados los oídos por el estruendo, y el equilibrio un poco perdido. Me levanté lo más rápido que pude, y logré entrar a la nave, la compuerta se cerró, estaba adentro, los rayos la impactaban, pero ésta ni se inmutaba, me acerqué al control de mando, tomé asiento y comencé a rezar.
Activé todos los controles, encendí las luces, y prendí los propulsores, iba subiendo la velocidad de apoco, y la nave respondía bien a mis indicaciones. El temblor del suelo cesa, me estaba elevando. Apreté el botón rojo de la derecha y aumentó la potencia de cada turbina. Los rayos me impactaban, la nave ni se mosqueaba, lento pero segura voy elevándome, me siento tan contenta, el destino me sonreía otra vez.
De la nada solo se oye el silencio, y los ruidos normales de la nave, estaba alto en el cielo, activo el piloto automático y me asomo por una de las ventanas que estaba al costado izquierdo, abajo todo era un caos, rayos, centelles estallando contra la tierra, iluminando todo, desprendiendo pedazos de ella, lava hirviendo salía de las profundidades. Temí por la gente que quedaba allí, pero ya no podía hacer nada, por suerte estaba viva, lejos de todo aquello, lejos de lo que me esperaba. Me di vuelta, contemplé la nave con un vistazo periférico, tomé aire, y me encaminé decidida a afrontar esta nueva vida que ahora me tocaba.
Poco a poco me iba acostumbrando a todo aquello, vivir en la nave no me resultaría tan difícil, pensé que me iba a costar más trabajo, pero por suerte la tecnología con la que estaba equipada era realmente de avanzada, con tablero digital, pantallas táctiles, algo de brazos robóticos para alcanzar o llevar cosas de un lugar bajo a otro alto, como por ejemplo para colocar el barril de combustible de repuesto. Al parecer el combustible que yo tenía era bastante, el tanque estaba lleno a rebalsar y de seguro me alcanzaría para un largo trecho.
Al atravesar una de las tantas capas del espacio, la gravedad se comenzó a perder, y empecé a flotar, esa sensación era increíble, me sentía como en las películas donde el héroe vuela a salvar a la chica en peligro. Ojalá en éstas épocas hubieran existido estos tan fantásticos personajes, aunque no sé si hubieran podido salvar a las cientos de vidas que han sucumbido bajo nuestra propia maldad.
Continuará...
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